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ENTREVISTA- director de cine y ganador de un Goya

Jorge Coira: “Me ponen nervioso los personajes sencillos. Ser héroe y ser villano puede ser compatible”

El director galardonado con un Goya, Jorge Coira

Javier H. Rodríguez

6 de septiembre de 2021 10:26 h

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El primer contacto que tuvo Jorge Coira (Rábade, 1971) con el audiovisual fue la Super8 de su padre. La primera sala de cine que pisó, el comedor de su casa. Allí, sus seis hermanos, sus padres, sus abuelos, su tía y él salían de sus cuartos, todos los viernes por la noche, para juntarse alrededor del proyector y ver versiones reducidas de grandes clásicos como las películas de Buster Keaton. En aquel ambiente se comenzó a forjar la pasión por el cine que todavía hoy mantiene intacta y que le ha llevado, entre otras cosas, a ser homenajeado en la XVIII edición del Festival de Cans por su dilatada y exitosa trayectoria como cineasta.

Coira recibe a elDiario.es en la pequeña aldea pontevedresa de Cans, donde hace casi veinte años que los tractores se reconvirtieron en limusinas y los establos y bodegas, en salas de cine. Por esos lugares de un poco convencional rural gallego han pasado personalidades tan relevantes como Fernando Trueba, Isabel Coixet o Ian Gibson. Por eso, las personas que organizan el que quizás sea el evento de cine más prestigioso de Galicia hace tiempo que decidieron definirse como los precursores del agroglamour. Quizás el Festival de Cans cuente con menos alfombras rojas y excentricidades que su homólogo en Francia, pero lo que empezó siendo como un pequeño intento por visibilizar el cine gallego, ha superado con creces cualquier expectativa.

En uno de esos rincones mágicos, bajo la sombra de parras y carballos, entrevistamos al director, guionista, montador y ganador de un Goya, Jorge Coira, para hacer un recorrido cronológico por su carrera.

¿Cuándo y cómo fue tu primer contacto con el cine?

Fue en la infancia. No recuerdo cuáles fueron las primeras películas que vi, tengo mala memoria. Lo que sí recuerdo son retazos sueltos relacionados con el cine. Tengo imágenes de mi padre haciendo películas en Super8. Tenía lo que llamaban un tomavistas para hacer películas familiares. Yo a veces quería usarlo, pero la cinta era muy cara, entonces solo podía ayudar. Por ejemplo, haciendo los créditos. Sobre las ventanas del patio de la casa pegaba pequeñas letras en un cristal y las grababa. Entonces, en la imagen se veía el patio de fondo y las letras sobreimpresionadas.

En mi casa había también un proyector y una empalmadora para poder montar las películas que grababan. Teníamos la costumbre de alquilar películas para proyectarlas. Veíamos una película todos los viernes por la noche. Me acuerdo de ver muchos cortes de Buster Keaton. Versiones reducidas de grandes películas que venían en rollos de diez minutos.

Lo que sí recuerdo es la primera película que me marcó y que quise ir varias veces después. De hecho, fue la primera película que fui a ver yo solo. Fue E.T., el extraterrestre. Recuerdo no solo ese proceso de empatía habitual, sino que era pura identificación. Era un poco más pequeño que Elliot y soñaba con ser como él y conocer a ET.

En ese contexto, la influencia de tu hermano Pepe, también cineasta, fue fundamental.

Mi hermano era muy cinéfilo y sabía mucho de ese mundo. Recuerdo que me regalaba libros de cine. Tengo muy marcado el momento en que me regaló las conversaciones entre Truffaut y Hitchcock. Estaba fascinado. Me encantaba Hitchcock y aunque a Truffaut no lo conocía, tardé poco en empaparme de él.

Hay un momento que se ha demostrado fundamental para comprender la evolución de tu carrera y, en cierto sentido, también la del cine gallego. Me refiero a cuando coincides con Luis Tosar en el instituto al que ibais en Lugo. Allí comenzáis una amistad que todavía mantenéis a día de hoy.

