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Una oportunidad para el sentido común

Miguel Manzanera Salavert, militante de IU Extremadura

La repetición de las elecciones del 20D constituye una muestra más de las enormes limitaciones de la cultura política española. Si bien, la incapacidad de los partidos del régimen monárquico, para ponerse de acuerdo sobre un gobierno de coalición, es índice de las incertidumbres de la coyuntura histórica y las dificultades para resolver la crisis del capitalismo, por otro lado en este caso tiene especificidades propias. La imposibilidad de formar gobierno no es inédita en democracia, pero en el Estado español responde a una mentalidad política configurada desde aquella ‘transición’, que nos trajo la democracia liberal como continuación natural del franquismo. Una democracia otorgada por la gracia de Dios y la mediación del rey. Ahora que la reforma del Estado es una necesidad evidente para todo el mundo, el régimen liberal se nos presenta como una amalgama de fuerzas políticas, incapaces de ponerse en marcha conjuntamente para hacer funcionar la dinámica histórica del país. Esta crisis terminal del régimen juancarlista, ¿podría transformarse en el final del bipartidismo monárquico-liberal?

La inercia de los partidos y las estructuras, de las mentalidades avejentadas y las relaciones clientelares caducas, ha mantenido una apariencia de normalidad durante los últimos años de crisis económica y política; pero los últimos velos han caído y el Estado español muestra sus deformidades sin tapujos: corrupción, clientelismo, dependencia del capitalismo internacional, imperialismo militarista, segregacionismo institucional, mendacidad manifiesta y reincidente,… un desorden y una injusticia que se alimentan de las continuas prevaricaciones de la clase política española. Un gobierno que debería estar ante la justicia en el banquillo de los acusados, por tolerar esas taras en las estructuras sociales –incluso de practicarlas-, se mantiene cuatro años y medio en el poder, haciendo caso omiso a las más elementales normas de la decencia. Parece increíble que sea todavía el partido más votado del espectro político español.

Solo la escasa cultura política de la población española puede explicar ese sinsentido: es el legado de los cuarenta años de dictadura fascista –después de la matanza de la guerra civil-, cuidadosamente cultivado por los españoles en la desmemoria histórica bajo el régimen monárquico. Sin embargo, las cosas han empezado a cambiar, y pueden seguir cambiando. Después del 15M y de la experiencia acumulada en estos años de crisis, la ciudadanía crítica y con pensamiento consciente, ha dejado de ser aquella minoría ridiculizada y humillada en los años dorados del bipartidismo –perseguida en los años del franquismo-. Y cada vez son menos creíbles esos medios de información, que adoctrinan a la población con un nivel ideológico por debajo de la modernidad. Con todos los problemas que debe afrontar una nueva conciencia social emergente, está surgiendo una nueva opinión pública y una nueva perspectiva social sobre las realidades históricas en las que nos encontramos.

La especificidad española: el modelo de la cultura popular española –impuesto por la oligarquía dominante en el capitalismo liberal-, es el espectáculo de masas, el fútbol –que ha relegado a los toros a un lugar marginal para disfrute de nostálgicos de la dictadura-. Sobre el esquema de los dos grandes equipos rivales, que se disputan los títulos y la fama mundial, que consiguen financiarse gracias a la corrupción y el fraude, que fabrican ídolos multimillonarios fuera de toda sensatez y equilibrio, se ha diseñado la mentalidad política de los españoles: el bipartidismo es como la liga de fútbol –y ahora un fantasma que se diluye en el aire-. Pero la crisis ha arrasado con las ilusiones de progreso y bienestar de la población anestesiada por la televisión, y el despertar está siendo muy duro.

Ahora la oligarquía española necesita diseñar otro esquema de dominación; y en ese marco, la repetición electoral vendría a mostrarnos que el proyecto de recambio todavía no está cuajado, pero está ya cuajándose. Los poderes fácticos –los propietarios del capital financiero- están maniobrando para recomponer el esquema de dominación. Ciudadanos ha abierto ese camino con su propuesta de gobierno, que reuniera en una gran coalición a los antaño rivales partidos de juancarlismo. Si esto no ha sido posible, es por la profundidad del deterioro del sistema político y el orden social neoliberal. La corrupción y demagogia de los políticos se alía a la ineficiencia del capitalismo tardío, para hacer imposible una salida racional de la crisis económica. Solo gracias a los bajos precios del petróleo se ha conseguido aliviar el estado anémico de la economía neoliberal –pero esto no es una solución racional: la guerra de rapiña de la OTAN en Oriente Medio ha traído el espejismo de una leve mejoría económica. Tarde o temprano sufriremos las consecuencias de tamaño desaguisado-.

