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Cuando la tele pública española pintaba un futuro tan negro como 'Black Mirror'

Narciso Ibáñez Serrador mira un robot en el prólogo de una de sus 'Historias para no dormir'

José Manuel Blanco

Unos hombres a los que devolver la juventud para comprobar si se arrepienten de sus pecados, unos cerebros artificiales sin sentimientos o unas cápsulas de hibernación que permiten despertar en un futuro mejor protagonizaron algunos capítulos de series de televisión en los años 60 y 70. Pero no fue en Estados Unidos o en Gran Bretaña. Fue en la piel de toro. Los españoles pudieron ver en la televisión pública de entonces series de producción propia en las que se planteaban interrogantes sobre el futuro. Algunos saludaban las bondades de la tecnología que estaba por llegar. Otros recelaban de lo que el progreso podía traer.

Los primeros episodios de ciencia ficción que se vieron en España, sin embargo, fueron extranjeros. En 1961 (TVE empezó sus emisiones en 1956), se emitieron algunos capítulos de The Twilight Zone, con el nombre de Dimensión desconocida. Más tarde vendrían otras series, también para el público infantil y juvenil. Sin embargo, no habría que esperar mucho para que Madrid produjera su propia ficción ambientada en el futuro.

“La ciencia ficción se mezclaba con otros episodios de tipo realista en series o en espacios de tipo heterogéneo”, explica a HojadeRouter.com Ada Cruz Tienda, investigadora del Grupo de Estudios sobre lo Fantástico de la Universidad Autónoma de Barcelona y autora de un artículo sobre el tema en el libro Historia de la ciencia ficción en la cultura española (Iberoamericana Vervuert). Así, “el espectador no se extrañanaba o no debería extrañarse por ver un episodio de ciencia ficción, sobre todo al principio de los 70”.

“Obviamente, la mayoría de los capítulos estaban más alejados de las preocupaciones que podía tener el espectador español de ese momento”, explica la investigadora. Sin embargo, comparten algo con Black Mirror, la serie de Charlie Brooker: “Están reflejando grandes miedos de la sociedad”.

Todo comenzó con Narciso Ibáñez Serrador, que ya había realizado con éxito adaptaciones literarias para la televisión argentina. En 1963, los directivos de TVE le dieron vía libre para repetir esos formatos en nuestro país. Fue así como surgió Mañana puede ser verdad, una serie de ciencia ficción con ecos de Ray Bradbury, entre otros, cuyos episodios eran en su mayoría remakes de lo que ya había hecho en Buenos Aires. Solo se conserva uno de ellos, 'N. N. 23': Ambientado en una sociedad futura y totalitaria, sus habitantes tienen prohibido leer, y un mensaje de otro planeta ordena a sus gobernantes que los hagan felices. Si a alguien le suena el argumento, está en lo cierto: es un homenaje a obras que influyeron al uruguayo, como 1984, Fahrenheit 451 y Un mundo feliz1984Fahrenheit 451Un mundo feliz.

Mañana puede ser verdad - N.N.23

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El éxito de Mañana puede ser verdad “hace darse cuenta a algunos productores y a algunos autores de televisión de que [la ciencia ficción] es un tema que gusta y, sobre todo, que puede ganar premios en concursos internacionales”. Un mundo sin luz es Un mundo sin luzun ejemplo de ello. En este mediometraje, unos extraterrestres secuestran a unos niños para que los adultos dejen de ponerlos en peligro en una guerra mundial. La obra se llevó un premio en un festival de televisión en Berlín. Es, para Cruz, “la típica crítica a cómo está evolucionando la sociedad, y cómo hay a veces que hacer más caso a los niños, o la inocencia de los niños, que es un tema que también va a ser recurrente”.

Un mundo sin luz

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En Mañana puede ser verdad se mezclaban los argumentos de ciencia ficción con los de terror. El éxito de estos últimos llevó a Ibáñez Serrador a su famosísima Historias para no dormir. En ella, aunque los que más han trascendido son sus episodios de miedo y suspense, también había tiempo para capítulos dignos de Black Mirror, “historias para pensar”, como los llamaba Ibáñez Serrador en los prólogos, con menos intención de aterrorizar a los españoles. En algunos de esos episodios se siente, en palabras de Cruz, “el vértigo que pueden dar ciertos avances tecnológicos y la reflexión que puede surgir de ahí”.