Sí y, además, de casualidad. Mi compañera de pupitre y la suya eran amigas. Un día se quisieron sentar juntas. Mi compañera se fue y vino Luis. Creo que pasamos toda esa clase prácticamente sin decir ni palabra y con la cabeza gacha. Pero enseguida empezamos a coincidir más. Los dos estábamos en un grupo de teatro donde nos daba clase una profesora de literatura interesantísima, de esas que te mete las ganas en el cuerpo y que valoraba mucho el cine. Le encantaba que en los exámenes de literatura buscase relación con películas.

Al poco tiempo de conocer a Luis, mi familia y yo nos mudamos a un piso que quedaba muy cerca de su casa y empezamos a coincidir también en el camino de ida y vuelta a clase. Recuerdo que por aquel entonces mi hermano mayor compró una cámara de VHS y se la empecé a pedir para rodar cortos. Quedábamos los fines de semana un montón de colegas y nos lo pasábamos en grande. Creo que nos llevó casi un año acabar el primer corto y, aún por encima, duraba casi cincuenta minutos.

Aprendiste pronto la dificultad técnica del montaje analógico.

Era un despropósito, pero recuerdo que aprendí una regla fundamental sobre narrativa cinematográfica montando aquello: la regla del eje, aquella que habla de la posición de cámara en relación al eje de miradas para que el espectador no se desubique. Yo no tenía ni idea de aquello y rodé mal una secuencia. Cuando estaba montando, sabía que algo no estaba funcionando. Entonces pasó mi hermano Pepe por allí y me dijo que no estaba respetando aquella norma. Me lo explicó y fue muy importante. Luego me recuerdo en el instituto pasando de lo que decían los profesores y haciendo diagramas para entender la regla. Ahora, con el tiempo, me gusta romper esos esquemas. Me siento cómodo porque la conozco muy bien.

Después te marchas para Santiago de Compostela, pese a que en Galicia todavía no había una escuela de audiovisual importante.

Sí, en aquel momento todavía no había abierto la Escola de Imaxe e Son da Coruña (EIS). La verdad es que no pensé ni un momento la posibilidad de marcharme a Madrid o Barcelona a formarme en audiovisual. Tenía claro que quería irme a Compostela. Fui a estudiar Filología Clásica, pero Luis se quedó en Lugo un año más porque había repetido curso. Recuerdo que nos mandábamos cartas. Fue muy divertido, teníamos una pandilla muy compacta. Todos los fines de semana volvía a Lugo para estar de fiesta en los locales de ensayo de nuestros amigos.

Al año siguiente, Tosar se muda a Santiago y ese momento me imagino que es un punto de inflexión para los dos.

En cierto modo sí. Empezamos a conectar mucho con gente que también tenía inquietudes con el audiovisual como Xan Cejudo o Miguel Castelo. Impartían cursos e intentábamos ir a todos. Trabajaban con gente como Quico Cadaval, Victor Mosqueira o Evaristo Calvo. Esa es, realmente, la primera formación que recibí sobre cine.

Poco tiempo después, abre la Escola de Imaxe e Son da Coruña, pero no te vas allí a estudiar.

Sí, lo que pasa es que yo ya estaba asentado en Santiago y lo estaba pasando muy bien. Tenía la sensación de estar viviendo un momento muy interesante. Había un movimiento teatral muy vivo en aquel momento. Estaban emergiendo grupos como Chévere, Ollomol Tranvía, O Moucho Clerck… Había compañías muy interesantes que luego el tiempo las puso en un lugar prioritario dentro de la escena. Nosotros aprendíamos muchísimo de aquella gente. También se montó la Sala Nasa y con ella las Ultranoites en las que echaba un cable alguna vez montando vídeos. Lo único malo es que pasaba completamente de la facultad.

Entonces dejas la carrera y, unos años después, te ofrecen el que sería tu primer trabajo reglado dentro del audiovisual en la Televisión de Galicia (TVG). Háblame de aquello.

Al poco de morir Antonio Blanco, en la TVG necesitaban a alguien para el departamento de promociones. Para que nos entendamos, necesitaban a alguien para hacer los anuncios de las pelis. Yo acababa de hacer algún corto que había tenido cierta relevancia y me ofrecieron un pequeño contrato de tres meses y allí me quedé a ganarme la vida. Era un trabajo estupendo. Llegaba a la oficina, me veía una película o unos episodios de una serie y luego montaba una promoción. Vi muchas películas, de hecho, descubrí a Pasolini allí, algo que ahora parece imposible en la televisión pública.

