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Las mujeres que tejían los programas de los primeros ordenadores españoles

Lola y Teresa Carmona (primera y segunda) cableando minuciosamente los programas

Cristina Sánchez

El 2 de enero de 1973, el año en el que Mocedades quedaba en segundo lugar en Eurovisión por su ‘Eres tú’ y el presidente franquista Luis Carrero Blanco era asesinado en un atentado, dos hermanas de Baena (Córdoba) conseguían trabajo en la empresa que había desarrollado los primeros ordenadores comerciales en España.

Lola Carmona tiene grabada en la memoria la fecha en la que comenzó a trabajar en Telesincro, aquella pionera empresa informática fundada por Joan Majófundada por Joan Majó, un ingeniero que llegaría a ministro. Había cumplido 20 años el día anterior y había logrado pasar las pruebas para trabajar en la fábrica barcelonesa pese a no haber visto un soldador en su vida.

Tampoco estaba familiarizada, en general, con la informática. “Sí sabíamos que era un ordenador más grande que una nevera, porque lo habíamos visto, pero no nos daban tantas explicaciones respecto al ordenador en el que teníamos que trabajar: era tejer y poco más”, explica Lola a HojaDeRouter.com

Aunque Lola sea modesta describiendo la labor que realizó en una empresa de la que guarda “recuerdos muy buenos”, la desconocida tarea de tejer programas era ardua. En aquella época, un soporte para almacenar los programas eran las placas llenas de hilos de cobre que atravesaban toros de ferrita. Esas anillas eran núcleos magnéticos que registraban ceros y unos.

Los Factor de Telesincro, máquinas encargadas de llevar la contabilidad de las empresas, usaban esa última tecnología de memoria ROM. De hecho, el ordenador de navegación del Apolo utilizado en las misiones lunares ya albergaba ‘core rope memories’ ordenador de navegación del Apolocore rope memories’(algo así como memorias de cuerdas de anillos) para almacenar el ‘software’.

Ese tipo de memoria también fue conocido como LOL memory (‘Little Old Ladies’), en referencia al grupo de jóvenes mujeres que tejía los programas en aquellas placas que viajarían al espacio. Al igual que ellas, las hermanas Carmona trabajaron duramente enhebrando las tripas de los primeros ordenadores patrios.

El ‘software’, una mantilla de cables

La tarea resultaba “laboriosa, pero bonita si te gustan las manualidades”, detalla Lola, como si hubiera tejido ayer su última placa. “Son muchos metros de cable, de hilo que tienes que pasar de un lado a otro”, añade su hermana Teresa. “Era una cosa para tener mucho cuidado”.

Con la sola ayuda de sus manos, y una aguja o unas pinzas en momentos puntuales, el grupo de tejedoras de Telesincro cableaba cada una de las placas dentro de una matriz de 32 filas por 22 columnas, fijándose en unas instrucciones llenas de recorridos dibujados. “Yo ya en mi pueblo había hecho mantillas, a mí esto de tejer ya no me venía de nuevo. Las tejía y era muy bonito, muy similar a lo que me estaba esperando en Barcelona”, ejemplifica Lola.

Las tejedoras no debían equivocarse pasando los hilos por un determinado toro, algo más difícil de lo que podría parecer teniendo en cuenta que, según Jordi Vidal, uno de los ingenieros más destacados de Telesincro, el número de enhebrados podía superar los 10.000 en una placa de programa para los Factor P, Q y R, tres de los primeros miniordenadores de la compañía.

La complejidad de la tarea aumentaba a medida que iban avanzando: cada vez disponían de menor hueco para que el hilo pasara por un toro. Lo más engorroso era hacer cambios, para corregir algún error de la tejedora o del programador o para realizar las modificaciones que pedía el cliente. Localizar el hilo afectado entre la multitud, retirarlo con unas pinzas deshaciendo el anterior trabajo y evitar que se rompiera era lo habitual en esos tiempos, cuando el ‘software’ no podía modificarse con unas cuantas líneas de código.

Según Teresa, reparar placas viejas era a veces lo más satisfactorio “porque era como un reto”. Las dos hermanas Carmona coinciden en que “les gustaba” ese trabajo, lo consideraban “gratificante” y se les daba bien dejar las placas limpias y ordenadas. Algunas de sus compañeras, como una íntima amiga suya desde aquel entonces, encontraban más dificultades.

