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ENTREVISTA

Elizabeth Kolbert, periodista: “El cambio climático no es reversible si no empezamos a eliminar el CO2 de la atmósfera”

Elizabeth Kolbert, periodista estadounidense y ganadora del premio Pulitzer en 2015.

Ignacio F. Vázquez

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Elizabeth Kolbert (Nueva York, 1961) es una de las reporteras especializadas en la crisis climática más reconocidas del mundo. Su libro La sexta extinción ganó el premio Pulitzer en 2015. En su nueva obra Bajo un cielo blanco, Kolbert se dedica a investigar cómo va a ser la naturaleza en el futuro.

En uno de los pasajes más tristes de la obra, la autora desciende hasta una gruta en el desierto de Nevada, donde un grupo de científicos lucha contra viento y arena por preservar una especie de pez diminuto que solo se encuentra en esa pequeña piscina.

Los esfuerzos sobrehumanos para preservar la naturaleza de los protagonistas de Bajo un cielo blanco no solo ocurren en Estados Unidos, sino que Kolbert dibuja una peculiar imagen panorámica de cómo en todo el planeta la naturaleza ya no es lo que era. El mundo es cada vez más humano a ojos de Kolbert, y eso no siempre es positivo. 

El libro comienza con un capítulo dedicado al problema de la carpa asiática en el río Misisipi y los Grandes Lagos, en Chicago. Una especie que antes de convertirse en un problema fue importada para solucionar, a su vez, otro problema.

Muchas de las historias del libro tienen su origen en proyectos que tuvieron irónicamente el propósito de arreglar un problema ecológico. El caso de las carpas de Chicago es un ejemplo de cómo los humanos hemos importado y exportado especies para acabar con plagas o solucionar un problema ecológico. Estas iniciativas, en principio, parecían no tener un impacto negativo en el medio ambiente pero muchas han salido mal. Cuando se mueve una especie de un lugar a otro el impacto que esa acción puede tener es incierto y, muchas veces, negativo. La gente probablemente piensa que ahora somos mucho más cuidadosos con los animales que desplazamos, pero no es así; movemos muchas especies sin darnos cuenta.

También menciona otros casos en los que se han introducido especies depredadoras para equilibrar un ecosistema, proyectos llenos de buenas intenciones pero que salieron mal. La introducción del sapo de caña en Australia es uno de esos ejemplos en los que una especie traída por humanos causa estragos en el entorno y obliga a los científicos a idear nuevas formas de eliminarla mediante técnicas como la edición genética. ¿Cómo logran eso?

En el libro explico como conseguí un kit de edición genética para mí, lo cual fue divertido y aterrador a la vez. Los creadores de la tecnología CRISPR, de edición genética, fueron premiados con el Nobel; es una herramienta muy poderosa que nos permite manipular cualquier gen –eso no implica obtener el resultado genético exacto que esperábamos– lo que ha abierto nuevas posibilidades. Podemos eliminar genes, reducir su presencia, insertar genes propios de unos organismos en otros organismos y eso tiene ciertas implicaciones en términos de conservación.

Lo interesante es que hemos llegado a un punto en que muchos seres vivos puede que no sobrevivan si sus genes no son manipulados. En el libro menciono el ejemplo del castaño americano, una especie que ha sido atacada por un hongo importado hace un siglo y que ha matado a casi todos los ejemplares. Gracias a esta tecnología ahora tenemos un castaño que es resistente al hongo. La pregunta en estos momentos es si deberíamos introducir ese árbol en los bosques de Estados Unidos, para ello estamos buscando soluciones de manera conjunta con la tecnología a estos problemas. Muchas agencias públicas trabajan para resolver estas cuestión.

Las ciudades costeras de todo el mundo van a tener problemas debido al cambio climático y al aumento del nivel del mar, pero ¿por qué escogió la ciudad de Nueva Orleans para ilustrar el argumento de que si no queremos que las ciudades desaparezcan hay que reducir nuestras emisiones de CO2? 

Nueva Orleans, desde la perspectiva estadounidense, es la ciudad más vulnerable a la subida del nivel del mar. Una de las razones por las que ocurre es porque se hunde muy rápido. La razón de este hundimiento se debe precisamente a las soluciones que se concibieron en el pasado para que la ciudad no se inundase. Tiene una geología muy peculiar, porque está en el delta de un río (el Misisipi) que depende del constante flujo de sedimentos para que se construya terreno y cuando esto no pasa, empieza a hundirse.

