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Entrevista - Premio Nacional de Poesía Joven

Ismael Ramos: “La poesía sirve para, muy de vez en cuando, lograr que un poema haga que tomes posición sobre las cosas”

El poeta gallego Ismael Ramos, Premio Nacional de Poesía Joven 2022, en Santiago de Compostela

Daniel Salgado

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Lixeiro (en gallego, Xerais; en castellano, traducción del autor, La Bella Varsovia, 2021) es una línea de sombra. Un punto de no retorno. El que separa las certezas de una idea debilitada de futuro. El jurado que le otorgó la semana pasada el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández, organizado por el Ministerio de Cultura, habló de “canto generacional que conjuga ironía y nostalgia”. “El discurso generacional del libro está relacionado con la historia”, aclara su autor, el poeta Ismael Ramos (Mazaricos, A Coruña, 1994). “Dentro de los abrigos había papeles doblados. Pero no sé por qué os cuento esto. / Quizás es para que sepáis que tampoco nos hacíamos muchas ilusiones”, escribe en el poema Europa ou Así falou David, “eramos jodidamente listos, eso sí. / Nuestro porvenir se dictaba entonces en periódicos extranjeros. Era necesario aprender idiomas”. Escrita con línea clara, la de Lixeiro es una poesía de lo sensible, en la que lo sensible son tres jóvenes borrachos, el antagonismo de clase y un corazón indemne.

¿Qué le interesa de Annie Ernaux?

De la literatura de Annie Ernaux me interesa muchísimo que no está por encima de la vida, ni tampoco es la vida. Es un análisis. Me gusta la idea de Ernaux de la literatura como ese bisturí con el que examina las cosas. Cualquier escritor que la lea siendo consciente de cómo se escribe un libro, es consciente de la dificultad de lo que ella hace. Un libro como Pura pasión, por ejemplo: primero tienes todo ese material, el diario: lo debes expurgar, trabajarlo, y al mismo tiempo hacer autocrítica, leerte después de muchos años... Es una labor dificilísima. Ernaux trabaja con la vida sin ser autobiográfica al instante, algo a lo que estamos acostumbrados, ni tampoco suponiéndose más lista de lo que fue.

Y todo con aparente sencillez estilística.

Claro, ese casi tópico de que hace parecer muy fácil lo que es difícil. Libros de 80 páginas que son brutales.

Una cita de Ernaux abría Lumes [Fuegos, 2017], su anterior libro. Su poesía y la prosa de Ernaux comparten una escritura situada, sin miedo a la clase social, a la familia, al trabajo. No velan la realidad.

Me gusta pensar en una palabra que está muy connotada, compromiso. Para mí existe un compromiso con la escritura. No es un compromiso social, ni un compromiso necesariamente político.

No es un compromiso con nada externo a la poesía.

Claro. Ni siquiera es un compromiso con la honestidad, una palabra que mí me gustó durante mucho tiempo y que ahora me molesta. Es un compromiso con la escritura como herramienta. Ir al corazón de las cosas e intentar extraerlas, ensañarlas. Cuando escribes, vives al mismo tiempo dos situaciones muy extremas: la sensación de que comprendes y la sensación de abismo. Eso provoca que mis poemas intenten, no sé si lo logran, alcanzar cierta verdad. Que el concepto de verdad esté próximo a lo que yo entiendo que debe ser la escritura.

¿Echa en falta esa relación con la verdad en la poesía actual?

Echo en falta que el discurso y el foco se aparte de una vez de la retórica. Creo que los discursos, pienso en discursos académicos y críticos alrededor de la poesía, siguen hoy en día enormemente envenenados por categorizaciones del pasado, que en su mayor parte tienen que ver con la retórica. Lo que causa, creo, un doble problema. Por un lado, la crítica o la academia asocian determinados recursos retóricos a determinada poesía, el despojamiento o lo alambicado, da igual. Y por otro, muchos autores y autoras que escriben tienen vicios que no son suyos, heredan vicios que no son suyos.

Escribir es también deshacerse de los vicios que no de uno.

Lo que echo en falta, en ese sentido, es independencia. Es otra de las cosas que yo procuro mantener a toda costa cuando escribo.

Y sin embargo el fallo del jurado, y antes la crítica, se refiere a Lixeiro como libro generacional. ¿Se siente cómodo con esta idea?