Una labor que requería gran concentración

“Yo lo recuerdo como un trabajo pesado, era una cosa que tenías que estar con los ojos muy concentrada”, apunta Mari Carmen González. Ella empezó a trabajar en Telesincro el mismo año que Teresa y Lola, aunque solo contaba con 16 primaveras por aquel entonces. Había estado trabajando de cara al público seis días a la semana, por lo que un empleo con horario de mañana le pareció un buen avance.

Sin embargo, Mari Carmen no llegaba al nivel de perfección que alcanzaban sus compañeras a la hora de tejer las placas. “No me salía igual, el recuerdo mío es que me costaba mucho. Acababas de hacer una placa y empezabas otra [...] no me gustaba el trabajo rutinario. No lo sabía, me di cuenta allí”, reflexiona. Sus problemas para cumplir los plazos fueron la causa de que a Mari Carmen no se le subiera el sueldo, a diferencia del resto del equipo. “Decidí casi ni respirar, no ir al lavabo para estar más rato allí, estar antes del desayuno, después del desayuno…”

Aunque no logró mejorar sus resultados, la compañía se dio cuenta de que lo suyo no era falta de interés y decidió concederle el aumento. De hecho, estas tres tejedoras coinciden en que el ambiente de trabajo en Telesincro era muy familiar y agradable.

El equipo de tejedoras estaba integrado exclusivamente por mujeres, en Barcelona y en delegaciones como la de Valencia. Aunque ninguna de las trabajadoras de Telesincro se sintió discriminada por sus compañeros, eran conscientes de las diferencias salariales. “Ellos ganaban mucho más que nosotras, de eso no me cabe la menor duda”, señala Lola.

Jordi Vidal coincide en que la compañía pudo decidir que ese trabajo solo lo desempeñaran mujeres por su parecido con el oficio de bordar y porque les podían pagar menos. “Era un trabajo delicado pero muy duro, que puede que no fuese siempre reconocido o remunerado suficientemente”, admite Jordi.

En aquel momento, las tejedoras no pensaban mucho en ello. Creían que su sueldo “estaba bien”, aunque desconocían los que se pagaban en otras empresas y sus padres eran sus únicos asesores. Lola recuerda que su sueldo mensual era de 6.800 pesetas, superior al salario mínimo, fijado ese año en 5.580 pesetas para los trabajadores mayores de 18 años. A ello se sumó que, poco a poco, todas fueran haciéndose un hueco cada vez mayor en aquella empresa que fabricaba novedosos ordenadores.

Ascendiendo en Telesincro (para bien o para mal)

Mari Carmen no estuvo mucho tiempo tejiendo placas. Desconoce si como premio o como castigo, la enviaron a trabajar como administrativa en distintos departamentos. Miembro de Comisiones Obreras y del comité de empresa, promotora de manifestaciones para reclamar mejores condiciones o pedir la readmisión de algún compañero, ella misma se sorprendió en alguna ocasión dando su brazo a torcer por la empresa pese a que no estaba bien visto.

Jordi Vidal le pidió quedarse más horas cuando estaba desarrollando una impresora y ella accedió con gusto. “En un momento me doy cuenta de que estoy trabajando con uno que es ‘parte de la empresa’ y me estoy quedando a trabajar hasta la 1 y las 2 de la noche… y que lo estoy haciendo con gusto y ganas”, recuerda entre risas. No en vano, con el tiempo recibió cursos de programación en Telesincro -programó en binario el famoso retrato del Che Guevara y se lo imprimió-, de la aplicación de procesamiento de textos WordPerfect o de inglés.

A Teresa Carmona le gustó mucho menos pasar de ser tejedora a administrativa. Encargada de controlar el absentismo de sus compañeros, a mano al principio y con ordenadores después, la gente comenzó a “mirarla de otra manera” cuando colgó la bata y se sentó junto al jefe de personal. Añoraba aquella labor manual tejiendo placas en la que se dejaba la vista.

Su hermana también lo echaría de menos. El Factor-S, diseñado en 1969, fue el primer ordenador de Telesincro que utilizó un disco duro para los programas (un tambor magnético) en lugar de aquellas matrices de toros de ferrita. Con el paso de los años, el ‘software’ comenzó a programarse con ayuda de un teclado y a almacenarse en discos magnéticos.

La labor de Lola, que permaneció en la fábrica, comenzó a ser más mecánica y repetitiva. Las chicas insertaban componentes electrónicos para la creación de impresoras y los chicos comprobaban y ponían en marcha las placas. Aunque el control de los tiempos ya era habitual en su etapa como tejedora, la vigilancia comenzó a extremarse.