Al tiempo que estás trabajando en la TVG, la EIS está en plena efervescencia. Aunque no estudias allí, estás muy vinculado a todo lo que ocurre alrededor de la escuela.

Por supuesto. De allí empezaba a salir gente de mi edad que quería hacer cine. Algo que no conocía. Pensaba que solo estábamos Luis y yo. Además, no había un lugar de encuentro donde poder conectar con toda esa gente. Pero en cuanto abrió la escuela, se generó ese espacio en el que confluir. Conocí a Paco Cuesta, Sandra Sánchez… Mucha gente de mi quinta. Años después, hablando con el fundador de la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, me contó que había ido a hablar con Manolo González, el fundador de la escuela, para inspirarse. Gracias a todo aquello, empezaron a hacerse series en Galicia. Ya había gente preparada para hacerlo.

Además, en el 1994, la EIS abre un concurso llamado A Coruña de cine. El plan era presentar guiones bajo plicas y entre los presentados seleccionaban cuatro para producirlos a medias entre la escuela y el Ayuntamiento de A Coruña. Yo fui uno de esos cuatro con Mofa e Befa, gran liquidación. Ese fue el primer corto en 35 milímetros que grabé. Todo el equipo humano y técnico era de la escuela, así que empezaron a solidificarse esos vínculos.

Casi cuatro años después, comienza la explosión de las series de televisión y en el imaginario de gran parte de los gallegos todavía está Mareas Vivas, una serie en la que participas activamente.

Sí, de hecho, me llamaron en la primera temporada para un puesto técnico al que, por desgracia, tuve que decir que no. Yo no había estudiado cine como para desarrollar ese tipo de trabajos. Pero para la segunda temporada, me ofrecieron dirigirla junto a Antón Reixa. Luego vino Terra de miranda, Entre bateas... Fue como una bola de nieve y comenzaron a salirme trabajos. A continuación, Reixa me llamó por un proyecto de película que teníamos Carlos Portela y yo, El año de la garrapata y conseguimos hacerlo. Realmente tenía la sensación de estar demasiado verde para rodar el que sería mi primer largometraje, aunque tenía casi treinta años. Supongo que fui muy lento aprendiendo (risas). Hacer cine es muy complicado. Hay gente muy lista que se desarrolla antes. Orson Welles, por ejemplo, dirigió Ciudadano Kane con 24 años. Yo a esa edad ni de broma podría haber hecho algo así.

En esas sinergias que se fueron creando entre todas aquellas personas gallegas interesadas por el audiovisual, ¿qué papel jugó el Pub Atlántico?

Un papel muy relevante. El Atlántico era como nuestra segunda casa. Eran un bar de rock cuando en Compostela se movía, principalmente, la música tradicional. En el Atlántico estaban muy vinculados a las bandas gallegas. Era una escena curiosa. Podías ver a un montón de ajedrecistas de nivel jugando entre ellos mientras sonaba rock and roll a todo volumen. Luego, mucha gente de teatro y, por extensión, también del audiovisual. Se convirtió, de una forma muy natural, en nuestro punto de encuentro. Pasábamos noches enteras allí. No necesitabas quedar con nadie. Ibas allí y sabías que ibas a encontrarte con amigos.

¿Es por aquel entonces cuando te das cuenta de que te puedes ganar la vida en el audiovisual?

Me lo empecé a creer un poco, pero también hubo dificultades. Recuerdo a alguno de mis hermanos prestándome dinero porque no llegaba a fin de mes. Ya en los años 2000 empecé a enganchar trabajos más continuados y alcancé un poco de estabilidad. Después de El año de la garrapata y Celavella, me empezaron a llamar de Madrid para hacer trabajos. Aunque no pagaban mucho, la diferencia del nivel de vida con Galicia, me permitía vivir bastante cómodo. Si conseguía trabajar en dos episodios en Madrid, cuando volvía podía vivir prácticamente un año con esos ahorros.

¿Fue fácil para un creador audiovisual gallego trascender la frontera y conseguir trabajar en el resto de España?

