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Los socialistas gallegos sueñan con la Xunta tras imponerse por primera vez en las urnas a un PP desconcertado

Gonzalo Caballero, líder del PSdeG, con Pedro Sánchez en un mitin previo a las generales del 28A

David Lombao

A primeras horas de la tarde del 29 de abril la viceportavoz parlamentaria del PP de Galicia, Paula Prado, tuvo que subir a la tribuna del Parlamento para defender el voto de su partido en el debate forzado por la oposición gallega para destituir a la Valedora do Pobo [Defensora del Pueblo de Galicia] por la sentencia que anuló el puesto que había otorgado a una sobrina del fallecido presidente Manuel Fraga. Prado, una de las dirigentes más contundentes del equipo de Alberto Núñez Feijóo, inició su intervención exigiendo “humildad” al PSdeG, que apenas doce horas antes había logrado un hito histórico en la política gallega: ser primera fuerza política en las elecciones generales, el puesto que el PP había mantenido en todas las citas con las urnas sin excepciones desde que Fraga refundó la vieja Alianza Popular a finales de los años 80 del siglo pasado.

La inédita escena vivida en el Pazo do Hórreo podría ser un buen resumen de la situación política gallega emanada del 28A. Tras una década de travesía en el desierto el PSdeG ha logrado algo que ni siquiera había conseguido el partido en los tiempos de los expresidentes Touriño y Zapatero, ser la fuerza más votada en Galicia. Lo ha hecho con casi 8 puntos menos de apoyo ciudadano que entonces, pero con una diferencia fundamental que hace a la formación ahora encabezada por Gonzalo Caballero soñar con la Xunta: el PP se quedó por debajo del 30% de los votos y tiene por primera vez en tres décadas competencia electoral viable en el espectro de la derecha.

Mientras, a la izquierda del PSdeG la fragmentación del espacio político de En Común-Unidas Podemos y En Marea acentúa su pérdida de sufragios, no compensada ni de lejos por la recuperación del BNG. Muestra de esto es el avance socialista en la Galicia urbana.

Más allá de que los siempre arriesgados ejercicios de política-ficción indiquen que una extrapolación mecánica de los resultados del 28A a unas elecciones gallegas otorgaría mayoría absoluta a la izquierda en el Parlamento de Galicia, el clima político general invita los socialistas gallegos, una década después, a hablar de cambio. Así lo interpreta Caballero, líder del partido desde hace apenas año y medio tras uno de los períodos más turbios de su historia reciente.

El secretario general y candidato a la presidencia de la Xunta en las elecciones gallegas previstas para 2020 lee el 28A como “el principio del fin de la era Feijóo en Galicia” y asegura afirmarlo basándose en los datos. “El PP antes nos superaba en 19 puntos y ahora los superamos en cinco”, afirma para destacar el “avance histórico” de su partido.

Habla de la posibilidad de “abrir un nuevo tiempo en Galicia” porque asegura estar convencido de que este es un resultado que va más allá de la coyuntura, es un “escenario electoral inédito”. Un “cambio estructural en las tendencias” que ha dejado al PP “noqueado” tras “pinchar” por primera vez. “Feijóo, que jugó a ser el relevo del PP en España, ahora ve como, tras diez años en el gobierno de la Xunta, los gallegos y gallegas apoyan al PSOE”, afirma satisfecho.

Los buenos resultados en las generales hacen a Caballero vislumbrar unos buenos pronósticos hacia las municipales, comicios hacia los que la demoscopia sonríe al PSdeG en algunos de los escenarios en los que más había perdido hace cuatro años mientras indican estabilidad o incluso alza allí donde ya gobierna. Es por eso que, también por primera vez, son ahora los socialistas los que retan al PPdeG a aclarar qué pactos estaría dispuesto a suscribir tras el paso por las urnas municipales y no al revés, como es habitual. Feijóo, dice Caballero, debe “ser claro” y decir al electorado gallego si “rechaza cualquier pacto con la ultraderecha tras las elecciones municipales”.

Feijóo, donde solía estar la izquierda

Mientras el éxito propio y las crisis ajenas sitúan al PSdeG en una impensable posición de salida para los siguientes procesos electorales, el hasta hace poco invencible PP de Feijóo transita por los caminos habituales de la izquierda gallega y lo hace, en gran medida, al modo acostumbrado por esta: comenzar a buscar culpas fuera para, después, mirar hacia dentro. Así, en la noche electoral del 28A, un Feijóo visiblemente afectado por el resultado del escrutinio atribuyó las cifras “malas, sin paliativos” esencialmente a la irrupción de la extrema derecha de Vox. También tuvo, no obstante, una lectura en clave interna más clásica. Como había sucedido, por ejemplo, tras el palo municipal de 2015, advirtió de que el declive del PP en Galicia fue menor que en la media estatal.

Apenas cuatro días después Feijóo volvió a recorrer los caminos postelectorales que suelen ser más habituales en la izquierda gallega en lo referido al reparto de culpas. El PSOE de Pedro Sánchez, analizó, ha tenido un “gran aliado” en su victoria. Y ese es “Vox, no hay ninguna duda”, reflexionó antes de advertir al potencial electorado popular que optó por la formación de extrema derecha de que es “mejor convivir con los votantes del PP que con los de Falange”. Hace apenas tres meses el propio Feijóo consideraba el pacto del PP con Vox en Andalucía “homologable la cualquier gobierno europeo”. Agregó también la clave interna: “Cambiamos nuestras estrategias y dejamos de ser lo que somos”.

En este clima de desconcierto y reparto de culpas el PPdeG enfila las cruciales elecciones municipales. En el último fin de semana antes de la campaña Feijóo vuelve a compartir romería preelectoral con Pablo Casado, como ya había hecho antes del 28A en un mitin en el rural de Santiago en el que el líder del PP había acabado prometiendo apoyos a organizaciones antiabortistas entre menciones a ETA. Ahora Casado viaja a Galicia para hacer ver que el enésimo viaje del PP al centro político no ha durado años o meses, sino apenas un par de días.

Tras el 26M llegará un nuevo balance electoral que, si como en 2015 se traduce en una merma de poder local, haría aparecer más nubarrones en el horizonte del PP gallego. Uno de los principales termómetros de todas las elecciones municipales gallegas son las siete principales ciudades y, excepto sorpresa mayúscula, no parece que vaya a existir una ola popular en la Galicia urbana semejante a la de 2011. Más bien al contrario.

El otro termómetro son las diputaciones, centros de distribución de poder, presupuesto y cargos que en caso de éxito podrían ser cobijo que amortiguara la pérdida de asientos en el Congreso y en el Senado. Si esto no sucede y el PSdeG, con o sin alianzas, sigue controlando al menos tres de los cuatro entes provinciales, Caballero podría estar en condiciones el 27 de mayo de hacer un análisis semejante al del 29 de abril y, apoyado en la crisis del grupo de En Marea, activar su anunciada llegada al Parlamento de Galicia con la etiqueta de líder de la oposición a un Gobierno de Feijóo que, como mucho en año y medio, tiene que evaluarse en las urnas.

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