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En este espacio se asoman historias y testimonios sobre cómo se vive la crisis del coronavirus, tanto en casa como en el trabajo. Si tienes algo que compartir, escríbenos a historiasdelcoronavirus@eldiario.es.

Mi historia como paciente en el hospital de campaña de Ifema

Los primeros pacientes de Ifema que pasaron la noche en el recinto ferial

María del Mar Pérez Juez

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Quisiera contar todas las experiencias y pensamientos que he vivido durante 28 días ingresada en el hospital de campaña de Ifema. Y en ello estoy, en cómo sacar a la luz esos sentimientos que pasan por mi cabeza: el miedo, la esperanza, la incertidumbre, la empatía con tus compañeros y con el personal sanitario.

De repente un fin de semana tu cuerpo te da señales de que algo no va bien y piensas que aunque Juani (la madre de la novia de mi hijo) empezó con los mismos síntomas, tú no vas a tenerlo y te dices: “no, eso no va a ser”. Pasas la semana “maltirando” y trabajando, cada vez con un nuevo síntoma de que algo no es normal. Entonces llega el “lío”, un domingo a mediodía acabas en urgencias. A pesar del caos, te hacen todas las pruebas, incluido el test de la Covid-19. Esa noche la pasas en urgencias sentada en una silla, rodeada de mucha gente enferma y ya con oxígeno y un primer diagnóstico: “neumonía bilateral”. A la mañana siguiente, te confirman el positivo del test.

Tienes el “honor” de ser una de las primeras enfermas en “inaugurar” el hospital de campaña de Ifema. La primera impresión es extraña, no sabes ni como calificarlo: es raro, una nave con camas, personas con trajes (EPI) que parecen marcianos. Con los días, esos EPI se les hacen más llevaderos, aunque siguen pasando mucho calor.

Estando allí, lo único que ves es que te han asignado una cama, eso ya es un logro. En este pabellón, el número 5, lo peor es que el oxígeno que te ponen en “balas” (así lo llaman ellos), ya que no se controla igual y a veces te puedes quedar sin él. Pasas una semana en la que no sabes si vas o vienes y de repente un día llega un susto, porque no estás bien y valoran la posibilidad de ingresarte en la UCI, pero al final eso no sucede.

Otro día te cambian de pabellón y te llevan al número 7. Aquí estás mejor, ya que puedes hablar con las compañeras y el oxígeno, eso tan principal para vivir, lo tienes en la cabecera de la cama. Además, tienes un enchufe para poder cargar el teléfono móvil (gracias a él sobrevives mejor).

Empiezas a evolucionar favorablemente y te vas encontrando algo mejor y entonces te das cuenta de lo que valen los pequeños detalles. Un día en la bandeja de la comida hay una carta de un niño, en la cual hay palabras de ánimo -“saldrás de esta”- y un dibujo de un dinosaurio. Una tarde aparece el personal del SAMUR y te regalan tulipanes y otra tarde te traen regalos del supermercado (cortaúñas, mantas, esponjas, zapatillas…), ¡cómo se aprecian todas esas cosas cuando llevas días sin ellas! Pero sin duda lo mejor de esos días es tener tu teléfono “inundado” de whatsapps con mensajes, vídeos, frases de ánimo…de gente demostrando que te aprecian, ¡qué narices! Que te quieren, lo mismo que tú a ellos.

La mejoría parece como una montaña rusa y entonces llega el cambio al pabellón número 9. Ahí tienes nuevos médicos y llega otro susto, porque como no mejoras te realizan otras pruebas para descartar un posible trombo en la arteria pulmonar. Por suerte esas pruebas dan negativo y clínicamente estás bien, aunque lo que está frenando esa mejoría es el EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) que tú ya tenías de antes. Solo es cuestión de aún más tiempo para que llegue tan ansiada mejoría. Al fin, después de 28 interminables días, una doctora te dice: “hoy seguramente te damos el alta”. Entonces tu corazón empieza a latir más rápidamente hasta que llega la confirmación y ¡sí, por fin te vas a casa!

Para salir de allí atraviesas todo Ifema, que es un largo camino, donde llegas a una sala de espera y cuando te mandan sentarte por fin ves a tu hijo, ¡qué difícil es no poder abrazarlo y comértelo a besos! Sólo sabes decir: “¡hijo, hijo!” Y él decir: “¡mamá, mamá!”. Por fin llegas a casa y ves a tu marido, a tu hija y a tu perro y te pones a llorar.

No he contado en ningún momento, porque quería dejarlo para el final, la labor tan impresionante que están haciendo todos los profesionales (médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, personal de limpieza y voluntarios) que allí están salvando vidas. Les dejé una nota dándoles las gracias, pero creo que nunca será bastante este agradecimiento y siempre los llevaré en mi corazón, puesto que todos ellos me han tratado con mucho cariño y me han ayudado a salir de esto.

¡Maldito Covid-19, te has llevado la vida de muchas personas! Esto va dedicado a mi familia, porque sin su apoyo no lo hubiera superado. Gracias a la fe y al optimismo de mi marido creyendo en que yo podría superar esto, al apoyo y al cariño de mis hijos (espero que algún día se les olvide los sustos que les di).

P.D. Tengo nuevas amigas del Ifema, entre las que se encuentran Mercedes, Susi e Aicha.

Fdo. La paciente del pabellón número 5, cama 19; del pabellón número 7, cama 37 y del pabellón número 9, cama 2.

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