No fue nada fácil, la verdad. Lo conseguí por un cúmulo de casualidades. Hubo un productor catalán que quiso romper un poco los esquemas de aquella época y empezar a trabajar con gente joven y que no estuviesen asentados en Madrid. Al poco tiempo, me llamaron para hacer El comisario y de ahí siguieron saliendo oportunidades.

-Hay una charla TED de la que eres protagonista. Quiero hacerte la misma pregunta que tú proponías retóricamente. ¿Qué es lo que mueve el cine de Jorge Coira?

Ya no me acuerdo que respondí (risas), pero supongo que sé la respuesta: las ideas. Las ideas son lo que lo mueve todo.

En ocasiones prima más el dinero, ¿no?

Sí (risas), el dinero puede empujar, pero no consigue llevar el carro. Si no hay ideas, el proyecto no llega a buen puerto. Siempre hay ideas. Pueden no ser muchas, ser sencillas o incluso malas, pero siempre tienen que existir.

De todas maneras y volviendo sobre la pregunta principal, creo que el cine de Jorge Coira no existe como tal. Para bien o para mal, en todos estos años he hecho muchas cosas de las que estoy orgulloso, pero en muchos casos hice más lo que pude que lo que quise. Esto es una realidad poco conocida. Muchos casos de directores de cine que consiguen hacer lo que quieren son gente de dinero. Aunque hay excepciones honrosas, por supuesto. No es tanto que se compre el éxito, sino que compran tiempo para permitirse estar sin trabajar. Yo siempre necesité trabajar para poder vivir.

Eso te lleva a trabajar en proyectos que te vienen más o menos impuestos.

Efectivamente. He tenido la suerte de no hacer nunca nada que me pareciese un horror de inicio. Aun así, no siempre eran propuestas mías. Si pudiese haber hecho todo lo que yo quería, habría sido distinto, claro. Pero bueno, esa es la realidad de muchísimos directores y directoras. No hay una línea clara en mi carrera, tengo gustos muy diferentes. Me siento más próximo a directores que han tenido carreras largas y fluctuantes que a otros que han tenido un estilo bastante marcado.

Trato de centrarme en elaborar personajes con profundidad. Trato de entenderlos y poder comprender lo que les pasa por dentro y lo que los mueve. Eso afecta para tener una visión más humanista del cine. Me pone muy nervioso hacer personajes sencillos, crear un malo porque sí. Tendremos que argumentar los motivos. ¿Ese personaje es malo porque tiene miedo al fracaso? ¿Tiene un miedo tan atroz que está dispuesto a pisar a cualquiera que se cruce en su camino? Con esas reflexiones sí que empiezo a entenderlos y a poder dirigirlos.

En 2016 te llevas el Goya a Mejor Montaje por El desconocido. ¿Qué supuso para ti todo aquello?

Significó una alegría enorme y una gigantesca sorpresa. Hubo algo que no esperaba. Es cierto que cuando te nominan piensas en las posibilidades que tienes, no lo voy a negar. Me imaginaba que mi familia y mis amigos estarían encantados. Lo que no vi venir fue la explosión bestial de cariño que recibí. Literalmente, tardé semanas en contestar todos los mensajes que fui recibiendo. Vi que un montón de gente hacía suyo el premio. Entiendes que tú no eres una isla solitaria, eres parte de algo mayor. Yo no podría haber hecho aquello sin el director, Dani de la Torre, ni sin la productora, Emma Lustres. Y así podría seguir enumerando una cadena muy larga de relaciones que son fundamentales para hacer lo que hacemos y ser quienes somos.

Aunque hubo algo de irónico en aquello porque, a efectos profesionales, no tuvo relevancia. Tenía un proyecto de película que me apetecía mucho hacer y, una o dos semanas después del Goya, se reunió el comité de Televisión Española y decidió no comprar la idea. Se vino todo abajo y me quedé sin expectativas. Además, la serie Hierro estaba en plena crisis. Aunque nos habían dado el premio a mejor proyecto en el Festival de Berlín, pasaban los meses y seguíamos teniendo dificultades para arrancar. Fue ganar el Goya y dos grandes proyectos se fueron a pique. Casi un año después le presentamos el Hierro a Movistar y, ahí sí, salió adelante.

