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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Un año de los incendios que cambiaron la forma de mirar el fuego en Galicia

Incendio na parroquia de Chandebrito (Nigrán)

Miguel Pardo

Hace justo un año, el 15 de octubre de 2017, Galicia vivía un infierno. Cientos de incendios arrasaron en pocas horas y en un fin de semana casi 50.000 hectáreas, la mayoría de ellas en un trágico domingo que reunió todas las condiciones necesarias para la tormenta perfecta: los restos de un huracán y sus incontrolables rachas de viento, persistente sequía, elevada temperatura para la época, combustible vegetal acumulado, mínima humedad... Docenas de núcleos de población fueron puestos en peligro o destruidos con unas llamas que incluso llegaron al centro de Vigo, poniendo en evidencia el caos de un monte tan mal gestionado como cercano a las casas. Cuatro personas fallecieron, en la que fue la peor consecuencia de una feroz e intensa ola de fuego con nuevas características que han llegado para quedarse, fruto de las consecuencias del cambio climático y de las particulares condiciones geográficas, climáticas y de vegetación que comparte buena parte de Portugal. Fue allí, con tragedias como la de Pedrógão Grande, desde donde se habían mandado ya alertas sobre la virulencia de un fuego cada vez más peligroso, imprevisible y letal y que nada tiene que ver, como ha quedado demostrado, con trama incendiaria ni terrorismo alguno. Es mucho más complejo que eso.

Este pasado domingo, Nigrán celebró un homenaje a las dos personas fallecidas en el ayuntamiento y a la gente que colaboró en las labores de extinción de unos incendios que tuvieron en una de sus parroquias, la de Chandebrito, una de las zonas cero de aquella ola. En esa localidad sólo sobrevivieron dos hectáreas de las 232 que conforman el monte comunal. En As Neves, cuya tragedia fue crudamente retratada en un documental, las llamas quemaron 4.000 hectáreas en tan sólo 24 horas y dejaron el 90% del municipio en cenizas, llevando por delante vegetación, casas y negocios. Fueron, en total, más de 350 focos en tan sólo unas horas, avivados por endiablados vientos impulsados por los restos del huracán Ophelia, que extendió por Europa el humo que venía de Galicia y Portugal.

Testimonios de los vecinos y de profesionales de las labores de extinción relataban el infierno vivido en unos incendios que habían cambiado radicalmente a lo esperado, incluso para aquellos acostumbrados a enfrentarlos. “En 2006 nosotros íbamos hacia el fuego; aquí el fuego venía hacia nosotros”, resumía uno de los bomberos en Nigrán. “Fue una situación excepcionalmente dura y dramática; pudo morir más gente. Fue muy parecido a lo que sufrieron en Pedrógão Grande”, insistía. La evocación a la tragedia que Portugal había vivido sólo cuatro meses antes era continua. Entonces habían muerto más de 60 personas; en aquel fin de semana de octubre, más de 30 en el país vecino.

Galicia tuvo que aprender de golpe las lecciones que Pedrógão había dejado. Las semejanzas de la parte norte lusa y Galicia en lo climatológico, masa arbórea, política forestal o despoblación rural hacían inevitables las comparaciones. “Hay que explicarle a la ciudadanía gallega que hacer ante incendios como los de Portugal”, decía Juan Picos, uno de los mayores conocedores del sector forestal y de los incendios. Él y muchos más expertos han advertido de la necesidad de modificar la política antiincendios debido al cambio climático. Cambiar la forma de afrontar el fuego, tal y como reclamaba el informe técnico de expertos elaborado la petición de la Assembleia de la República, hecho público solo unos días antes de los fuegos de octubre.

A principios de este año, un segundo informe de expertos en Portugal desgranó el origen, causas y circunstancias de los graves fuegos que habían asolado el noroeste de la Península Ibérica en los meses anteriores. El documento insiste en alertar del nuevo tipo de incendios que afronta también Galicia: capaces de saltar embalses y avanzar 6 kilómetros en una hora. Se advierte, por ejemplo, de que la causa de ignición más común en este tipo de fuego extremo ya no es el contacto con las llamas o el calor de convección, sino el transporte de pavesas, lo que explica la sucesión continua de focos desconectados entre sí, como ocurrió en Vigo aquel domingo. También en la necesidad de “anticiparse” a los grandes incendios a través de las previsiones meteorológicas.

Además, el documento deja clara una circunstancia común en los trágicos incendios y que explicaba en la comisión de investigación del Parlamento gallego Edelmiro López, profesor de la USC y uno de los doce expertos que elaboró el informe en Portugal. “La gran intensidad de los incendios sobrepasa la capacidad de cualquier dispositivo de extinción, ya que ningún dispositivo del mundo es capaz, pasado un punto, de combatir el fuego”, decía, lo que obliga a priorizar la protección de las personas. Al tiempo, insistió en la Cámara gallega en que una de las claves para evitar estos grandes focos es el “control de la vegetación arbustiva” que acaba siendo combustible para el fuego. El hecho de que tanto Galicia como el norte luso tengan amplias extensiones de eucaliptales incide en el peligro: el fuego se propaga el doble de rápido y las hojas ardiendo de estos árboles pueden volar dos kilómetros.

La propia Xunta admitió que el cambio climático obliga a cambiar la estrategia contra el fuego, tal y como había avisado Portugal. De hecho, Meteogalicia advirtió de que el riesgo de incendios en Galicia por el cambio en el clima aumentará a niveles críticos en este siglo, tal y como detalla en el informe elaborado la petición de la comisión de estudio de la política forestal y de los incendios que se llevó a cabo en el Parlamento durante varios meses.

