¿Poder o romería?
Nos acercamos al 8 de marzo y las plataformas feministas se ponen en marcha. Instituciones, asociaciones y grupos reivindicativos de mujeres ponen a rodar toda la maquinaria para salir a las calles y seguir demandando medidas hacia el cambio social necesario para poder aspirar a un futuro menos desigual y más feminista. Los datos que nos ofrece el CIS son reveladores, el feminismo es la ideología que más ha subido en el último año, algo totalmente comprensible debido al momento histórico que vivimos. Prácticamente la mitad de la población se autodenomina feminista pero los datos no se ven reflejados en la vida real. Así consta en la Memoria del pasado año en la que la Fiscalía destaca que en un 93,61 % de los juicios se adoptaron medidas y que también ascendieron las diligencias preliminares incoadas en 2017 (648 frente a las 543 de 2016), siendo la franja de edad de los 16-17 años la que refleja mayor incidencia. La desigualdad salarial es otra de las causas del empobrecimiento femenino.
Según el último dato del INE, el conjunto de salarios recibidos por mujeres suma un 22,9% menos que el de los hombres, en términos brutos anuales. Nadie en su sano juicio diría no está a favor de que dejen de perpetrarse crímenes de índole machista; de la misma manera que nadie estaría a favor de que un hombre y una mujer, en situaciones análogas, dentro de una misma empresa, cobraran sueldos desiguales. La cosa cambia cuando entramos en vericuetos que nos llevan a analizar el origen y el motivo por el cual se produce las distintas violencias que acechan a las mujeres prácticamente desde su nacimiento.
En 1975 la ONU oficializó la fecha del 8 de marzo como Día internacional de la Mujer.
El acontecimiento que marcó la fecha del 8 de marzo se remonta al 8 de marzo de 1857, cuando cientos de mujeres de una fábrica de textiles de Nueva York salieron a marchar en contra de los bajos salarios, que eran menos de la mitad a lo que percibían los hombres por la misma tarea. Esa jornada terminó con la sangrienta cifra de 120 mujeres muertas a raíz de la brutalidad con la que la policía dispersó la marcha. Eso llevó a que dos años después, las trabajadoras fundaran el primer sindicato femenino.
En la actualidad la lucha por dignificar las condiciones materiales y sociales de las mujeres sigue siendo el punto de partida de las movilizaciones proyectadas de cara al 8 de marzo, un marco de unificación y pacto colectivo entre mujeres de todas las capas sociales. Pero no nos engañemos, las acciones históricas provenidas por parte del movimiento feminista nunca ha tenido apoyo masivo, ni mucho menos han tenido como aliadas a las diferentes formaciones políticas, incluidas aquellas de carácter más conservador; sin embargo, el feminismo es un caramelo político demasiado tentador como combustible del voto femenino.
En estos momentos el cambio que propone el movimiento feminista está encaminado a la abolición de la prostitución por considerarse una de las formas de violencia hacia la mujer más virulentas ya que en ella se reproducen todas las formas de maltrato, hecho que no parece tener unanimidad debido a la proliferación de un “feminismo” neoliberal que defiende la “libertad de elección” sin tener en cuenta las consecuencias derivadas de lo que algunas consideran “ trabajo”. Un “trabajo” en el que el producto es el cuerpo de las mujeres que son compradas por hombres que ejercen su posición de poder socioeconómica. No deja de ser llamativo que estos mismos grupos -defensores de la explotación sexual- hagan un llamamiento al cierre de tiendas y comercios para denunciar el consumo capitalista de las sociedades modernas; pero, realmente, la mayor forma de consumo sigue estando en los cuerpos de las mujeres. Mujeres que se venden porque hay hombres que pueden comprarlas, hombres que consumen sexo de manera tóxica a través de la mayor industria capitalista existente globalmente: la industria prostituyente. “El cuerpo no es una cosa, es una situación: es nuestra comprensión del mundo y el boceto de nuestro proyecto” - decía Simone de Beauvoir .
Leía hace poco el libro de Mary Beard 'Mujeres Y Poder’ en el que la autora insistía repetidamente en la urgencia de “redefinir el poder” bordeando constantemente el término sin llegar al meollo y sin atisbo de darle una nueva re-significación. Más profunda y explícita se mostraba la filosofía Amelia Valcárcel en su obra ‘Sexo y filosofía’ sobre “mujer” y poder“ en el que decía que el poder no es un discurso porque el discurso es auto-concebido como develación del poder en sus microloci o en su referencialidad. ”El discurso sobre el poder muchas veces consiste en intentar definir a poder rastros de significación aparentemente inanes si al discurso se le concede tales virtualidades frente al poder nada tiene de extraño que acabe de convertirse en un antitético“. Es decir, solo conocemos el poder de oídas. Hete aquí la clave: el poder.
Decía Lidia Falcón en una de sus últimas entrevistas que no es eficaz que el feminismo solo se limite a ser combativo en las calles, convencida de que la movilización en la calle es necesaria pero no suficiente ya que el feminismo debe tomar el poder:
“O gobernamos y llegamos a los centros de poder -afirma con contundencia- y cambiamos esta relación de fuerzas o dentro de 100 años todo va a seguir igual”.
Yo estoy de acuerdo, va siendo hora de que nos paremos, pero para analizar; profundizar, pensar y evaluar las condiciones actuales para acceder al poder de cara a la transformación. No es momento de romerías ni de acciones carnavalescas y bailongas. Es hora de tomar el poder y ejercerlo.