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Los incendios de octubre en Portugal crearon una enorme nube que evitó una catástrofe mayor en Galicia

Un bombero lucha contra el fuego en un incendio en Lousã (Portugal)

Miguel Pardo

La virulencia y gravedad del fuego que asoló la parte central de Portugal evitó mayores y más graves e incontrolables incendios en Galicia en el trágico fin de semana de incendios del pasado octubre. Entre los días 14 y 16 de aquel mes, en territorio luso y gallego murieron 53 personas y ardieron cerca de 300.000 hectáreas, pero pudo ser mucho peor al norte del río Miño. Esta paradójica pero elocuente conclusión es una de las que recoge el amplio informe de la Comisión Técnica Independiente que por mandato de la Asamblea de la República portuguesa acaba de analizar el origen, las causas y las circunstancias de los fuegos de otoño.

El documento, entregado este martes a la Cámara, hace un extenso análisis de las circunstancias que rodearon los incendios que se cebaron con Galicia y Portugal, provocando la muerte de cuatro personas en la comunidad autónoma, en unas condiciones climatológicas únicas y extremas para la época y con el importante influjo del huracán Ophelia. Según los expertos, la trágica situación vivida, sobre todo en las provincias de Ourense y Pontevedra, pudo agravarse si no fuese por la extensa nube de convección generada por los incendios que arrasaron miles de hectáreas al este y sur de Coimbra y que sirvió de barrera para evitar la propagación del fuego.

“Serían esperables incendios mayores en el norte de Portugal y especialmente en Galicia si no fuese por la extensa nube de convección generada por los complicados incendios de Lousã, Sertã y Arganil”, explican los expertos en el informe. Tal y como relatan, los intensos fuegos del interior del territorio luso “fueron dominados por el desarrollo del primer incendio”, el de Lousã, que creó una columna convectiva que “dominó por interacción el de Arganil” y “atrajo” el fuego de Sertã, evitando que fuese “desviado hacia el noreste”.

Así, estos importantes focos --que arrasaron decenas de miles de hectáreas-- acabaron por crear “una sombra sobre el norte de Portugal” que “probablemente” reforzó el amaine de la velocidad del viento en la zona, lo que ayuda a “explicar la no formación de mayores incendios en esa región” y en Galicia, en cuya frontera con el país vecino en aquella fin de semana se habían propagado ya las llamas de una a otra orilla del Miño.

La nube de convección es un fenómeno que se da en incendios extremos en los que las enormes cantidades de calor generadas afectan la atmósfera circundante, creando sus propias condiciones meteorológicas. El ambiente de fuego, en estos casos, puede extenderse varios kilómetros en horizontal, pero también miles de metros en vertical, creando esa columna convectiva, derivada de violentas corrientes de aire ascendentes.

Estos fenómenos piro-convectivos fueron los que, unidos al fuerte viento y a la baja humedad, agravaron los incendios, provocando su rápida expansión y enorme velocidad y llegando a crear “tormentas de fuego”, como relataban algunos de los expertos, “con rachas incontrolables y brutales que no se correspondían con el viento meteorológico y con fuego cayendo del cielo”. Ocurren cuando la energía liberada por el fuego supera la energía del viento general, provocando estos pirocúmulos que desencadenan fuertes rachas de manera independiente y que pueden incluso elevarse hasta la alta troposfera o estratosfera. Una manifestación extrema fue esa nube pyrocumulus (PyroCb) generada por los focos de Lousã y Arganil.

Los estudios y proyecciones hechas por la comisión de expertos indican que el influjo de ese PyroCb creado en el centro de Portugal provocó, “en las horas críticas, una inversión de la dirección del viente en el sentido sureste, donde estaban los incendios”. Así, tal y como se puede comprobar en la imagen que incluye el informe (y que se puede ver a continuación), en la madrugada del domingo a lunes de aquel trágico fin de semana el viento era dirección sureste y este en las zonas más al norte de Portugal, mientras en el resto los vientos iban en sentido contrario.

“Un aviso y una lección para Galicia”

“Las estaciones más al norte indican orientación para sureste o este, cuando las restantes tienen componente noroeste a noreste”, destaca el texto sobre el informe de vientos a las 3 de la madrugada del 16 de octubre. Por lo tanto, la gigantesca nube creada por los incendios del centro de Portugal detuvo la extensión del fuego, evitó que se descontrolase por el norte de Portugal y Galicia, territorios que ya estaban siendo asolados por las llamas, e incluso cambió de dirección el viento.

Paradójicamente, los focos más graves del territorio luso evitaron una desgracia mucho mayor en territorio gallego que, además, contaba con todas las condiciones para que en el sur de Pontevedra y Ourense surgiesen también las temidas tormentas de fuego, esas que caracterizaron los graves incendios de otoño en la parte central de Portugal y de Pedrógão Grande en junio. ¿Por qué? “Si eso ocurrió fue por la enorme cantidad de combustible vegetal que había en aquellas zonas en unas condiciones climatológicas extremas, el mismo combustible que tenemos en el sur de Galicia”, explica Edelmiro López.

Este profesor gallego de la Universidad de Santiago de Compostela forma parte de la comisión técnica de doce expertos que elaboró tanto este informe como el de Pedrógão Grande, siendo el único investigador europeo no portugués dentro del grupo. Su conclusión es clara. “Lo que ocurrió en Portugal podía habernos pasados a nosotros”, dice. ¿Por qué no pasó? “El viento era más fuerte en el centro de Portugal y allí fue donde se formaron los grandes incendios y esa columna convectiva que sirvió como paraguas para Galicia y para el norte del país vecino, y que acabó desviando los vientos”, explica.

“La conclusión es que la suerte para Galicia fue que había ardiese de esa manera tan intensa el centro de Portugal”, dice asumiendo la paradoja López, que recuerda que esas circunstancias extremas ocurren “cuando la fuerza del incendio predomina sobre la fuerza del viento”. Así, recuerda como uno de los bomberos expertos que trabajó en la comisión técnica explicaba que “lo más grave” en una situación así “no es el viento, porque así se sabe hacia donde va el fuego”. “Lo realmente grave es cuando se crean estas nubes con vida propia, que crean tormentas de fuego, que hacen que lluevan llamas y que vuelven el incendio incontrolable”, advierte.

De un paisaje infernal así, todavía mayor al que ya sufrió, se libró Galicia gracias, aunque parezca contradictorio, a la gran desgracia que acontecía unos cientos de kilómetros más al sur y que provocó docenas de muertos. “Debería servirnos de lección porque es un aviso de lo que pudimos haber sufrido”, insiste Edelmiro López, que advierte de que sólo hay una forma de evitar esta situación o de minimizarla al máximo: “Tener menos combustible en los montes; no podemos darle de comer al incendio”.

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