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Aplicaremos la sharía aunque discrepemos de ella

Partidarios del depuesto presidente Mohamed Mursi protestan junto a la mezquita Rabaa al-Adawiya durante una protesta en El Cairo, Egipto, en 2013.

Luz Gómez

  • Introducción del libro Entre la sharía y la yihad, de la escritora Luz Gómez, que profundiza en el pensamiento y desarrollo interno del islamismo desde su nacimiento hasta nuestros días

En un grafiti de la Universidad Americana de El Cairo, en su sede histórica y semiabandonada junto a la plaza de Tahrir, se podía ver en 2013 a un anarquista embozado en una kufiya, a un funcionario de traje raído, a un cura chepudo, a una pija rubia y a un barbudo islamista que los amenazaba a todos, y por extensión a los transeúntes, gritando: “Aplicaremos la sharía aunque discrepemos de ella”. Esto decían los muros pocas semanas antes del golpe de Estado que derrocó a Mohammed Morsi, el primer presidente egipcio elegido democráticamente, el primero civil, y además, miembro del gran mastodonte del islamismo: los Hermanos Musulmanes.

El grafiti fue borrado a conciencia, como todos los que dieron vida a las calles egipcias tras la Revolución de 2011. Pero la sharía no se ha esfumado. Su protagonismo sigue siendo absoluto. No ha dejado de discutirse qué es, cómo se aplica, quién la aplica y para qué sirve. La oleada de represión y contrarrevolución que sojuzga el mundo árabe, excepción hecha de Túnez, ha amenazado su potencial contestatario, pero no ha acabado con él, ni mucho menos.

El islamismo, el gestor ideológico de la sharía, no se ha ido por el desagüe de la posmodernidad, como se vaticinaba desde Occidente. La expansión del yihadismo, que se creía que acabaría con él, como un hijo que arruina a la familia, tampoco lo ha conseguido. El islamismo contemporáneo es un potente proyecto ideológico que interpreta la realidad en su totalidad (política, social, económica, cultural, pero también ética y espiritualmente) y se propone transformarla desde parámetros islámicos.

Nacido con el colonialismo, reivindica su autonomía, pues se constituye a partir de un sistema de conocimiento en dialéctica con Occidente, al cual le discute la dependencia epistémica que impone al resto de la humanidad y de la historia. En ello reside su interés para la historia de las ideas: no solo en la discusión que establece con los paradigmas occidentales, tanto con los de tradición liberal como con los marxistas, sino, sobre todo, en su lectura de la propia tradición islámica, a la que somete a la tensión de la contingencia histórica y la circunstancia, de la “mundanidad”, que diría Edward Said.

Al islam, y por extensión al islamismo, el pensamiento ilustrado le ha escamoteado su condición intelectual. Lo más habitual ha sido la mirada condescendiente, más o menos orientalista, que ha relegado a las sociedades musulmanas a una posición subalterna respecto a los ideales universales de progreso y emancipación. Edificar el cielo en la tierra, hacer habitable y sostenible el planeta (en expresión coránica, tamir al-ard) es la misión que Dios le ha encomendado al ser humano según el islam. A ello han estado llamados los musulmanes durante catorce siglos, y de cómo acometerlo en el siglo XX es de lo que se han ocupado pensadores y activistas islamistas.

En la medida en que cerca de 1.800 millones de personas se declaran hoy musulmanas, las formas de expresión ideológica del islam son de radical importancia para la marcha general de la humanidad. Es una cuestión susceptible de ser abordada desde las ciencias sociales o políticas, o en términos de relaciones internacionales y securitarios. Pero son aproximaciones que, casi irremediablemente, incurren en una mirada omnisciente y que, a la postre, poco dicen de cómo y por qué se origina el islamismo, lo cual es la base para comprender su influencia en las sociedades musulmanas.

En estas páginas se analiza la historia de las ideas en que se sustenta el islamismo, dando el protagonismo a la controversia intelectual y a sus consecuencias prácticas. Se quiere así mostrar la lógica interna de unos procesos ideológicos cuyos protagonistas son hombres y mujeres que han vivido la modernidad de manera tensa, como algo ajeno y, en muchos casos, como una imposición humillante.

El islamismo comienza y acaba en la sharía, que es el camino, la vía que el islam le propone al hombre para que cumpla con Dios. Pero aparte de eso, todo lo demás es relativo. Así lo han entendido durante siglos los ulemas, que se dedicaron a interpretar la sharía para hacérsela accesible a los hombres, desde los huertos de Al-Ándalus a la jungla filipina. Pero hay que distinguir entre sharía y fiqh. Lo que a partir de la lectura del Corán y la exégesis del modelo de Mahoma los eruditos musulmanes materializaron en normas, constituye la jurisprudencia islámica, el fiqh, que desde sus orígenes trabajó con planteamientos metodológicos plurales y dio soluciones concretas, sujetas a contradicción y enmienda.

La confusión entre sharía y fiqh ha ocasionado grandes debates a lo largo de la historia doctrinal del islam, y más de un conflicto armado. En no pocas ocasiones las discrepancias han situado a la umma, el ideal islámico de ser un único pueblo, al borde de la ruptura. Pero incluso cuando el enfrentamiento ha llegado a extremos, como sucedió en el siglo VII entre sunníes y chiíes y vuelve a suceder hoy, la sharía ha resistido como ideario islámico por encima de todo y de todos.

Con la agresión colonial, la umma se asomó, una vez más, al abismo, y una vez más los musulmanes recurrieron a la sharía para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre la cosmovisión islámica. Hay que recalcar la singularidad que supone que la sharía sea a un tiempo garante de la estabilidad y del cambio, de la continuidad y la adaptación, de la tradición y la reinvención. Esto es lo que refleja la historia de las ideas y conceptos que de ella han emanado y de los que se ocupa esta obra en sus manifestaciones contemporáneas.

La yihad es una de esas nociones, pero también es algo más, es una doctrina convertida desde antiguo en una institución que garantiza la supervivencia del modo de ser islámico, es decir, de la sharía misma, y, llegado el caso, promueve su expansión. Los límites entre la yihad como esfuerzo espiritual para ser mejor musulmán y la acción bélica para defender la fe o imponerla han sido motivo de arduas controversias en su adaptación a los ideales de prudencia, magnanimidad y tolerancia de la sharía.

El largo siglo XX, al menos el del islam, ha ofrecido a los musulmanes numerosas ocasiones de poner a prueba todo ello, y de ahí han surgido corrientes ideológicas y movimientos sociales y políticos que han oscilado entre la relectura de la sharía como motor primero de la historia islámica y la yihad como estrategia para hacerla efectiva. El problema surgió cuando la yihad pasó a convertirse en cosmovisión, amenazando a la sharía misma. Pero cuando el yihadismo parecía que iba a suplantar a la sharía, el salafismo volvió a colocarla en el centro del ideario islámico, y otro actor inesperado, el llamado “islam moderado”, una especie de forma menor de islamismo, vino en su auxilio.

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