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Mérida, el Silo, la cultura, la mala suerte

Silo de Mérida

Antonio Vélez Sánchez. Ex alcalde de Mérida

Habría que comenzar por el final del título para constatar que la mala suerte persigue a Mérida y a su significación cultural, algo que debería ser consustancial con su personalidad histórica. Lo constatamos, a vuela pluma, con lo que ocurrió con el Museo de Geología de Extremadura y las Colecciones de Prehistoria, tan potentemente instaladas en el Costurero del antiguo Manicomio del Carmen, que fueron irrespetuosamente arrasadas por voluntad del alcalde Pedro Acedo para instalar juzgados en el singular edificio.

Ahora la ruleta del infortunio y los despropósitos apunta al Silo del Trigo, una verdadera catedral constructiva que ha sido vendida, por cuatro cuartos, para beneficio privado, sin que las instituciones hayan hecho nada por impedirlo. Algo inaceptable y reprobable de todo punto si buscamos un obligado paralelismo comparativo con el Silo de Córdoba – la otra catedral, junto con Alcalá de Henares, de esas edificaciones – que se dedica a funciones museísticas y de investigación arqueológicas, tras su declaración por la Junta de Andalucía como Bien de Interés Cultural, en enero de 2015, y su cesión, al efecto, por parte del Estado.

La pregunta por tanto es obligada: ¿Por qué en Córdoba sí y en Mérida no? Y la apariencia en clave de respuesta, visto el desarrollo de los hechos y las posiciones de las partes, es que pudo haber negligencia, inhibición o incompetencia para resolver este asunto en la línea de funcionalidad cultural pública como lo resolvieron Córdoba y Andalucía. Resulta obligado señalar que cuando Córdoba/Andalucía amarran esa funcionalidad cultural/pública para su Silo, los gobiernos de Extremadura y Mérida están en manos de Monago y Acedo. ¿No tuvieron información, entonces, de lo que pretendía el Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA) o se callaron para favorecer los intereses liquidadores de su Gobierno?

La cuestión puntual que afecta al FEGA es más laberíntica y artera, por cuanto su papel se centró en la intención de vender, a cualquier precio, el patrimonio que gestionaba, algo consustancial con los modos del anterior Gobierno, más que conservador, en sus formas de puro autoritarismo, tanto como ultraliberal en la evaluación y uso del patrimonio del común. ¿Acaso advirtió a las instituciones periféricas – en clave de lealtad y colaboración - de lo que pretendía? Oculta que el Silo de Mérida estuvo mucho tiempo adscrito a una logística de emergencia, algo que lo diferenciaba del resto. Basta ver sus alegaciones al expediente de la Declaración como Bien de Interés Cultural, iniciada por la Junta de Extremadura y luego incomprensiblemente revocada, para apreciar su posición. Posición absolutamente diferenciada del actual Gobierno de España, cuyo ministro de Cultura ha anunciado la intención de promover una Ley sobre la Memoria Industrial de España, algo que encaja a la medida del Silo de Mérida.

Volviendo atrás y retomando la comba de esa notable mala suerte que parece perseguir a Mérida, a la vista de esta deriva con su monumental Silo, conviene recordar la inmensa generosidad que tuvo siempre Mérida con las instituciones que ahora parecen darle la espalda. Valga como ejemplo la gigantesca cesión, iniciada la década de mil novecientos ochenta, del antiguo Hospital Municipal, inmenso conjunto de construcciones, con su iglesia barroca, que alberga con solemnidad la Asamblea de Extremadura. O el regalo, igualmente, del inmenso solar del Matadero Municipal, el antiguo “Corral del Concejo”, que remata el edifico de Consejerías de Morería, mirando el Puente de Lusitania. Como la renuncia a una cesión concertada, con el Ministerio de Cultura, del Conventual Santiaguista, para gran Centro Cultural, al que el Ayuntamiento emeritense renunció en favor de la Presidencia de la Junta para que albergara, con toda dignidad, la máxima Autoridad del nuevo modelo territorial. Y también, más recientemente, la planta del viejo cuartel de la Guardia Civil, para Museo Visigodo.

¿Visto este comportamiento pudieron el Gobierno central, Ministerio de Agricultura, FEGA, haber sido más generosos y deferentes con Mérida? Esa es la pregunta. Igual que habría que saber las razones por las que tras la petición que, para declarar al Silo como Bien de Interés Cultural, hace el Ayuntamiento de Mérida, en Octubre de 2015, a través de su Junta de Gobierno que tiene una gran entidad resolutiva por estar Mérida amparada por la Ley de Grandes Ciudades, no se agiliza la actuación administrativa ante las instancias correspondientes, como hicieran Córdoba y Andalucía.

Llegados a este punto Mérida tiene que exigir la titularidad pública de su Silo, por los avales que la significan, tanto de generosidad histórica con otras instituciones, como por irrenunciable necesidad de darle una funcionalidad cultural/publica. Se trata de ordenar, con entidad solvente, parte de su legado arqueológico, reactivar la grandeza científica, y funcional para Extremadura, tanto como didáctica, de su Museo de Geología Regional, el apabullante legado investigador de Vicente Sos Baynat. Lo mismo que las colecciones de Prehistoria, de una entidad más que solvente y contrastable. También otras muestras, como el Museo del Ferrocarril, la maqueta de José Simón y material rodante que podría entrar por los raíles ferroviarios que tiene el Silo. Y como logística de apoyo para el Museo Nacional de Arte Romano y del Consorcio de la Ciudad Monumental. Nada más lógico, en una colaboración entre instituciones, siendo además, como espacialmente es, un punto de entronque entre los señeros espacios monumentales de Mérida y elemento espacial para su dinámica turística.

Y cómo no considerar, a lo grande, que este ciclópeo edificio, que es el Silo de Mérida, podría albergar también la ansiada muestra del Teatro Grecolatino, el Museo de la Memoria Escénica del Mediterráneo, esa aspiración de nuestro Festival, que late cada año - desde 1933 – en el mejor recinto vivo de la antigüedad.

Es lo que demando con toda cortesía a las instituciones públicas de Mérida, de Extremadura y de España, con el derecho moral que pudiera concederme el haber sido alcalde de esta ciudad, soñada, eterna.

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