Uno de ellos es 'El doble' (1966). Ambientado en el Estados Unidos de 1983 y basado en otro relato de Bradbury, Alejandro (Luis Prendes) ha encargado un doble idéntico a él para huir de su esposa e irse de vacaciones a Tahití. La empresa, Dobles S.A., fabrica “humanoides plásticos perfectos” por 15.000 dólares, sacando un molde del cuerpo y con muestras del tejido y los cabellos. La compañía, además, se publicita en “prospectos sonoros”, como los llama Alejandro, una especie de auricular inalámbrico que entrega a su amigo Pablo (Jesús Aristu) para convencerlo de que adquiera uno y lo use con su esposa.

El doble

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Si los androides en 'El doble' pueden ser un peligro al pensar igual que nosotros, en 'La espera' (1966) son más amables: sirven para que el protagonista (Narciso Ibáñez Menta, padre del realizador) no se sienta solo después de que su familia fallezca. Para ello, ha fabricado unos robots a imagen y semejanza de su esposa e hijos.

La espera

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Más innovaciones inquietantes se pueden ver en 'El trasplante' (1968), en el que las personas han de cambiarse partes de su cuerpo entre sí. Como curiosidad, este episodio tiene hasta un número musical.

El trasplante

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En otros se puede ver una crítica al porvenir que nos espera con la evolución al capitalismo, como apunta Cruz sobre 'El cohete' (1966). Con guion de Ibáñez Serrador (bajo el seudónimo de Luis Peñafiel), un chatarrero de 2019 (de nuevo Ibáñez Menta) tiene la ilusión de viajar en uno de estos aparatos al espacio, como un turista más. Como no tiene dinero para que su esposa (Irene Gutiérrez Caba) y todos sus nietos lo hagan con él, modifica una vieja nave para fingir esa ilusión. Esta, a diferencia de otras ficciones, es una historia más amable. Pero como se dice al comienzo del episodio, “solo los ricos tienen derecho a sueños y cohetes”.

El cohete

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La serie 'tecnológica' que desapareció

Fue a partir de Historias para no dormir cuando otros autores televisivos experimentaron con la ciencia ficción. Al terminar la primera temporada de esta serie surgió Doce cuentos y una pesadilla, 13 capítulos con guiones del escritor, guionista y crítico Juan Tébar.

Tébar se formó en la desaparecida Escuela Oficial de Cinematografía, donde trabajar con géneros como el terror o la ciencia ficción, que se escapaban de lo hegemónico de aquella época, estaba mal visto. Sus relatos fueron adaptados en Doce cuentos y una pesadilla. Esta serie llamó la atención de Ibáñez Serrador, quien lo fichó para la segunda temporada de Historias para no dormir y con quien también colaboró en el cine: del madrileño es el relato en el que se basa La residencia.

El guionista cuenta a HojadeRouter.com cómo de siempre le había gustado la literatura fantástica. En la EOC tenía un compañero, Antonio Abellán, al que nombraron programador de La 2 y que fue quien le ofreció la oportunidad de trabajar allí. Para él, “en ciertas épocas, una forma más fácil de burlar censuras y no meterse en terrenos peligrosos era escapar del realismo”. Y en la otrora Segunda Cadena había mucha libertad para hacer esos experimentos. Sus inspiraciones eran “sueños, recuerdos, obsesiones personales, aficiones literarias, todo visto con la mirada más o menos mágica del género fantástico. Un género, sea comedia, terror, melodrama, es ni más ni menos que una manera de mirar. A la vida, a uno mismo”.

Sobre Doce cuentos y una pesadilla, explica que tuvo “todo tipo de libertad en temas, e incluso colaboré con los realizadores”. En aquella serie pudo elaborar repartos, le dejaron asistir a las grabaciones en control y plató… “Creo que aprendí mucho de todo, como guionista y como posible director. Conocí muy de cerca el oficio”.

Por desgracia, los capítulos de Doce cuentos y una pesadilla (título que homenajeaba a Doce historias y un sueño, de H. G. Wells) no se conservan. Tébar tampoco guarda los guiones, solo la historia de uno de ellos. Se trata de 'Foster y Al'; en él, las innovaciones tecnológicas han vuelto muy perezosos a los humanos: el protagonista cuenta con un robot criado, Foster, al que utiliza incluso para moverse por la mansión en la que está enclaustrado.

