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Auge y caída de los piratas musicales: breve historia de la 'escena MP3'

La piratería musical es anterior al nacimiento de la Web

Lucía Caballero

Aunque la piratería esté actualmente en el punto de mira de gobiernos y organizaciones en defensa de los derechos de autor, la práctica de cargar y descargar contenidos es anterior al nacimiento de las páginas web tal y como las conocemos. El Warez, la distribución de creaciones infringiendo una licencia de propiedad intelectual, existía antes de Megaupload y el nacimiento de los ‘torrent’.

En 1980, internet estaba en pañales (la red que conecta ordenadores de todo el mundo nació en 1969) y la Word Wide Web de Berners-Lee ni siquiera era un proyecto. Por aquella época, los ficheros se movían a través de los Sistemas de Tablón de Anuncios (BBS), un ‘software’ que permitía a los equipos conectarse entre ellos mediante la línea telefónica y uno o varios módems.

“En el tiempo de los BBS ya se distribuía música entre grandes grupos a nivel internacional, pero de una manera muy rudimentaria, y costaba mucho compartir los archivos”, explica a HojaDeRouter.com Ard Huizing, experto en sistemas de información y sociedad de la Universidad de Ámsterdam.

Con la proliferación de la Web y los nuevos protocolos de intercambio de datos, la comunidad de piratas informáticos que sostenía el Warez se convirtió en una estructura global, superando fronteras e idiomas. En 1995, la música cobró protagonismo gracias al auge del MP3, y gran parte de este colectivo se dedicó a traficar con canciones. Uno de los motivos del éxito de la llamada escena MP3’ es que trabajaban “con un lenguaje internacional”, explica Huizing. Cada género musical tiene su audiencia, “sin importar el país”.

Huizing y su colega Jan Van der Wal han estudiado el auge y caída del grupo. Han analizado la base de datos de lanzamientos de la ‘escena MP3’, filtrada “accidentalmente”, según los expertos. Contiene 1,2 millones de canciones que sus miembros liberaron entre enero de 1999 y mayo de 2007. Fijándose en su evolución, los investigadores han observado que su actividad se incrementó exponencialmente hasta 2004, cuando las nuevas aportaciones comenzaron a escasear.

Las casi 25.000 novedades que produjeron a mediados de 2004 se redujeron a tan solo 15.000 en 2007. ¿Qué estaba ocurriendo para que perdieran el interés los que antes se volcaban en descubrir nuevos temas, cambiarles el formato y distribuirlos?

Para contestar a la pregunta, hace falta conocer bien el contexto en el que actuaban los piratas de esta parte del Warez musical. Los integrantes del colectivo funcionaban como una sociedad trasladada al mundo digital: cada uno tenía su cargo y función. Se organizaban en ‘grupos de lanzamiento’, cada uno de ellos especializado en un género musical o en una fuente concreta (vinilos, CD, casetes, grabaciones de radio o incluso de un directo).

Vínculos profesionales y emocionales

Un equipo estaba generalmente integrado por uno o dos fundadores, cuatro o cinco personas que constituían la plantilla y un número variable de grabadores o ‘rippers’. Muchos no pertenecían a la misma ciudad, ni siquiera el mismo país.

Los ‘rippers’ se encargaban de buscar novedades, sellos discográficos, estudios de música, eventos y artistas. Cuando encontraban un nuevo ‘hit’ que no figuraba en las listas de distribución, lo convertían a MP3 y el grupo lo almacenaba en los servidores. Los discos duros se localizaban principalmente en universidades, empresas proveedoras de internet y compañías de ‘hosting’. Los mejores alojamientos estaban reservados para los grupos más activos.

Además de los ‘equipos de lanzamiento’, otros integrantes de la comunidad se dedicaban a controlar las conexiones de los equipos para que todo estuviera en orden. Se encargaban del mantenimiento físico y del cifrado de los documentos. Se trataba de una actividad ilícita, así que la seguridad era clave. Tenían que cambiar a menudo las direcciones web que llevaban a los archivos para evitar investigaciones.

Todo el proceso requería una inversión de tiempo enorme por la que no obtenían beneficio económico alguno. Tenían otras motivaciones: “Les movía el deseo de ser el primero en cada nuevo lanzamiento”, afirma Huizing. Les gustaba la música tanto como competir entre ellos para llegar a ser el mejor. “El prestigio se medía en términos de novedad y rapidez”, aseguran los investigadores.

Para entender mejor la filosofía de la comunidad y averiguar qué cambió en la actitud de sus miembros, Huizing y Van der Wal han entrevistado a quince de sus integrantes, garantizándoles el anonimato. “La escena (MP3) salvó mi vida en cierta manera”, afirmaba uno de ellos. “Me dio algo sólido a lo que agarrarme mientras no pasaba nada positivo en la realidad”. Era tal su motivación que se sumergían en la actividad “ignorando temporalmente lo que les rodeaba”, aseguran los expertos.

Además de la competitividad, la satisfacción que les producía conseguir sus metas y las recompensas en forma de prestigio, compartían el espíritu de lucha contra el ‘copyright’. Se sentían miembros de una sociedad que solo ellos compartían: “Son personas reales, son mis amigos y nos escuchamos cuando alguno tenemos un problema”, decía otro de los entrevistados.

“No existe un hecho que explique la caída de la ‘escena MP3’ por sí solo”, afirma Huizing. La actividad del grupo se fue apagando debido a diferentes factores. “Los cambios tecnológicos atrajeron a nuevos miembros con otras aspiraciones dentro de los grupos”. Las conexiones a internet eran cada vez más rápidas. A medida que la conversión de archivos y el MP3 pasaban a ser algo habitual, aparecieron nuevas webs y redes de distribución. La música en este formato se convirtió en un producto económico al alcance de cualquiera.

Los integrantes que entraban en la comunidad no compartían la pasión de sus predecesores. Su llegada se debía a otros motivos, como explica el holandés con un símil: “No hay jugador de fútbol sin un balón”. Todos los desencadenantes “deben tenerse en cuenta para entender, describir y explicar el fenómeno social”, añade.

Lo que más sorprendió a Huizing de sus entrevistados es “el fuerte vínculo emocional que les unía, el compromiso y el apego que tienen hacia la música y la escena”. No solo desapareció una práctica ilegal, también se desintegró una sociedad virtual que se extendía por todo el mundo. “Nuestro estudio demuestra que al final cualquier cosa con valor económico se convierte en una ‘commodity’ y el mercado termina por prevalecer”, concluyen los investigadores.

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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Tnarik Innael, Ard Huizing y Jan A. van der Wal, Hernán Piñera

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