“Se ponía un cronometrador delante y aquello había que cumplirlo, eran otros tiempos”, señala. De hecho, en 1976, Telesincro fue adquirida por Secoinsa, la Sociedad Española de Comunicaciones e Informática creada por el Instituto Nacional de Industria. Había dejado de ser una empresa familiar y Joan Majó y Jordi Vidal ya habían abandonado el barco.

A Carmen Jandra le fue mucho mejor. También comenzó a cablear programas a principios de los 70, aunque en su caso en la delegación de Valencia. Ser tejedora no le parecía demasiado complicado ni creía estar sometida a demasiada presión: los compañeros concebían aquel trabajo como “para toda la vida” y mantenían una buena relación al no existir “una competitividad feroz”.

Carmen, una “persona bastante curiosa”, se interesó por ir descubriendo más y más secretos de los ordenadores de Telesincro. Con los años pasó de tejedora a codificadora (traducía las instrucciones del programador en el papel para las tejedoras), ayudante de programación e incluso programadora del ‘software’ que utilizaban las empresas para realizar su contabilidad. “Tuve suerte, aunque fuera para entrar como tejedora, luego tuve posibilidades de cambios positivos”, recuerda con humildad.

De artista a programadora: la primera mujer en I+D

Mientras las hermanas Carmona, Mari Carmen González y Carmen Jandra cosían placas, Rosa Casellas ya ocupaba un lugar destacado en el laboratorio de I+D de la compañía. Nunca había soñado con trabajar entre ordenadores - amante de la pintura, el dibujo y el baile, había estudiado en la Escola Massana para ser artista-, pero los problemas económicos en su casa le obligaron a buscar otra profesión.

Su novio le recomendó estudiar programación y ella siguió su consejo. “Me dijeron que me apuntara a perforación primero, porque una chica tiene que empezar primero en perforación”, detalla Rosa. Y así lo hizo, pero fue la única mujer de su curso que siguió con los estudios para pasarse a la programación, lo que la ayudaría a conseguir un puesto de analista programadora en el laboratorio de I+D de Telesincro en 1974.

“Buscaban programadores que no hubieran estado en administración ni en esas cosas mucho tiempo [...] No tener ya una mente estructurada, sino más libre, y a lo mejor por eso encajé”, reflexiona. Rosa comenzó a trabajar con Ramón Tortajada, uno de los creadores del Factor-S, el primer ordenador que Telesincro diseñó y fabricó por completo.

Colaborar en el desarrollo del Conversal, un lenguaje de programación que llegó a utilizarse en la Serie 10 de los Factor, o desarrollar el ‘software’ de una de las impresoras de Telesincro fueron algunos de sus cometidos. “Los programas que hacíamos eran para que el ordenador supiera interactuar con el siguiente programador que se dedicaría a hacer programas contables”, señala Rosa, que resume su labor en enseñar a la máquina “a sumar, a escribir y a pensar”.

Rosa disfrutó mucho en aquel trabajo y define aquella época como “muy feliz y muy creativa”. El único obstáculo que recuerda fue tener que “pelear un poco” para conseguir las mismas condiciones que sus compañeros. “Lo único que sí me fastidiaba es que en el sueldo era inferior al de los demás”, señala. “Ahí sí ha habido siempre alguna diferencia, aunque en Telesincro no recuerdo que hubiera demasiada”.

Casellas decidió abandonar la empresa a los ocho años para dedicarse a sus hijos, aunque nunca dejó el código. En la actualidad trabaja programando “por placer” para quien lo necesita, mantiene alguna página web y está aprendiendo el lenguaje de programación HTML 5alguna página web para “no quedarse dormida”.

El resto de las tejedoras consultadas trabajaron al menos durante dos décadas en Telesincro, reconvertida en una empresa dedicada principalmente a la producción de datáfonos. La última en salir fue Teresa Carmona, en 2005, cuando la compañía ya estaba en manos de la francesa Ingenico. Contaba con una extensa experiencia pero escasa formación para enfrentarse al mundo laboral.

“Era una niña y no conocía nada, y tuve mucho suerte de entrar allí, tanto que estuve veinte años allí, que tengo grandes amigos ahí, que tengo hermanos elegidos”, afirma Mari Carmen. “Para mí el trabajo era perfecto, lo recuerdo así”, añade Lola, recordando su primera etapa en Telesincro. Tanto su hermana como ella conservan aún con cariño una de aquellas placas que, hace ya cuarenta años, tejían con hilos de cobre para los primeros ordenadores patrios.

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Las imágenes son propiedad de Jordi Vidal, Mari Carmen González y Rosa Casellas

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