Obreras de la (de)construcción
La Junta de Extremadura, a través de la Consejería de Educación y Empleo, ha aprobado recientemente la convocatoria de subvenciones destinadas al fomento de la igualdad de género en el empleo correspondiente al ejercicio 2018. En dicha convocatoria serán beneficiarias profesionales colegiadas y empresas, asociaciones o entidades sin ánimo de lucro que realicen contrataciones en cumplimiento de los requisitos que se establecen en la normativa actualmente vigente reguladas por el Decreto 105/ 2017, de 4 de julio, por el que se decretan las bases reguladoras mediante tres programas subvencionables.
En el programa I, las ayudas serán destinadas a promover la contratación indefinida de mujeres en empleos masculinizados específicos. En el programa número II, se proponen ayudas para la transformación de contratos indefinidos a tiempo parcial suscritos por mujeres en contratos indefinidos a tiempo completo; en el programa III, las ayudas van dirigidas a la contratación indefinida de mujeres que lleven más de 24 meses desempleadas después del nacimiento y/o adopción de un hijo/a .
El primer programa, en relación a la inversión en materia de igualdad, en sectores tales como la construcción; yesistas, escayolistas, encofradores, operarios de puesta en obra de hormigón, peones del transporte de mercancías, descargadores y un largo listado de profesiones relacionadas me ha llamado especialmente la atención.
Me pregunto si se ha entendido bien la lucha por la igualdad y me pregunto también si los y las responsables en el Gobierno Autonómico de Extremadura conocen realmente la problemática de la región y, en particular, la de las mujeres.
Como hija de escayolista nacida y criada en un barrio obrero de Cáceres, me veo obligada a intentar explicar por qué este tipo de subvenciones no deberían ser un propósito para ningún organismo que fomente la igualdad de género. No sé en qué están pensando nuestros dirigentes políticos, ni las mujeres que trabajan en las consejerías y en la Administración para llegar a la conclusión de que la igualdad laboral se conseguirá a base de fuerza bruta.
Solo hay que ver los datos de paro de la región extremeña y conocer la situación de miles de obreros en la actualidad para darse cuenta de que la realidad nos pone ante un espejo muy distinto al que se nos presenta en este convenio.
La construcción en Extremadura lleva muchos años en crisis, no hay peones de albañiles ni escayolistas simplemente porque no hay obras, no se ha generado empleo para este sector en el que difícilmente una mujer podrá tener acceso cuando hay profesionales que llevan años engordando la lista del paro, muchos de ellos obligados a abandonar la región por la escasez de contratación y/o por la precarización económica subyacente de la explotación laboral existente y a la falta de interés político por la creación de empleo en Extremadura.
En un momento determinado de la historia fue imprescindible negar las diferencias anatómicas-fisiológicas con el fin de convencer a los gobernantes de los países occidentales para que se diera la aprobación de resoluciones referentes a las leyes de igualdad para la consecución de actuales derechos dado que, los líderes mandatarios, incapacitaron intelectual y físicamente a las mujeres como pasa actualmente en países islámicos o hindúes; empero, ahora mismo en occidente, resulta tendencioso y peligroso negar diferencias tales como los cambios biológicos a partir de la menarquía, los cambios hormonales, la maternidad, la menopausia, el peso, la grasa corporal, la reproducción etc...
En definitiva, negar la condición biológica humana. Precisamente porque a las mujeres se les exige mayor fuerza de trabajo se produce la desigualdad. Una prueba de explotación a las mujeres, bajo la excusa de la igualdad, la encontramos en la reclamación del contrato laboral de algunas mujeres en las minas en Asturias, una reivindicación apoyada incluso por el Instituto de la Mujer lo que obligaba a que las mineras tuvieran que duplicar su fuerza de trabajo para poderse equiparar a sus compañeros varones.
Bajo el principio marxista “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según su capacidad” no cabe la posibilidad de exigir lo mismo a seres diferentes ya que los esfuerzos físicos de las mujeres en las minas terminaron por destrozarlas sin que pudieran quedar exentas de la labor reproductora y de cuidadoras.
Estas exigencias supuso que las mineras, a pesar del sobresfuerzo, no pudieran conseguir los objetivos, privándoles así, de las primas económicas de las que sí eran beneficiarios sus compañeros masculinos. La patronal se frotaba las manos demostrando que las mujeres no podían competir en igualdad de condiciones premiando a sus congéneres masculinos en beneficio de sus peculios tal y como señala Lidia Falcón en ‘ Los nuevos mitos del feminismo’ hace ya más de una década.
En muchos de estos trabajos propuestos por la Junta de Extremadura se reproduce el mismo fallo que con las mineras. Los escayolistas han trabajado a destajo durante toda la vida, cobraban por metro realizado durante interminables jornadas laborales.