El número de incendios es semejante, pero son mucho más feroces. Así, en el pasado año se registró el promedio más elevado de superficie quemada por incendio (19,64 hectáreas) desde el año 1989, superando por mucho la cifra del terrible año 2006. Los diferentes focos arrasaron en total en 2017 62.000 hectáreas en Galicia, el 80% de ellas durante la ola de octubre. Tal fue la virulencia de los focos registrados en ese fin de semana de otoño en Portugal que, paradójicamente, evitaron una catástrofe mucho mayor en el país. La nube de convección generada por los graves focos del centro del territorio luso hicieron de barrera: crearon “una sombra” en el norte de Portugal que amainó e hizo rolar los vientos y “explica la no formación de mayores incendios” en terreno gallego, tal y como destacaba otro de los informes de expertos.

La situación pudo ser peor. El caos y la desesperación vividas en tantas localidades gallegas en aquella tarde y noche del domingo son difícilmente olvidables un año después. También los temores y afirmaciones infundadas. La multiplicación de focos en la área metropolitiana de Vigo y su llegada incluso al centro de la ciudad provocó escenas de pánico, alarma y muchos rumores que los atribuían a ciudadanos organizados, bien fuera en moto con garrafas de gasolina o a través de sofisticados artefactos incendiarios. Nada de eso existió según las pesquisas de los cuerpos de seguridad y el Ministerio Fiscal. En su informe, la Fiscalía descarta que aquellos incendios se debiesen a una “actividad incendiaria homicida”, como había afirmado en aquellos días Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta. “Las brasas o pavesas pueden llegar a caer, incandescentes, a una distancia de entre 1 y 5 kilómetros e iniciar allí de nuevo fuego”, se recordaba en el documento.

No fue el único caso por el que la Fiscalía descartó las tesis del jefe del Ejecutivo gallego, que compartía con el Gobierno central liderado entonces por Mariano Rajoy. Su informe rechazó la teoría de las tramas y del terrorismo incendiario que alentó la Xunta, que habló desde el primer día de “actividad delictiva incendiaria para alterar la paz social”. “Desde un punto de vista estrictamente jurídico, obviamente esto no es terrorismo”, se explica en un documento que incide en la intencionalidad de la inmensa mayoría de los focos, pero para nada en esos grupos criminales organizados a los que ha aludido Feijóo tantas veces.

Aquella supuesta trama incendiaria también había sido descartada por los atestados de Interior, por la investigación de la Policía autonómica --que ni menciona esa tesis-- y por el primer experto que compareció en la comisión del Parlamento. “No resiste el análisis”, dijo Picos, meses antes de que el estudio final de la Cámara rechazara de vez cualquier actividad delictiva organizada.

Con todo, Feijóo siguió alentando su teoría, incluso pidiendo cambiar el Código Penal y considerar los incendios como terrorismo. Esa fue la teoría desde el día siguiente a los incendios. Así, la Xunta pagó 77.000 euros a periódicos impresos para publicar la declaración del presidente sobre los fuegos de aquellas jornadas y en la que culpaba la ese “terrorismo incendiario” del ocurrido.

La trama terrorista que nunca existió

Hubo varios investigados y acusados por plantar fuego en aquellos días o llevar a cabo actividades incendiarias. El primero de los detenidos, que pasó cinco semanas en la cárcel, había quemado una hectárea asando chorizos en Os Blancos, aunque Feijóo pensaba que había “algo más”. La segunda investigada por los incendios fue una anciana que quemó dos hectáreas por un descuido. Los focos atribuidos a las primeras personas investigadas por aquella ola sumaban cinco del total de 49.000 hectáreas ardidas. Las conclusiones policiales insisten en que fueron individuos que actuaron de manera individual.

El debate giró hacia esa trama que Galicia lleva buscando décadas y nunca ha encontrado. En el fondo, quejas por el atomizado y privatizado sistema de extinción de incendios o por decisiones como que la Xunta dispusiera justo la semana anterior a aquella ola de incendios reincorporar 500 brigadistas que habían sido despedidos. Llegaron tarde y muchos trabajaron como voluntarios en aquel fin de semana trágico. Medio millar de operarios de la empresa pública Seaga habían cesado el 12 de octubre y fueron requeridos el lunes 16, después de la tragedia. Al rematar su labor en el día festivo, vehículos, herramientas y emisoras habían sido ya desmantelados. Desde las diferentes agrupaciones de bomberos o agentes forestales y expertos insisten en reclamar más medios y un cambio de estrategia para aumentar la eficacia.

No obstante, la Xunta no aumentó el personal de lucha contra el fuego ni introdujo grandes cambios en su estrategia de extinción y prevención de cara al futuro, aunque sí se intensificó la vigilancia repecto de las franjas de protección contra el fuego. Porque más de la mitad del plan contra incendios anunciado por Feijóo después de los focos de octubre figuraban en normas ya vigentes. “Invertir más en prevención del fuego y en otro modelo para lo rural permitiría cambiar la situación”, decía en una entrevista Serafín González, presidente de la Sociedad Gallega de Historia Natural. Sus palabras coinciden con las de la mayoría de expertos en el tema. Y todos insisten en la necesidad de reaccionar a tiempo y en la de modificar el modelo forestal, tal y como manifiesta el alcalde de Nigrán, una de las zonas cero de hace un año.

Doce meses después, también en octubre, un incendio en Mondariz obligó a decretar la situación 2 de riesgo y a evacuar un ciento de personas amenazadas por las llamas. Volvió el fantasma de la ola del otoño anterior. En apenas tres horas las estimaciones de hectáreas quemadas pasaron de las 20 iniciales a medio ciento y poco después, a 120 y hasta las 150. En una zona atestada de eucaliptos, con población anciana y núcleos aislados. Otro aviso de que los incendios ya no son lo que eran. Son (y serán) peores.

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