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Del franquismo a la 'chambra': la historia de las mujeres migrantes que trabajaban en el servicio doméstico en Francia

La exposición, con la representación de una 'chambra' en el centro.

Beatriz Muñoz

Santiago de Compostela —

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Joan Morera, artista e investigador nacido en Vigo en 1984, se encontró con que no iba a ser fácil reunir narraciones en primera persona para contar una realidad que, hacia 2017, había centrado su atención: la vida de las llamadas conchitas, migrantes gallegas y de otras partes de España que en los años 60 y 70 se iban a trabajar a Francia, sobre todo a París, como empleadas del hogar para familias ricas. Nadie parecía haber mostrado antes mucho interés por registrar sus historias, invisibles para la mirada masculinizada en plena dictadura y en lo que Morera interpreta como un desinterés en democracia por rescatar el fenómeno de la emigración por motivos económicos.

En su estancia en París durante unos meses con una beca del Ministerio de Exteriores para artistas, Morera decidió que si lo que había era fundamentalmente un silencio sobre esta realidad, construiría su proyecto en torno a él y a partir del elemento común: la chambra. Este era el nombre que estas mujeres daban a sus habitaciones; una castellanización del chambre francés. Estos espacios -pequeños, de en torno a seis o siete metros cuadrados- ocupaban la última planta de los edificios en los que vivían las familias adineradas para las que servían. Ahí, en esos cuartos que utilizaban para poco más que dormir, con jornadas que iban de las siete de la mañana a las diez de la noche, convivían con otras mujeres en su misma situación y trababan relaciones.

El material, expuesto en la sede viguesa de la Diputación de Pontevedra hasta el 30 de abril con el nombre A 'chambra'. O cuarto do lado, empezó como un proyecto de investigación de Morera, que trabaja habitualmente con temas relacionados con la emigración. Él mismo tenía familiares que se habían trasladado a Francia a trabajar. Pero al llegar a París y empezar a buscar testimonios, se encontró con que apenas quedaban ya. Terminó, de hecho, entrevistando a su tía abuela, “prácticamente la única portera española que quedaba en todo el barrio”. Porque estas mujeres, después de trabajar en el servicio doméstico, pasaron a ocupar las porterías de la capital francesa. El artista encontró, eso sí, documentación y habló con sociólogos e historiadores para componer su trabajo, que integra contenidos audiovisuales con escultura y fotografías. Como elemento central, recrea con listones de madera las dimensiones de una de esas chambras.

El autor se basa en la documentación recopilada y en entrevistas realizadas durante el proceso. “Me pareció interesante documentar todo esto a partir de testimonios secundarios o periféricos”, explica. Son los del historiador francés Bruno Tur; la catedrática de Sociología en la Universidade de A Coruña Laura Oso Casas; la emigrante española en Francia Alicia González; el abogado y escritor francés, criado junto a jóvenes españolas que trabajaban en su casa, Germain Latour; Marta Sábado, quien durante su época de estudiante vivió en una chambre de bonne en París; y la escritora Mariasun Landa, que relató en una autobiografía sus años de formación y como trabajadora del servicio doméstico en la capital francesa.

Cuando se empezó a adentrar en el tema, Morera dio, a través de un amigo, con un libro llamado Conchita et nous, que es un manual de los años 60 que “se utilizaba un poco en clave irónica y sarcástica, pero se utilizaba”. Se dirigía a las patronas de las casas que contrataban a estas mujeres para las tareas domésticas y les daba consejos sobre “cómo tratarlas, cómo hablarles” y traducciones al castellano de algunas expresiones. En este texto encontró el lugar desde el que se quería acercar a la emigración española en Francia: “Me di cuenta de que había esta palabra, conchita, y empecé a enfocarlo en las mujeres”. Era “muy característica” en aquella época la figura de la bonne à tout faire, es decir, una criada.

En medio de la falta de testimonios, dice Morera, “lo que sí quedaba era el espacio de la chambra”. Expone que, pese a la dureza de la vida en esas condiciones laborales, ese cuarto propio era “muy importante” para estas mujeres y disponer significaba también algo positivo: “Aunque era muy pequeño, para ellas era un espacio que les permitía ser independientes, además de economizar mucho dinero”. Su situación, pese a todo, les retiraba al menos una parte del peso del escrutinio social a la mujer. Se aprecia claramente en las fotos que enviaban a sus familias en España, dice el artista: “Tenían mucho cuidado porque podían ser muy malinterpretadas. Mandaban las más típicas de monumentos, pero no de la vida privada o en las que saliesen hombres o bailes”.

La emigración según el franquismo

El contexto del que partían, recuerda, era la dictadura franquista, que “la manera que tenía de vender la emigración era que había un hombre que se sacrificaba por su patria e iba a buscar el dinero fuera”. La mujer aparecía en este discurso “como acompañante, no como protagonista”. “Pero eso no fue así”, dice. Era habitual que se marchasen solas -las casadas solían llevarse después a su marido e hijos-, a pesar de que el franquismo trasladaba que Francia era un lugar “peligroso” para ellas, en donde se iban a quedar embarazadas o dedicarse a la prostitución. Morera asegura que había “una doble moral”: por un lado no se promovía que fuesen solas e “ideológicamente estaba mal visto”, por otro, se permitía para dar continuidad a las remesas que enviaban.

Los relatos que hay son de “un tipo de vida duro”, expone. Pero también se encontraban con que tenían una independencia económica que en España no les estaba permitida y “una apertura de mente brutal”. Muchas de ellas, tenían acceso a formación y a lecturas en Francia. Y también tenían “en muchos sentidos una libertad que en su país de origen no tenían: podían salir e ir a bailar por ahí sin que nadie las mirase mal”. Morera dice que no puede avalarlo con datos, pero su impresión es que “muchas no querían volver” y sentían “cierto rechazo a su país de origen”. No ocurría, según su apreciación, con los hombres, en los que se encontraba “más añoranza de su país”.

La hipótesis de Morera sobre por qué estas historias no quedaron registradas es que “cuando empieza la democracia estos temas no interesan en general y el de las mujeres, menos”. Quienes siguieron viviendo en el extranjero tras la muerte de Franco se quedaron, en algunos casos, “un poco aislados”. “Estas historias no se recogieron. No sé exactamente por qué, pero creo que fue porque a ningún país le interesa reconocer que la gente se tuvo que ir”.

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