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Por qué el gallego pierde hablantes: las políticas de Feijóo, castellanización en la escuela y menos transmisión entre generaciones

Imagen de archivo de una manifestación de la plataforma 'Queremos galego' en la Praza do Obradoiro de Santiago.

Beatriz Muñoz

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Las cifras de hablantes del gallego están en descenso y hace años que las previsiones de los lingüistas son que el castellano terminará por convertirse en el idioma más frecuentemente empleado en Galicia. Los datos del último Censo publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) concluyen, de hecho, que esa situación ya ocurre. En el apartado sobre el uso de los idiomas, quienes declaran hablar siempre o frecuentemente gallego son menos que quienes dicen optar mayoritaria o totalmente por el castellano en todos los ámbitos analizados (familia, amigos y trabajo). El panorama que dibuja el estudio difiere del que planteaba en 2019 el trabajo más reciente sobre el uso de la lengua elaborado por el Instituto Galego de Estatística (IGE), que determinaba que el gallego era todavía mayoritario en la sociedad y que el 52% lo hablaba preferentemente. Pero los datos de una y otra encuesta no son comparables: las preguntas que se hacen son distintas.

Henrique Monteagudo, miembro de la Real Academia Galega (RAG) y experto en sociolingüística, señala que para quienes han seguido la evolución de los datos, el hecho de que el castellano supere al gallego “no solo no es una sorpresa, sino que estaba profetizado”. Cita, en concreto, un estudio de la RAG de 2016 en el que ya se avisaba que, de no cambiar las tendencias, la lengua mayoritaria en Galicia entre las personas de 15 o más años sería el castellano en un breve plazo de tiempo. El “deterioro de la base demográfica” del gallego en los últimos años, insiste, es “evidente” y se ha intensificado en la última década. El punto de inflexión lo sitúa hacia 2008, cuando empezaron a ganar espacio discursos sobre una supuesta imposición del gallego.

Esos mensajes encontraron resonancia en algunos medios de comunicación y en un partido político, el PP, entonces capitaneado en la oposición por Alberto Núñez Feijóo. Uno de los eventos más visibles derivados de aquel discurso fue una manifestación en febrero de 2009 -a poco menos de un mes de las elecciones autonómicas en las que Feijóo obtuvo su primera mayoría absoluta- convocada por la plataforma Galicia Bilingüe. El entonces presidente del PPdeG no se dejó ver allí, pero sí se fotografió tras las pancartas el actual presidente de la Xunta y de los populares gallegos, Alfonso Rueda. Junto a él, la exministra Ana Pastor. Ya desde San Caetano, una de las primeras iniciativas de Feijóo supuso reducir por primera vez la presencia del gallego en las aulas: al año siguiente, en 2010, vio la luz el discutido decreto del plurilingüismo.

Doce años después, se confirma que el descenso de hablantes del idioma propio no ha parado y los datos del INE cuestionan uno de los objetivos de ese documento, que era elevar la competencia en inglés del alumnado: los gallegos de menos de 20 años son los que más declaran -el 73,7%- no entender nada de ese idioma dentro del Estado. Este dato es visto con reserva, sin embargo, tanto por Monteagudo como por el secretario xeral de Política Lingüística de la Xunta, Valentín García, que señalan que se contradice con las conclusiones de otros estudios que sitúan como más competentes en esta lengua extranjera a los alumnos de comunidades autónomas con dos idiomas.

¿Por qué se pierden hablantes de gallego?

El papel institucional y las políticas promovidas por Feijóo y que la actual Xunta mantiene es una de las causas, de acuerdo con los expertos, que están detrás de la pérdida de hablantes del gallego. El presidente de A Mesa pola Normalización Lingüística, Marcos Maceira, considera que no es que ahora se haya producido una “ruptura”, sino que la caída es “algo que viene de hace mucho tiempo y tiene unas causas perfectamente establecidas”. A su juicio, tiene que ver con las dificultades de uso: “Hoy es imposible hacer una vida normal plena, las 24 horas del día, en gallego”. Todo esto, asegura, “es el resultado que se tenía que producir con la política lingüística -o más bien su falta- que hay en Galicia”. En el reparto de responsabilidades apunta fundamentalmente a la Xunta, aunque también a la administración estatal.

Monteagudo, por su parte, explica cómo actúan los elementos que provocan que el castellano avance. Lo más elemental, dice, es que en la población de Galicia hablan más gallego los mayores que los jóvenes, de modo que la dinámica vegetativa lleva a una pérdida del idioma propio. Además, hay “una inercia muy grande de expansión del castellano”, vinculada a los movimientos de población y la concentración cada vez mayor en los entornos urbanos y periurbanos, en detrimento de las zonas rurales, que pierden habitantes. En algunas comarcas los niveles de uso del gallego sí se mantienen, pero en las ciudades el predominio del castellano se hace claro. “Y el gallego no cuenta con una posición institucional y social lo suficientemente fuerte como para que los gallegohablantes que se desplazan a estos núcleos en los que el castellano es mayoritario no se sientan desmotivados”, expone. Añade que “las instituciones, y en concreto la Xunta, no están abordando este problema”.