Me siento cómodo con la etiqueta generacional porque posiblemente lo que para mí es generacional resulta mucho más laxo, más enrevesado, de lo que significa para el resto del mundo. Cuando se habla de generaciones en literatura, por ejemplo, siempre he defendido que la verticalidad de las influencias nunca es de arriba a abajo, sino que se da en horizontal. Para mí la palabra generación también es horizontal.

¿Esa idea está en Lixeiro?

Lixeiro contiene una trampa. Los poemas parten de un grupo de personajes generacionales. Se podría pensar que ese es el discurso generacional del libro. Pero el discurso generacional del libro tiene más que ver con la historia, con el contexto histórico, que para mí sí es generacional. Pienso en esos artículos de prensa un poco absurdos sobre millenials de 50 años... No, son personas de 50 años que viven en el mundo. Igual que conozoco jóvenes de 20 que no comparten en absoluto ni mis ideas ni mi manera de ver las cousas el mundo. Pienso en el triunfo de Feria, de Ana Iris Simón, y en lo que puede tener que ver conmigo. Es imposible hacer un retrato generacional. Cualquier generación es irreconciliable en sí misma. Entonces, prefiero hablar de la historia. Aunque partas del punto de vista de un grupo de amigos.

En relación precisamente a la historia, uno de los núcleos de Lixeiro trata sobre el debilitamiento de la idea de futuro.

Totalmente.

Eso sí es, de alguna manera, generacional.

Lo es. De hecho el poema que se titula O futuro reivindica: una vez que ha desparecido esa idea idea de futuro, ¿qué podemos hacer? La apuesta del libro consiste en buscar la trascedencia y un modo de vida en la indecisión. Cómo vivir en la indecisión. Como convivir con la incertidumbre y al mismo tiempo como vivir en la indecisión. Bueno, hay partes del libro que reivindican ser felices en la indecisión y hay otras partes en las que no.

El libro es complejo, no es unívoco.

Ni me gustaría que lo fuese.

¿La poesía construye certezas, aunque sea la certeza de la incertidumbre?

La poesía sirve, sí. Como diría [la poeta italiana] Patrizia Cavalli, a quien estoy leyendo, algo así: “Un amigo me dice que mis poemas no salvarán el mundo. / Yo le contesto que por supuesto que sí, / mis poemas no salvarán el mundo”. ¿La poesía sirve para algo? La poesía sirve precisamente para de vez en cuando, muy de vez en cuando, lograr que un poema haga que encuentres tu posición, que tomes posición sobre las cosas.

¿El autor o el lector?

Ambos. Una idea que me gusta mucho y que durante mucho tiempo estuvo presente -ahora no sé si tanto- es la de intemperie. Eso es lo que consigue la poesía, dejarte en un momento dado a la intemperie. Y es una intemperie buscada, claro, no puedes decir que la poesía sea cruel contigo.

En la nota de agradecimiento de Lixeiro dice que el libro se tituló en algún momento Libro dos amigos. Más allá de la referencia a [el escritor gallego, muerto en 1976] Otero Pedrayo, ¿escribe con algún destinatario presente?

Una de las cosas que sucede cuando escribes y hay gente implicada en lo que escribes es que, necesariamente, estás problematizando algo. Aunque el poema sea conciliador, expresa un problema. Es a veces un diálogo de sordos. De hecho hay otro poema en el libro, Soñei cos meus amigos [Soñé con mis amigos], que habla de eso, la incomunicación absoluta. Y este libro es un intento de comunicarnos. No voy a dejar de intentarlo. Creo que la poesía es una manera de no dejar de intentarlo. Es un intento constante de comunicación que no obtiene respuesta. Es un acto comunicativo fallido. Yo, que soy profe de secundaria y explico cómo tiene que ser el acto de comunicación...[ríe]. El poema es un acto comunicativo que nace fallido pero que después funciona cuando ya no estás. Hay algo ahí...

Un desajuste.

Hay un desajuste, un cierto desajuste. El poema nace de un cierto desajuste. Pero no, no escribo pensando en nadie, aunque escribo rodeado de gente. Creo que ahí está la clave de que estos poemas puedan parecer tan humanos, tan humanizados, de que haya tanta gente en ellos.

O humanistas, pese a que la palabra resulte a estas alturas peliaguda.