Estamos en la XVIII edición del Festival de Cans, donde presentas tu último documental, Beiras, vivir 2 veces, sobre la vida del histórico político galleguista, Xosé Manuel Beiras. ¿Por qué lo habéis definido como un documental con Beiras y no sobre Beiras?

La propuesta fue de Fernando Peñaño. Me propuso hacer algo sobre Beiras y lo cierto es que no había nada hecho. A pesar de su edad, está extremadamente lúcido y como no tiene ninguna carga derivada de la política activa, creímos que era el mejor momento para hacerlo. Ahora puede hablar con total libertad y, sin duda, es una figura fundamental para comprender la política gallega de las últimas décadas. Creo que hay dos grandes perfiles de personas que deciden meterse en la política activa. Uno es el de los corruptos que solo quieren lucrarse y otro el de los valientes y generosos. Creo que Beiras es de estos últimos.

Nos preguntamos si era posible hacer un documental de este tipo sin injerencias externas y vimos que sí lo era. No queríamos estudiar su figura y hacer algo desde fuera, sino quedar con él y escucharlo, acompañarlo. El planteamiento fue: proponerle imágenes y lugares importantes de su vida y, después, conversaciones con amigos suyos sobre los temas importantes de su vida. Puedes estar de acuerdo con él o no, pero sus reflexiones en ningún caso nacen de fanatismos como los que estamos acostumbrados a ver en este mundo. Es una persona vehemente, pero genuinamente honesta.

Ese otro tipo de personas que entran en política para lucrarse y con los que convivimos en la España contemporánea, ¿te ha servido de inspiración para tu próxima película, Proyecto Emperador?

En realidad, sí, sin duda. Aunque Beiras, vivir 2 veces y Proyecto emperador están en las antípodas como cine, en cierto modo, contienen un lugar común. No es casualidad que estas ideas nazcan ahora. Emma Lustres y yo fuimos buscando historias que nos interesasen y encontramos que ese mundo de los servicios de inteligencia era muy interesante.

¿El comisario Villarejo ha sido una suerte de trasunto para crear al personaje protagonista?

Un poco sí, pero la película, finalmente, no tiene nada que ver con él. Nos planteamos la posibilidad de hacer algo sobre él, pero creímos que era demasiado difícil y/o demasiado pronto. Hay muchísimas cosas que todavía no están claras en torno a su figura. Estuve documentándome con fuentes muy cercanas e implicadas en la detención de Villarejo, pero hay pocas certezas todavía como para arrancar un proyecto así. No siento que tenga el control necesario sobre esa realidad. Si lo hiciésemos ahora sería más bien un estudio de lo oculto. Algún día habrá que contarla y alguien lo hará.

Es un personaje realmente fascinante a nivel documental. Está acusado de delitos terribles como el de la policía patriótica, el incendio del Windsor… Pero al mismo tiempo participó en la detención de algunos de los mayores narcotraficantes del mundo. Pensar que este tipo de gente son monstruos perfectos es mentira, la realidad es mucho más compleja. Esa complejidad me parece muy interesante. Ser monstruo y ser héroe no es incompatible.

Además de venir al Festival de Cans a presentar tu nuevo documental, han homenajeado tu trayectoria con el Premio Pedigree 2021. ¿Cuál es el balance que haces de toda tu carrera desde aquel primer contacto con la Super8 de tu padre?

Empiezo a tener la sensación de que ya han pasado muchos años (risas). Siempre he intentado ir poco a poco, no preocuparme por ser el mejor en nada ni tener éxito, sino tratar de hacer cosas con las que esté a gusto y me apetezcan. Lo puedo resumir en una frase: aprender y disfrutar del proceso. Sí que es cierto que en los últimos años noto que he llegado a un punto de cierta madurez. Creo que ahora puedo dar lo mejor de mí.

¿Seguiremos viendo más proyectos de Jorge Coira en el futuro cercano?

Espero que sí, me quedan muchas cosas por hacer todavía. Hay proyectos que llevo muchísimos años soñando con hacer y espero que esas ideas algún día puedan ver la luz.

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