Por la revista Tele Radio podemos hacernos una idea del contenido de otros episodios de Doce cuentos y una pesadilla. Así, 'Magia, amor y cibernética' era una historia romántica “en la era de los viajes espaciales”, mientras que en 'Por favor, compruebe el futuro' se planteaba “viajar al siglo XXX y traer la respuesta: ¿será el futuro mejor o peor que el presente?”.

Pesimismo y optimismo

Tras participar en la segunda temporada de Historias para no dormir como ayudante de realización, Tébar adaptó clásicos de la literatura en Hora once y FiccionesHora onceFicciones, aunque la última temporada de la segunda tuvo textos originales. “La posibilidad de elegir lecturas predilectas y cambiarlas de lenguaje me gustó siempre”, rememora. La primera serie tenía un enfoque más pesimista del progreso, mientras que en la segunda se veían más visiones optimistas.

Así, en Hora once, los espectadores que pusieron la tele el 22 de mayo de 1970 disfrutaron de 'El experimento del doctor Heidegger'. En él, un grupo de ancianos que en su juventud fueron corruptos y criminales son devueltos a esa etapa vital para comprobar si el tiempo les ha hecho aprender de sus errores.

En El despertar del doctor Bern', de Ficciones, el doctor Bern del título inventa una cápsula de hibernación para despertar miles de años después de presenciar dos guerras mundiales y el desarrollo de la tecnología nuclear. Cuando lo hace, la sociedad mundial es pacífica y no queda rastro del miedo a la autodestrucción que tenía en el siglo XX. Otro episodio que destaca de esta serie es 'El hombre del futuro', en el que un científico llamado Hyde crea un cerebro con apariencia humana pero sin sentimientos, que para el investigador son los culpables de las guerras. Sin embargo, el cerebro toma vida propia y se volverá muy peligroso.

Tébar e Ibáñez Serrador fueron de los primeros, pero hay más. Con la llegada de Ficciones y Hora Once, otros autores empezaron a destacar. Ya habían trabajado en el medio y con ellos “se va normalizando el género en televisión, y de alguna manera empieza a no chocar que de repente, después de ver una adaptación de una novela decimonónica realista, te encuentres una adaptación de Bradbury o una historia original”, explica Cruz.

Uno de esos autores es Juan José PlansJuan José Plans. Este asturiano había escrito, para Ficciones, 'Paraíso final', la adaptación de una novela corta de su propia autoría. En ella, una pareja, hombre y mujer, huyen de una sociedad muy controlada y mecanizada, y en un refugio isleño consiguen hacer su paraíso aparte de ese mundo opresivo.

A partir de ese primer contacto de Plans con la ficción televisiva surgió Crónicas fantásticas,Crónicas fantásticas una serie de seis capítulos adaptación de obras suyas, emitida en lo que hoy es La 2. Es ciencia ficción, fantasía y terror, y los capítulos no se entremezclaban con adaptaciones de novelas realistas. Entre ellos, llama la atención 'Llegó con el otoño'. En él, un extraterrestre diminuto llega a la casa de un niño, pero como no puede comunicarse (su voz tiene unas frecuencias imperceptibles), el pequeño lo confunde con un duende. Al final del episodio, la hermana lo encuentra, cree que es un bicho… y lo aplasta.

Los directores y guionistas de Crónicas fantásticas trabajaron después en otros espacios con el terror y la ciencia ficción. A uno de ellos, Sergi Schaaff, el gran público quizá lo reconozca más por otro de sus programas: es el responsable de Saber y ganarSaber y ganar, pero también de otros concursos míticos de TVE como El tiempo es oro o Si lo sé... no vengo. Sus hijas, Abigail y Anaïs Schaaff, han sido directora capitular y guionista de El Ministerio del Tiempo.

La ciencia ficción de factura patria decayó en la tele de los 80. “Sigue habiendo alguna obra más aislada”, explica Cruz, junto a producciones importadas. En 1981 regresa Ficciones, en la que destaca el capítulo 'El gran enigma'. En él, unos científicos estudian la Tierra desde el espacio, y comprueban con tristeza que los propios humanos se la están cargando por el uso masivo de la tecnología nuclear Los últimos episodios de Historias para no dormir se emitieron en 1984.

Aunque muchas de estos capítulos se han perdido o todavía no están disponibles en la web de RTVE, queda la hemeroteca para dejar constancia de que hubo una época en la que robots, cohetes y armas de destrucción masiva nos dieron que pensar como a los protagonistas (y espectadores) de Black Mirror.

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Las imágenes son propiedad, por orden de aparición, de RTVE (1 y 3, 4) y Juan Tébar (2).

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