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Daniel Salgado

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Luz está a punto de cumplir 80 años. Su cabeza parece empezar a fallar, entre el deterioro propio de la edad y la lucidez de quien no tiene miedo a decir las verdades. En su mandilón nunca falta un martillo. Siempre el mismo martillo. Reside en su casa de toda la vida. Desde no hace mucho tiempo, la acompañan su hija Xulia, periodista divorciada, y su nieto Sebas, de diez años. Los roces de la convivencia recién estrenada acaban invocando a los fantasmas: los que sobrevivieron a la historia amarga de la familia durante los años en que la heroína se extendió por barrios y pueblos de Galicia. Lo relata Golpes de luz (Xerais en gallego, Destino en castellano) la tercera novela para adultos de Ledicia Costas (Vigo, 1979), una de las escritoras de infantil y juvenil de más éxito.

“La época de la heroína fue una experiencia traumática. Yo tenía 11 años cuando mi padrino murió de sobredosis. Lo encontraron en el baño de un bar de Vigo”, cuenta Costas a elDiario.es. Su barrio era Lavadores, que antes había sido ayuntamiento independiente y apodado la Rusia chica por la fuerza del movimiento obrero durante la República. Pero en los 80 la droga se había adueñado del lugar. “Me crié viendo filas de jóvenes que iban a comprar la mercancía. Había limones tirados por todas partes. Los coches atrancaban el paso en las aceras... En el colegio hasta nos daban instrucciones por si encontrábamos jeringuillas usadas. Era muy fuerte, brutal”, añade. Ese paisaje enmarca de alguna manera la narración de Golpes de luz, pero no la agota. Ni mucho menos. Sí le sirvió a la autora como punto de ignición.

“Las personas de mi generación, que es la generación de Xulia, podemos contar esa historia. Porque la vivimos, aunque fuera con ojos de niñas, de preadolescentes”, dice. La literatura gallega no se ha prodigado en ello. Todo é silencio (Xerais, 2010), de Manuel Rivas, o la magnífica serie de novelas negras que ha encadenado Diego Ameixeiras le vienen a Costas a la cabeza. Y después está la investigación periodística, más abundante. Nacho Carretero -Fariña (Libros del KO, 2015; en gallego, Xerais, 2018)-, Perfecto Conde -La conexión gallega (1991, reedición en Foca en 2018)- o Benito Leiro -Un lugar tranquilo (Nigra-Trea, 1993)- son algunos de los que la han llevado a libro. “Pero yo no me propuse completar ningún hueco. En Golpes de luz es una subtrama, fundamental para el libro, eso sí”, afirma.

Tan fundamental que ella misma se preguntó qué podía añadir a “tanto como se ha escrito sobre el narco gallego”. Una mirada, fue la respuesta. Para ello echó mano de su caja de herramientas y, además de la influencia noir -a la que se adscribía su anterior novela de adultos, Infamia (Xerais, 2019; Destino en castellano)-, añadió el melodrama o la aventura de iniciación. “No quería escribir una novela toda en sombra, a pesar de los hechos terribles que se cuentan. Hay, así, una huella de Stranger things, E.T. O Los cinco, esas historias que le gustan a todo el mundo, con magia y humor”, asegura. Golpes de luz trenza las voces en primera persona de Luz, Xulia y Sebas. A este último los secundan Noa y Guerreiro, amigos de la escuela junto a los que descubre el mundo, también el adulto.

“Soy autora de literatura infantil y juvenil [Premio Nacional de la categoría en 2015 por Escarlatina, a cociñeira defunta (Xerais, 2015)] y siempre he pensado que los niños estaban desaparecidos de la narrativa para adultos. Quería que su ternura, junto a las burradas que suelta Luz, ayudase a equilibrar la novela y la trama terrible que cuenta, que hiciera agradable su lectura”, se explica. Son además esas burradas destempladas de Luz, mujer de apariencia fuerte y zarandeada por la vida -hasta qué punto es algo que la lectora irá averiguando al paso de las páginas-, uno de los hallazgos principales de la novela. A medio camino entre una demencia incipiente, el mal humor perenne derivado de una dura existencia, la proverbial retranca o el desequilibrio psicológico, es el personaje que vertebra la obra. Su energía imparable y adusta esconde un secreto, hasta dónde se puede llegar para proteger una hija. “Fue un reto escribir una señora de 80 años que fuese atractiva para los lectores”, admite Costas.

Visibilidad exterior

También un reto fue trasladar a Luz al castellano en la versión traducida de Golpes de luz, a cargo de la propia autora. Porque el gallego que habla el personaje está saplicado de vulgarismos, castellanismos, palabras inventadas. “Resultó la parte más complicada de la traducción, producir la voz de Luz en castellano”, dice. Lo consiguió invirtiendo la mezcla. “En la versión castellana habla un castrapo [variedad del castellano que se vale de giros, rasgos y expresiones propias del gallego] muy interesante”, ríe. La edición de Destino llegó a las librerías al mismo tiempo que la original en Xerais, hace ahora algo más de dos semanas. “Es muy difícil ser visible como escritora fuera de Galicia”, concede.

Y eso que la trayectoria de Costas es un ejemplo de lo contrario. Como autora de infantil, no solo obtuvo el Nacional por su popular Escarlatina, sino que también se hizo en dos ocasiones con el Lazarillo, uno de los premios más prestigiosos del género: por Jules Verne e a vida secreta das Mulleres Planta (Xerais) en 2015 y por A balada dos unicornios (Xerais) en 2017. Disciplina y trabajo continuado le han permitido ir constuyendo una extensísima obra. “Es la única manera de vivir de esto. El mercado exige producción. Pero es que además yo soy muy feliz produciendo, me encanta”, asegura. Su próxima entrega será la tercera de otro de sus exitosos personajes, la Señorita Bubble. Y probablemente este relato viaje al exterior. “Observo que florecen las traducciones del gallego a otras lenguas”, considera. Su Escarlatina, que ya existe en castellano, catalán y coreano, saldrá próximamente en checo. Pero Costas no habla únicamente de sí misma y se refiere a los reconocimientos a la literatura gallega procedentes de fuera de Galicia. El último y más sonado, el Nacional de Narrativa para Xesús Fraga por Virtudes (y misterios) (Galaxia, 2020).

“No creo que lo que escribimos ahora sea mejor que lo que se escribía antes en la literatura gallega”, se extiende, “pero es cierto que cuando una o dos escritoras gallegas destacan, las miradas se giran hacia aquí”. La literatura infantil y xuvenil ya había llamado la atención, con nombres como la propia Costas o, más veteranos, Agustín Fernández Paz, Xabier P. Docampo, Fina Casalderrey y Paco Martín. Incluso la poesía: “Tú ibas fuera, decías el nombre de una poeta gallega ¡y la gente se cuadraba!”. Ese fue el abono. “Una labor de muchos años que se ha convertido en bola de nieve y contribuido a que el foco se haya situado aquí”, concluye.

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