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Miguel de Lira: “En el 'Prestige' nos dimos cuenta de que no había que tomar el camino de las lágrimas. Había que actuar”

El actor gallego y cara visible durante la catástrofe del 'Prestige', Miguel de Lira

Javier H. Rodríguez

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Para el Grupo Chévere llevar la catástrofe del Prestige al teatro ha sido como hacer un viaje hacia la memoria colectiva de un pueblo que hace veinte años se reveló contra las mentiras de la clase política y de gran parte del ecosistema mediático. Un viaje para ellos y para el público. A través de una escenografía simbólica que evoca el acto de amor colectivo de aquella sociedad civil y todo el material sonoro hecho público tras el juicio, Chévere elabora “un conjuro para deshacer el hechizo” que todavía hoy enturbia el relato veraz de la catástrofe medioambiental y social que supuso el hundimiento del petrolero. Miguel de Lira (Carnota, A Coruña, 1964) es uno de los creadores de N.E.V.E.R.M.O.R.E., la obra de este veterano grupo de teatro y que ha sido coproducida por el Centro Dramático Nacional. Atiende a elDiario.es en el Auditorio de Galicia, en Santiago de Compostela, desde donde han comenzado a girar la obra por su tierra. También desde uno de los lugares más simbólicos del movimiento cultural surgido en torno a la catástrofe del Prestige: la Plataforma contra a Burla Negra.

¿Qué pasó en este espacio en el que nos encontramos hace ahora veinte años?

Justo en esta sala del Auditorio de Galicia hubo una asamblea poco después del mayday del Prestige. Principalmente, participada por el mundo de la cultura y en la que queríamos saber qué se podía hacer frente a aquella manipulación y ocultación de la realidad, frente a aquella ristra de mentiras… En aquel momento de hiperrealismo y de negación, se convocó aquella reunión espontánea por gente de la comunicación, de la enseñanza, del arte… La cultura nos vertebraba como leitmotiv y no como oficio, necesariamente. Todo esto estaba lleno de gente y hubo un gran debate sobre acciones que podíamos hacer encaminadas hacia un mismo objetivo: que la cultura sirviese de altavoz para denunciar la realidad negra que el Gobierno de Madrid y también del de Galicia trataban de ocultar.

¿Cómo fueron esas primeras horas?

Lo primero que se decidió fue formalizar un colectivo que se acabó llamando Plataforma contra a Burla Negra. Burla negra es el título de una novela de piratas que habla de Benito Soto, uno de los últimos piratas gallegos y sanguinarios (o no tanto, según qué versión). En todo caso, aquella referencia nos servía como metáfora de lo que estaba ocurriendo, también ahora, en el mundo del mar. Toda esa piratería de las grandes navieras, las banderas de conveniencia… Por alguna razón y también por el color negro, fue apropiado darle ese nombre a la plataforma.

¿Qué acciones se plantearon en un primer momento?

La primera que se diseñó en aquella asamblea fue irnos, al día siguiente, a ocupar la Casa da Cultura de Laxe (A Coruña). La intención era servir como un transistor desde la costa. Llegamos y nos encerramos allí durante una semana hasta el 30 de noviembre de 2002, que fue la víspera de la manifestación dos paraugas en Santiago de Compostela. Pero no hubo que ocuparla propiamente porque el Ayuntamiento de Laxe colaboró bastante con la idea de que, desde allí, se desmintiese la versión del Gobierno. Ellos mismos veían que la versión real era negra.

¿Cómo se podía hacer frente a una visión tan contradictoria y distribuida por buena parte de los medios de comunicación?

Pues había unos cuantos ordenadores allí que conectamos y pusimos a funcionar en red. Y eso que internet era muy lento y las redes sociales como tal creo que ni existían. Eran los comienzos de internet: podías sobre todo subir textos y colgar alguna foto de vez en cuando, pero subir un vídeo era una epopeya. Desde allí empezamos a hacer esos trabajos de información. Con marea baja nos poníamos a limpiar las playas de chapapote y con marea alta, como no se podía, nos íbamos a la Casa da Cultura a hacer más un trabajo de limpiar conciencias y la dignidad de la sociedad gallega que también estaba bastante manchada en aquel momento.

Usted, además, es de una de esas villas marineras de la Costa da Morte. ¿Cómo lo vivió a nivel personal?

La zona de Lira estuvo muy afectada y yo fui hasta allí con un amigo [Federico Pérez Rey] precisamente a ver cómo estaba. Los dos vimos aquel manto negro. No se escuchaba romper el mar por el chapapote del agua. Veías olas de fuel en aquel silencio de la costa y era todo negro. Allí recuerdo vivir el momento más duro. Vimos un cormorán pegado al chapapote y según nos aproximábamos a él para salvarlo, al vernos, se asustó, se echó a volar y cayó de lleno con el pico y se quedó con las patas para arriba. Esa primera sensación más dura fue de impotencia. De querer ayudar y hacerlo peor. Vi a mi amigo con una lágrima cayéndole por la cara y yo tenía otra. Pero fue la primera lágrima y la última. Nos dimos cuenta de que el camino de las lágrimas no era el que había que recorrer. Había que actuar. Yo sabía que al día siguiente había esta primera asamblea y me vine con aquella sensación todavía en el cuerpo. También llegué casi como cronista para decirle a la gente cómo estaba todo aquello. Porque no se sabía nada. Sí que había algunas imágenes que se filtraban de televisiones portuguesas, pero aquí había un apagón informativo total.

¿Qué ambiente se respiraba en la asamblea?