Está bien, humanistas, sí, sí. Entiendo que si estoy rodeado de gente, mis poemas van a tener la medida de la gente. Si yo escribiese un poema épico, que hay intentos en este libro, sería un poema épico a medida de la gente.

Un poema épico fallido.

Hay un poema épico fallido, totalmente.

Fallido en la épica, no como poema: Europa ou Así falou David [Europa o Así habló David].

[Ríe]. El libro juega constantemente con esa idea. El poema sobre los 24 años [O meu corazón aos 24 anos] que dice: “Este vai ser un poema longo” [“Este va a ser un poema largo”] y no es un poema largo. Y al final el poema rompe totalmente. Salgo corriendo o corro y escucho la canción de una zarza. La medida de lo humano.

Relacionado con la épica, está la idea de Europa y la ruptura de expectativas que recorre el libro.

También. Hay grandes conceptos en el libro pero están totalmente desmenuzados. Para mí no se trata del edificio, son los planos de la planta del edificio, pero no el edificio. Este libro es un libro que, como escritor, me reta mucho. Me cuestiona a mí mismo. Y eso me gusta. Es, para mí, un libro raro, se me rebela. No me pasa con Lumes [Fuegos, Apiario, 2017] ni con Os fillos da fame [Los hijos del hambre, Xerais, 2016].

Hablaba de la poesía como acto de comunicación fallido y, sin embargo, su estilo busca la claridad.

Lo dice la cita que abre el libro, de Peter Handke: “Al final diré algo, un poco”. Ser consciente de que voy a intentar decir algo, pero no saber si lo voy a conseguir. Este balbuceo. Parece que la idea de balbuceo en poesía tiene que desarrollarse a través de la ruptura lingüística, del cuestionamiento... Está genial, pero me hace gracia, porque también se puede atacar eso por otra vía.

En una entrevista concedida estos días, declaraba que el Premio Nacional, dotado con 20.000 euros, le serviría para “comprar tiempo para escribir”. ¿Se está rompiendo cierto tabú sobre hablar de las condiciones materiales de la escritura?

No sé si se está rompiendo, pero a mí me interesaría que se rompiese, desde luego. Parece increíble. Se siguen vendiendo historias de superación. Periodistas que son conscientes de mi posición, de mi origen de clase, y me preguntan si el premio es la recompensa al trabajo. Soy incapaz de verlo así. 20.000 euros no cambian tantísimo mis condiciones materiales. Tampoco aprobar una oposición [Ramos trabaja como profesor de secundaria] ¿Mejoré? Por supuesto que mejoré respecto a mis padres y sus condiciones de vida. Pero eso no quiere decir que mi escritura y mi disposición a la hora de escribir no sea la que es y esté rodeada de las dificultades de las que está rodeada. Para mí no es tanto el discurso más asentado de “soy escritor pero tengo que pagar facturas”. No, no es eso. Es simplemente lo que decía Natalia Ginzburg: esto es un oficio, igual que el de carpintero. Y la gente puede ser carpintero y no vivir de ser carpintero.

Parece saludable para la literatura, en todo caso, que se discutan estas cosas.

Sí, por supuesto, que se visibilicen. Pero me hace gracia porque creo que se está visibilizando pero sigue estando un poco pervertida esa visibilización. Porque es eso de “ahora que te va muy bien, ¿te sientes recompensado?”.

La ideología dominante es la ideología dominante.

Claro. Por volver a Annie Ernaux, que cuando dice eso creo que piensa en Rimbaud, un Premio Nacional no venga mi raza. Lo dijo Ernaux del Nobel.

Da pie a la última pregunta: ¿qué indica un Premio Nacional?

No lo sé. Es muy complicado. Indica que tu discurso se coloca en el foco. Y que un grupo de personas, porque al final no deja de ser una cosa mucho más burda de lo que pensamos, que procedían de instituciones muy diversas, de puntos muy diversos del Estado, se pusieron de acuerdo para dar esa visibilidad que son conscientes de que tiene el premio a un discurso determinado.

A un discurso en una lengua determinada, y subalterna, el gallego, lo que no es menor.

Eso es interesante, claro. Pero espero que dentro de cinco de años nadie se acuerde de que fui Premio Nacional. Será una buena señal. Querrá decir que he escrito otros libros.

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