Conviene no olvidar que la crisis es internacional y que en Europa se alimenta un fascismo rampante. El irracionalismo de las masas sirve para disfrazar la venialidad de las élites: los casos de corrupción no dejan de aflorar a la superficie de la opinión pública. El Sr. Rajoy ni se inmuta –parece que aprovecharse de los bienes públicos sea lo normal: la corrupción engrasa la maquinaria social y la hace funcionar sin chirridos-. Pero la maquinaria está gripada. El sistema se hunde por el centro: el pasado no volverá.

Para alcanzar el éxito, esa vía reformista del pacto de Ciudadanos con el PSOE tendría que haber sumado a las demás fuerzas políticas por la izquierda y la derecha. Repitiendo la magistral jugada de la transición del 78, ese pacto habría de anular al mismo tiempo a la derecha más conservadora y al izquierdismo más radical. La constitución de la mesa del Congreso, con Patxi López de presidente de las Cortes, parecía dibujar el bosquejo de lo que habría de ser el núcleo motor del nuevo orden político: la gran coalición del PPSOE con un partido bisagra que regenere a la corrompida clase política española; además ese pacto debía asimilar a los más críticos a través de Podemos.

Sin embargo, no ha funcionado. Una vez que se cerró el pacto del PSOE con Ciudadanos, se hizo evidente que estaba construido para hacer claudicar a las fuerzas emergentes del pueblo soberano; si éstas querían evitar la humillación pública habían de aceptar el papel de comparsas de la reforma política. Entonces habrían faltado a su responsabilidad política de ser la voz de ‘los de abajo’ entre los legisladores. La abstención en la votación del Congreso para dejar gobernar al representante del PSOE, hubiera significado para los portavoces de la ciudadanía crítica su desnaturalización. Primero, porque era aceptar las políticas neoliberales impuestas por la UE; y segundo, porque suponía aceptar la legislación que el PP había implementado en sus cuatro años de gobierno. Pero la radicalidad con la que los conservadores han gobernado en estos años de crisis –imponiendo su programa neoliberal sin concesiones ni flexibilidad-, es inasumible para los trabajadores brutalmente desposeídos de sus derechos. Estaba claro que ese pacto dejaba a Podemos e IU solo dos opciones: claudicar de su proyecto político o marginarse del pacto social. En el primer caso, se convertían en una fuerza subalterna perdiendo la posibilidad de incidir en la solución de la crisis social que se está desarrollando en nuestros días –perdiendo también el apoyo de las clases subalternas que les han prestado sus votos-. En el segundo caso, se les podía presentar como fuerzas externas al orden social, y por tanto destinadas a la marginación.

La jugada parecía bien concebida para marginar, una vez más, a la siempre perdedora opción por la democracia radical. Una burda trampa, que no tenía en cuenta las nuevas circunstancias sociales que nos ha traído la crisis. Los representantes de las clases populares rechazaron el proceso harto endeble de la reforma política, y han optado por afrontar en coalición el reto de la oligarquía. Y la opinión pública ha sancionado favorablemente esa decisión, según las encuestas; es decir, la crítica radical no ha podido ser marginada, y ahora la opción por un cambio profundo en las estructuras políticas, aparece reforzada y en mejores condiciones para afrontar la crisis de manera favorable para sus tesis.

Así, esta segunda Transición –que ya venía con retraso- ha comenzado con un tropiezo en la firmeza de las fuerzas de izquierda, firmeza que nace de la profundidad de la crisis económica y la incapacidad del sistema liberal para dar una solución razonable a este problema. Quizás sea el temor a una repetición de la experiencia griega con el triunfo de Syriza, lo que ha alimentado la obstinación del partido gobernante para mantenerse en el poder contra toda razón y sentido. Y en lugar de llegar a un acuerdo para la reforma política –excluyendo a los radicales-, las fuerzas conservadoras han preferido arriesgar la estabilidad política, mediante la convocatoria de un nuevo proceso electoral. Pues el bloque social de las clases trabajadoras no puede ser excluido cuando se presenta como el segundo partido más votado del espectro electoral –aunque la división en dos partidos dificultara el éxito electoral-. Así parece que, tras el fracaso de un gobierno de gran coalición con la exclusión del sector más crítico y popular, para la oligarquía española el mayor peligro estriba en que las fuerzas democráticas alcancen la mayoría de las voluntades ciudadanas en dos o tres años. O menos, según cómo evolucionen los problemas económicos y la situación internacional, los acontecimientos pueden acelerarse en los próximos meses.

