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¡Que están locos estos romanos!

Circo Romano

Mario Solo

Mérida —

Sigo, oh Viriato, con la misión que me encargaste: ser un humilde escribano e informarte de todo lo que acontece en la Lusitania para que sepas de primera mano qué hacen estos imperialistas que aún nos dominan y, por ende, puedas adoptar las medidas que estimes idóneas, sean civiles o guerrilleras, para nuestra liberación (a ser posible más pronto que tarde, que por aquí está la cosa muy chunga).

Pongo en tu conocimiento que ahora ando en mansiones y palacios de estos romanos imperialistas generalmente escondido tras un ficus y así puedo conocer con toda suerte de detalles las artimañas que el gobernador Monagus ha dado en preparar para seguir al mando de esta tierra dejada de la mano de Zeus. Yo sospecho que el Gobernador Monagus le ha cogido gustillo al mando del Gobex y no se quiere bajar de la moto para que no se la quiten, como cuando entonces que se lió una muy gorda con la moto (que me acuerdo muy bien).

En los ratos libres que deja mi tenaz vigilancia del Gobex Monagus y sus mandamases (el pérfido Carrón, el jefe de los Escribanos, la sargenta Teniente y otros) he dado en seguir las andanzas de un trío raro, raro, raro… Son ellos un tal Victorio, uno que hace llamarse Cayo Pedro y el Otro, del que dicen que es el que parte y reparte.

El Trío me tiene confuso, lo cual no es de extrañar dada mi natural ignorancia; por ello, pongo los hechos en tu conocimiento, oh Viriato, para que adoptes las disposiciones que fuere menester. Éstos, los del Trío, dicen ser de una izquierda que amaba a la derecha y como tal viven y se comportan. En verdad debes creerme, oh Viriato, cuando te digo que los he visto vestir de noche pañuelos palestinos y a la mañana siguiente besar el suelo que pisa el Gobex Monagus que es muy fan de los que masacran a los palestinos. ¿Raro, eh? Pues te contaré más rarezas de este calibre.

Mientras yo vigilo los palacios del Gobex Monagus, y las andanzas del Trío, Fray Guillermo de Olivenza hace conciliábulos y correrías por poblados limítrofes; barrunto que busca ganar súbditos en otras aldeas para que le ayuden en su pertinaz tarea de derribar a Monagus el Gobernador y ganar su corona de laurel y el sillón de mandamás que tanto gusta a mengano, fulano, zutano y perengano. Guillermo de Olivenza tiene una tropa grande a sus órdenes, aunque he de investigar si es verídico el rumor de que esas legiones están adormecidas por yerbas y brebajes que les dieron a beber antaño. Observo, por ahora, que Fray Guillermo está resguardado en sus cuarteles de invierno esperando dar batalla al Gobex Monagus no sé si a campo abierto, a espada, cuchillo, azayaga (es mi favorita¡) o en comicios venideros.

Hay otras tribus que habitan en los arrabales de la civitas. Sin demora he de investigarlos pues tal vez sean los bárbaros a los que esperó Kavafis, hace ya tanto tiempo. De buena fuente he confirmado que entre ellos anda también otra tribu que hace llamarse Podamus y que acostumbran a llevar como distintivo el cabello largo y recogido en una coleta. Acecharé sus pasos por ver si son parientes de tu colega Vercingétorix o son de tribu extraña a la que habré de espiar con mayor ahínco, si cabe.

Por lo demás, aquí sigue cada cual con su teatrillo.

Hay próceres corruptos, obispos ricachones, doctores ignorantes, chequistas bien pagados, menesterosos por doquier, caraduras, mesalinas, banqueros (ah… los perversos banqueros dueños de los denarios y las penurias de la plebe), correveidiles, escribanos al mejor postor… ¡Esto es un circo, oh Viriato¡

De todos ellos te iré contando sus perversas maniobras, oculto tras un gran ficus que está en la Plaza del Rastro, conforme se sube a mano derecha. Para mi desgracia, de cuando en cuando llega la sargenta Cristina con la regadera y plaff¡¡¡ me pone empapado de agua y barro; ahora no pasa nada, claro, pero insisto que barrunto ya el sonido de los violines del cercano otoño con su monótono son y tiemblan mis pobres huesos nada más pensar en la sargenta Cristina regadera en mano, que viene, que viene, plaff!!, y pobre de mí, escondido en el ficus sin decir ni pío y empapado de agua y barro. ¡Ay mísero de mi, ay infelice¡

Ya ves Viriato cuán sufrida es la vida de este humilde escribano. Aunque bien pensado, ya podías responderme de cuando en cuando joío, que hace dos mil años que no me contestas o por lo menos podías mandarme un e-mail, aunque yo entiendo que en estos momentos bien ocupado debes estar haciendo revoluciones por todo el mundo, como tu colega Trotsky, o tal vez seas un escudo humano protegiendo a niños palestinos de la criminal barbarie que padecen… No sé, Viriato, no sé donde andas, pero dime algo, hombre, o mándame al menos un guasap que estos romanos están cada día más locos y yo estoy un lío y más solo que la luna.

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