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Opinión

La fábrica de baterías

Cadena de montaje de baterías para un vehículo eléctrico

Antonio Vélez Sánchez, ex alcalde de Mérida

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Cuesta entender que a estas alturas haya gente que procure, consciente o inconscientemente, el enfrentamiento de los ciudadanos de Extremadura, un pueblo tan necesitado de concordia, y objetivos comunes, para superar su atraso histórico. Tanto como  abandonar ese indigno papel de haber sido una maltratada colonia interior de España, algo que, a estas alturas, en el espacio geopolítico de la Unión Europea, parece una incongruencia democrática.

Viene esto a debate público por la extraña prestidigitación, poco asimilable,  entre una mina de litio y la ubicación, muy distante del tajo minero, de una fábrica de baterías para automóviles eléctricos.  Parecería lógico que los valores añadidos y las industrias transformadoras, derivadas de una actividad primaria, molesta y contaminadora, se situaran próximas para compartir perjuicios y beneficios. Siempre es así, en los espacios sociales avanzados, al contrario de las pautas de explotación que aún se aplican en el “tercer mundo”.

No se entiende, entonces, lo que pasa en Extremadura con este asunto. Nadie cuestiona que la industria de las conservas vegetales y arroceras tengan sus bastiones fabriles en Miajadas, Don Benito/ Villanueva o Vegas Bajas. O que la vitivinícola se asiente en Almendralejo y Tierra de Barros. O las pimentoneras, en La Vera y aledaños… Y que una de las factorías más señaladas de envases metálicos, para conservas, Mivisa, se ubique en Mérida, por ser uno de los nudos de comunicaciones más señalados del suroeste español. 

Sería por tanto incomprensible y perjudicial para los extremeños y sus pautas de concordia,  que esta actividad fabril no se ubicara en la inmediatez de donde se extraen los recursos a procesar. Algunos podríamos pensar que el fiasco de la mina de litio, en las cercanías de Cáceres,  haya forzado un cambio de estrategia: la del enfrentamiento entre provincias o municipios, anteponiendo la baza de tener o no tener fábrica, ganando así la explotación minera en  condiciones beneficiosas para los explotadores. Lamentablemente, como en Monesterio. 

No pocos  defendimos, tiempo atrás, la necesidad de una empresa pública de minería como modo de aprovechar, en sostenibilidad, los grandes recursos mineros de la región, repartiendo beneficios con puestos de trabajo. Pero el liberalismo a escape libre tiene patente de corso y ventajas en los  ámbitos públicos. Es la dura realidad, a pesar de que conviene, de inmediato, cambiar muchas reglas de juego y huir, en el caso de la minería, de la explotación compulsiva por la demanda momentánea del mercado. Las razones son muy simples: hay que salvar el planeta, antes que los bolsillos.

 Otra cuestión que ya chirría por  la recurrencia a un discurso que intenta configurar en esta región un centralismo excéntrico, inconsistente pero empecinado, es la coartada del puerto portugués de Sines, en conveniencia con los propósitos señalados. Conviene saber al respecto que los puertos españoles de Algeciras y Valencia, son, con el de Amsterdan, los más potentes de Europa. Son nuestros puertos, los que nos convienen. Otra cosa es que las instituciones se esfuercen en su obligación de mejorar las comunicaciones que nos unen con el conjunto de España y Europa, algo que no parece discurrir con la premura necesaria. Y en este juego, o rifirrafe inesperado, se exige prudencia y respeto al equilibrio en el conjunto de este territorio tan amplio que es nuestra tierra.

Si hay posibilidad de una fábrica de baterías, con nuestro litio, debe estar junto a la cuenca minera. Sería lo exigible por el futuro en concordia de Extremadura. Si no fuera así, estaríamos reproduciendo internamente y por una prevalencia de poder, impositiva e injustificada, el mismo modelo colonialista que históricamente nos impusieron desde fuera. Algo extemporáneo e inaceptable por carecer de razones objetivas, justificadas. 

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