La táctica política que ha escogido la derecha conservadora parece destinada a provocar el hundimiento del centro: quieren su programa sin paliativos, la confrontación pura y dura para mantenerse en el poder caiga quien caiga. Es la línea política de los republicanos estadounidenses: en una coyuntura histórica con la extrema derecha en alza, estos figurines del neoliberalismo impío no se van a arredrar ante los escándalos, más bien desempolvarán los viejos símbolos franquistas guardados en el baúl de los recuerdos. El espectro político se está corriendo con el adelgazamiento de los partidos moderados –correspondientemente a la actual dinámica capitalista que destruye las clases medias-. Como ha sucedido en Inglaterra y en otras partes, la primera víctima de esa actitud ya se ha anunciado en los periódicos: la radicalización del sector más crítico de la ciudadanía, ante los enormes problemas que nos pone delante el capitalismo tardío, conduce al desastre de ese liberalismo progresista en que han dado los antiguos partidos de la socialdemocracia; el PSOE se hunde electoralmente y pasa a ser la tercera fuerza política del Estado español. Sólo queda un camino para ese sector de la ciudadanía que todavía se identifica con las antiguas glorias del socialismo decimonónico: regenerarse como fuerza del cambio social, integrándose en el bloque de las clases trabajadoras. Un rumbo que los socialistas más despiertos han tomado ya.

Pero, sin duda, han pesado las inercias políticas. En su última campaña electoral para el 20D, el PSOE con su candidato a la cabeza, intentó revivir un esquema demasiado conocido, el bipartidismo, sin querer reconocer que ese orden político liberal –vigente en las últimas décadas de monarquía borbónica-, estaba obsoleto y amortizado. Tal vez impulsado por sus ilusiones, el candidato del PSOE llegó a insultar al candidato conservador y el debate se convirtió en un cruce de imprecaciones. No es que no se lo mereciera el señor Rajoy, lo que le dijeron; pero a Sánchez se lo han hecho pagar –ahora reconoce que se equivocó; tarde ha caído en cuenta de que las estructuras políticas y sociales del Estado español están cambiando a raíz de la crisis económica-.

Y los medios de comunicación repitiendo machaconamente el esquema bipartidista, intentando revivir la cultura política del juancarlismo; ahora bipartidismo al cuadrado con los nuevos partidos emergentes: PP y Ciudadanos (la derecha liberal-monárquica, centro-derecha) frente a PSOE y Podemos (la izquierda liberal-monárquica, centro-izquierda). Es normal esa tendencia a mantener unas ideas básicas de siempre; la pereza se aferra a las mentes rutinarias de los ciudadanos normales por un simple principio de economía -¡pero qué pena!, ¡con lo bien que funcionaba!-. Otra causa que empuja para la repetición de las elecciones: reconstruir, o al menos mantener en lo posible, la mentalidad política de la cultura popular bipartidista. La cuadratura del círculo: ¿cómo integrar esa anomalía que es Podemos, permeada por los comunistas y con veleidades republicanas? ¿Cómo instituirla como leal oposición al régimen del neoliberalismo reformado?

Algunos rasgos de la cultura política de las clases populares pueden favorecer una solución conservadora a la coyuntura actual: la inexperiencia y el miedo a gobernar por parte de unos radicales cómodamente instalados en la oposición crítica, las rivalidades y contradicciones entre esos opositores –convenientemente alimentadas por el poder-, la falta de formación de los cuadros y el desprestigio de cualquier teoría social que no sea el liberalismo dominante. Todo lo que ha mantenido a los intelectuales críticos como una pandilla de marginados –o jugando al despiste: integrados en una universidad sin otra función social que el adorno ideológico de las élites liberales-. Pero manda la historia: ya no hay poltronas para todos, subvencionadas con los excedentes de capital -¡qué lástima, era tan cómodo!-. Son las ya subrayadas dificultades de la actual coyuntura: profundidad de la crisis económica y ascenso del belicismo y el fascismo.

El movimiento está en marcha y será difícil pararlo. Para intentar detenerlo están las guerras y el terrorismo, como amenazas contra las veleidades de transformación social en serio. Una victoria de la izquierda en el sur de Europa puede cambiar el dantesco panorama internacional que nos prepara el neoliberalismo dominante. Antes o después sucederá. Ahora tenemos un buena oportunidad, el objetivo de Unidos Podemos es ganar las elecciones y abrirnos las puertas de un futuro mejor.

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