Pues de solidaridad y eso que el mundo de la cultura no siempre lo es. Quizás por el tipo de trabajo, no lo sé. Es como si todo se limitase al casting: si entras tú no entra el otro y viceversa. Realmente, la competencia en esta sociedad está servida en el sistema de mercado. Desde la escuela. Si tú eres el número uno, nadie más puede serlo. Lo interesante es, creo, trabajar como lo hacemos en Chévere: el trabajo en equipo. Llevamos 35 años y nos da resultado. Es difícil a veces porque hay que consensuar, pero eso mismo fue lo que hicimos en la primera asamblea de la Burla Negra.

Luego llega la manifestación dos paraugas y también se consolida el movimiento Nunca Máis.

Éramos miles y miles. Nunca Máis fue el motor que aglutinó todo ese movimiento ciudadano y sirvió de catalizador para toda aquella indignación. Nunca Máis éramos todos. Toda la sociedad excepto los políticos que nos gobernaban y la gente de su color que los defendía.

¿No cree que usted, como otras caras visibles de ese movimiento ciudadano, asumieron cierto riesgo profesional a quedar señalados? Especialmente, con algunos de sus trabajos dependiendo de la televisión pública.

Tal vez. Si lo ves ahora podrías decir, 'quizás tenía que haber nadado y guardado la ropa', pero eso pasa en condiciones normales, cuando el mar está bien. Cuando el mar estaba como estaba, lleno de chapapote, no podías hacer como si nada, estábamos todos pringados hasta la médula, hasta las playas del alma. No sé los demás, pero yo no tuve la más mínima duda de lo que tenía que hacer. Nunca me planteé cambiar la prioridad del momento por intereses propios. Sinceramente, en aquel momento me daba igual y me lo sigue dando ahora. Nunca sentí tanta solidaridad en el mundo de la cultura como durante el Prestige. Es cierto que luego hay distintas velocidades. En aquel momento, algunos éramos más populares y teníamos una cara más conocida. Pero, inevitablemente, teníamos que darla, ponerla al servicio de esa limpieza de las conciencias. Y si tu imagen ayuda a que se preste más atención al mensaje que se está mandando y a combatir las mentiras, pues bienvenido sea.

Si no fuese por la sociedad civil…

Sí. Yo tengo la sensación de que me entregué en cuerpo y alma, pero también sé que no era yo solo. Éramos un ejército de gente. Era una revolución y, además, inesperada en Galicia. Existen esos prejuicios sobre nosotros de sociedad achantada con clichés conservadores que nos trabajamos a pulso, la verdad (ríe). Al final siempre acabamos teniendo presidentes de derechas, algunos narcopresidentes... Pero, de repente, se revirtió esa manera gallega de ser tan atávica. En general, fue como un tsunami de indignación y de emoción. Esa mezcla de tragedia y humor. Esa estética de la tragicomedia impregnó casi todos los eventos que hacíamos en el mundo de la cultura. Siempre había aire festivo pero para denunciar aquella tragedia que estábamos sufriendo.

¿Qué es lo que más le ha quedado marcado?

Pues ese acto de amor. Es obvio que fue una catástrofe muy sensorial, te entraba por todos los sentidos. Tienes esas huellas, pero también vivimos la fuerza de la gente y la bravura del Atlántico que hicieron que, en cierta manera, todo aquello se recuperase. Siempre que hago ese ejercicio de memoria, pienso en la explosión de creatividad que produjo todo aquello.

Para terminar. Estamos en el Auditorio de Galicia porque aquí se celebró la primera asamblea de la Burla Negra, pero también porque Chévere está empezando a girar con N.E.V.E.R.M.O.R.E. una obra sobre aquella tragedia.

Nosotros estábamos pensando en hacer algo sobre el Prestige porque creíamos que nos correspondía por haber estado en su momento también en primera línea. En Chévere estamos trabajando el teatro documental desde hace ya algunos espectáculos. Trabajamos con las bases de la honestidad, de la experiencia vivida. O al menos en la medida de lo posible. Un año después de la catástrofe, seguir hablando del Prestige llegó a ser cansado, tenía que haber vida más allá. Aquello nos absorbió demasiado y decidimos apartarlo. Teníamos pensado hacer algo para el veinte aniversario, pero nos llamaron del Centro Dramático Nacional para proponernos producir un espectáculo y abrir temporada en el Teatro María Guerrero de Madrid. Así que aceleramos un poco los plazos.

¿En plena pandemia?

Justo durante la pandemia. Y empezamos a ver conexiones que unían el SOS de la pandemia con el mayday dal Prestige. Veíamos esos chispazos. Uno de los puntos de inflexión fue que el Hospital de Cee (A Coruña) empezó a pedir EPI del Prestige porque no tenían material para el virus. Curiosamente, aparecieron un montón. Un ayuntamiento tenía hasta un container. Hubo falta de medios para afrontar las dos catástrofes y en los dos casos emergió la sociedad civil como garante ante la desaparición de las autoridades. Luego teníamos la parte poética, el nunca máis, el nevermore del cuervo del poema de Edgar Allan Poe. En Chévere partimos siempre desde cero para crear una dramaturgia propia. Queríamos trabajar el espectáculo en base a la escucha de testimonios, pero también del silencio del mar o de las comunicaciones radiofónicas del rescate. Todas esas radiofonías que hubo mientras se decidía qué hacer con el barco ahora son públicas gracias al juicio. Cosas que en aquel momento intuíamos, ahora las sabemos y las ponemos encima del escenario.

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