En el año 1999 se consiguió reunir a los 145 profesionales del yeso en Cáceres incorporando al sector dentro del convenio colectivo de la construcción consiguiendo asignarle la categoría de especialistas asegurándose salarios acorde con las circunstancias a cambio de unos rendimientos mínimos.
Los profesionales del yeso se dieron cuenta pronto de que, pese a esos mínimos de exigencia estipulada, había compañeros que no podían llegar a los mismos logros debido al rendimiento físico necesario.
Las condiciones precarias de los obreros del yeso llevó a los trabajadores a la huelga exigiendo un salario digno reivindicando a su vez políticas relacionadas con la prevención de riesgos laborales asociados a la categoría. Pese a los logros atesorados, este tipo de trabajos supone un alto riesgo para la salud debido a que la exposición a altas temperaturas hace más nociva la inhalación de las partículas de polvo provocada por la mezcla de abono en el yeso para frenar el tiempo de fraguado de la masa resultando insalubre para el obrero.
Las diferencias ventilatorias en la mujer son secundarias a la de los hombres, tanto a su menor dimensión corporal, como del desarrollo de la caja torácica y menor tejido pulmonar. Por ello, los parámetros de función respiratoria en las mujeres son inferiores a los del sexo masculino porque tiene menor capacidad pulmonar total. Para poder mantener la misma ventilación que los varones las mujeres deben aumentar la frecuencia respiratoria estando aumentando la probabilidad de complicaciones respiratorias en caso de inhalaciones tóxicas.
Lo mismo pasa con las bajas temperaturas, el ropaje utilizado en trabajos relacionados con la construcción se mantiene en contacto con la humedad permanentemente teniendo en cuenta que supone mayor riesgo de salud en el cuerpo de una mujer. La mayor proporción de masa corporal es capaz de producir calor involuntariamente y esto hace que, en promedio, los hombres no sientan el frío tan fácilmente como las mujeres. Justo antes de producirse la menstruación femenina, la temperatura corporal cae y los niveles de hierro también tienden a ser bajos en los días previos al sangrado. La deficiencia de hierro causa una caída en el número de las células rojas de la sangre, lo que conduce a una pérdida de calor en el cuerpo femenino.
Las mujeres no podemos exigir la entrada a puestos de trabajo que han sido y son espacios laborales hostiles físicamente, ha sido a través de la lucha obrera donde las mejoras han ido produciéndose, la igualdad es también una cuestión de clase y la máxima reivindicación tendría que estar en el acceso a puestos de trabajos donde el obrero sea mano de obra no explotada y se den condiciones laborales dignas; la igualdad no consiste en emular el comportamiento masculino a costa de la salud en aras de la igualdad.
Esto no solo les pasa a los escayolistas, también les pasa a los encofradores y alicatadores cobrando más quién mayor rendimiento bruto aglutina a final del mes. Nos quieren decir entonces que la mujer extremeña además de cuidar de sus hijos, trabajar en el hogar y hacerse cargo de familiares dependientes tiene la posibilidad de acceder “igualitariamente” a un puesto de trabajo masculinizado donde será triplemente explotada a través de la fuerza de trabajo, la reproducción y el trabajo doméstico.
Estas conclusiones no son válidas ni tan siquiera bajo el paraguas del supuesto auge de la cuarta ola feminista porque en Extremadura, como en toda España, la mujer sigue siendo el sexo explotado por su naturaleza y muchos más con su incorporación en sectores masculinizados como en la construcción donde los empresarios contratantes siguen siendo hombres dando empleo a otros hombres en riesgo de precarización. Lo que nos hacía falta a las mujeres, levantar arquitecturas que duplican nuestro peso, cargar con esportones llenos de piedras, volver a casa para seguir trabajando, cuidando y seguir cobrando menos. Así no.
Esto no quiere decir que las mujeres no estén capacitadas para incorporarse en puestos de trabajos de carácter masculinizados, significa que la desigualdad sexual es una realidad existente en nuestra comunidad.
Las mujeres rurales de Extremadura son las que más sufren violencia de género y las que menos denuncia debido a la normalización de la violencia dentro de la pareja. Una mujer rural que accediera a un puesto de trabajo de estas características estaría físicamente más expuesta que un hombre a sufrir problemas de salud, necesitaría duplicar su fuerza de trabajo para equipararse a sus compañeros masculinos y no le liberaría de las tareas domésticas, reproductivas y de cuidados en el ámbito familiar produciéndose así la explotación. De la misma manera ocurriría con una mujer que fuera madre soltera, más allá de ayudarle en su emancipación se le estaría sometiendo a través del empleo precario.
Pretender dar pasos de gigantes en una sociedad donde el empobrecimiento femenino obliga a las mujeres a estar continuamente explotadas es de ilusos y muy peligroso discursivamente.