El efecto castellanizador de entrar en la escuela

En el caso de los adultos, afecta la integración en el ámbito laboral y social. En el de los más jóvenes se observa el impacto de la etapa escolar, prosigue. El experto hace referencia a lo común que es que en hogares en los que hablan a los niños en gallego, estos empiecen a cambiar al castellano al entrar en el colegio. Recuerda un estudio de la Real Academia Galega presentado el año pasado y centrado en los alumnos del ayuntamiento de Ames, vecino de Santiago. La dinámica se nota desde el primer contacto, dice, en el que ya se pierde un 10%. Al pasar a Primaria es otro 10% y con el cambio a Secundaria, otro 10%. En la etapa infantil son “muy sensibles” porque están construyendo su personalidad y, si perciben que usar el gallego puede suponer una “desmejora de su imagen”, lo van dejando. Monteagudo no pone el foco únicamente en la lengua vehicular de la enseñanza -hay asignaturas tanto en el idioma propio como en castellano-, sino también en la comunicación con otros compañeros o la influencia de los productos audiovisuales y de ocio. Pero esto “no exime de su responsabilidad” a las administraciones, recalca Monteagudo. Al contrario, considera que subraya más que las políticas que se adoptan “no son eficaces, por decirlo de manera suave”.

Los hablantes de lenguas subordinadas están sometidos a lo que se llama “una carga de estrés”, es decir, han de hacer un esfuerzo para mantenerse en su idioma. Ante la lengua dominante, si no hay políticas que estimulen el uso del gallego y no se muestra “su valor y una disposición de defenderlo” por parte de los poderes públicos, los hablantes se ven “desarmados”, agrega Monteagudo, que destaca que en Galicia las élites políticas y económicas y los medios de comunicación lanzan, sobre todo desde 2009, un mensaje que es de “abandono, despreocupación e incluso rechazo” del gallego y esto “cala en la sociedad”. Es uno de los elementos, dice, que influyen en la quiebra de la transmisión intergeneracional que afecta a esta lengua. Esto quiere decir que hay padres que son gallegohablantes pero que no usan este idioma con sus hijos.

Una lengua “inutilizada”

Marcos Maceira hace referencia a un “ambiente” en el que el gallego queda relegado y que “no anima a nadie ni a empezar a hablarlo ni a quienes ya lo hablan a mantenerse en el uso de la lengua”. Faltan “posibilidades de uso” y esto, considera, “es como inutilizar el idioma”. El presidente de A Mesa relata ejemplos concretos: se usa en menos del 1% de las sentencias judiciales, es difícil suscribir una póliza de seguro en esta lengua, su presencia es “escasísima” en la programación infantil en la televisión, hay trámites con la administración general del Estado en los que es “imposible” usar el gallego. En este contexto, opina que “lo raro sería que el gallego subiese”: “Milagros, por el momento, no se conocen”.

Reflexiona también sobre algunos avances, como la introducción de doblaje en gallego para algunos contenidos audiovisuales en algunas plataformas. Lo “curioso”, señala, es que estas mejoras se lograron “por la presión social”. Pero recalca que, incluso con estos logros, es necesario estar vigilante para que se cumplan. “Si no hubiese entidades sociales de defensa de la lengua incluso frustrante. Lo vemos todos los días: tenemos un servicio que se llama Liña do galego, que es para atender quejas y reclamaciones relacionadas con el uso del gallego, y hay gente que sufre mucho las consecuencias”. Les llegan desde problemas menores como dificultades para entregar paquetes porque los navegadores de las empresas de reparto no reconocen la toponimia y los nombres oficiales en gallego a otros más graves como el caso de un hombre de Rianxo que denunció que tuvo inconvenientes en la vacunación contra la COVID por hablar en la lengua propia.

Diglosia

Maceira destaca dos datos del Censo del INE. Uno es que casi un 30% de los menores de 20 años no habla nada de gallego o lo hace con dificultad. Este es “el único elemento para valorar el decreto del plurilingüismo. Y es negativo”, valora. El otro elemento es que el estudio refleja el diferente nivel de uso según los ámbitos: hay quien lo habla en su ámbito familiar, pero no lo traslada a situaciones sociales como el entorno laboral o los amigos. “Esto siempre se llamó diglosia”, zanja.

El secretario xeral de Política Lingüística de la Xunta, Valentín García, admite que la diglosia es “evidente”, pero se escuda en que es una situación compleja que “no se cambia de un día para otro” y en que “se ha avanzado mucho”. Niega que haya un problema en el sistema educativo y sostiene que es una cuestión de “la socialización de los niños”, que tiene como uno de los escenarios principales el colegio. “Lo que tenemos que fomentar es el uso y tenemos que hacer un plan de implicación social”, asegura. En donde cree que hay que insistir es en las actividades extraescolares, en la lengua en la que los monitores de actividades deportivas hablan a los menores y en cuestiones relacionadas con el ocio como los videojuegos.

Por su parte, tanto el representante de A Mesa como Henrique Monteagudo hacen referencia al consenso lingüístico que había en Galicia antes de la llegada de Feijóo a la Xunta, articulado en torno al Plan Xeral de Normalización da Lingua Galega aprobado por unanimidad en 2004, cuando Manuel Fraga Iribarne era el jefe del Gobierno autonómico. Monteagudo pide volver al “consenso político amplio” para llegar luego al “consenso social” y “cargar las pilas a la sociedad gallega”. “Hay que mostrar un compromiso y que se vea que es serio. Y eso es una tarea de todos”, zanja.

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