A día de hoy, que los sedimentos del río se posen en la ciudad es muy complicado debido a los sistemas que se han creado de represado para contener el agua. Las compuertas han hecho de la ciudad una isla en medio del río. Nueva Orleans es un gran ejemplo de la compleja situación en la que estamos y de cómo ahora nos vemos obligados a tener todo tipo de ideas peculiares para evitar un futuro que, a mi parecer, es inevitable.  

La bióloga marina Ruth Gates dedicó su vida al estudio de los corales en Australia y dijo que “la naturaleza ya no es natural”. ¿Qué piensa sobre ello?

También me causó una enorme impresión cuando lo oí. Es una frase muy contundente. No todo el mundo puede –ni quiere–  hacer ese tipo de afirmaciones pero Ruth tuvo el valor de hacerlo. Por desgracia, es cierto, ya no podemos ir a ningún sitio y decir “esta zona no ha sido afectada por la acción del ser humano”. Tenemos plásticos por todos los océanos –incluso en la fosa de las marianas– así que la pregunta es: ¿qué hacemos con esa realidad y cómo actuamos? Ruth se centró en tratar de salvar los arrecifes de coral, haciéndolos más resistentes al calor, pero ¿hasta qué punto nuestras intervenciones pueden tener un efecto negativo o pueden salir mal? Los corales son organismos muy complicados y ni siquiera sé si un pedazo de coral creado en un laboratorio es la solución o si podría llegar convertirse en un gran arrecife. 

¿Lo que le estamos haciendo a nuestro planeta y la naturaleza es el curso natural de las cosas?

Creo que es una pregunta más semántica que práctica. Hay cambio constante en la naturaleza y en lo que se refiere a la biología hay solo una forma de cambiar: la selección natural, la evolución. Ahora hemos sobrepasado esa “fase” y estamos en un momento en que no hay tiempo para la evolución, si queremos que sobrevivan necesitamos modificar a las especies más rápido y para ello modificar su genoma. Creo que decir que ese proceso es parte de la naturaleza confirma lo irrelevante que esta es para nosotros. 

Ya no podemos ir a ningún sitio y decir "esta zona no ha sido afectada por la acción del ser humano". Tenemos plásticos por todos los océanos –incluso en la fosa de las marianas–, así que la pregunta es: ¿qué hacemos con esa realidad y cómo actuamos?

El título del libro está directamente relacionado con uno de los capítulos finales, en el que se contempla la idea de ensombrecer el sol llenando el cielo de partículas diminutas de todo tipo. ¿Puede explicar más de la “geoingeniería solar”?

La geoingeniería solar es un ejemplo perfecto que demuestra cómo vamos a recurrir cada vez más a la tecnología para buscar soluciones medioambientales a problemas causados, irónicamente, por tecnologías más antiguas. La atmósfera está llena de CO2, lo cual calienta el planeta. Pero de lo que no nos damos cuenta es de que el planeta se seguiría calentando durante muchas décadas incluso si dejásemos de emitir CO2 ahora mismo. El objetivo de este proyecto es tratar de averiguar cómo enfriar el planeta mediante la liberación de partículas en la atmósfera que reflejen la radiación solar. Sabemos que esto funciona porque es lo que hacen los volcanes y eso permitiría reducir la temperatura temporalmente.

¿Solo temporalmente?

Es todo teórico. No hay estudios ni se han hecho test. Hay un grupo de científicos en Harvard que quería hacer una prueba en Suecia pero se canceló, porque hay mucha oposición a la geoingeniería. ¡Y ese test era trivial, solo querían volar en un globo! La gente lo ve como un problema que puede tener terribles consecuencias y creen que ni siquiera se debería explorar esa posibilidad porque una vez que empieces lo mismo ya no puedes parar. 

¿Qué siente cuando ve a Jeff Bezos y otros magnates lanzándose hacia la estratosfera?

Creo que es muy raro, una tendencia extraña. No sé cuanta energía destinan a ello pero claramente parece que se están centrando en el problema equivocado. 

En su libro creo que no lo dice directamente, pero se puede intuir: el cambio climático no es reversible.

Sí, no es reversible. A menos que empecemos a eliminar el CO2 de la atmósfera. En teoría, podríamos eliminar una cantidad lo suficientemente grande para enfriar el planeta. Otra opción es la geoingeniería solar, pero dada la cantidad de CO2 que hay en la atmósfera, actualmente no es reversible en una escala temporal humana. En el futuro será posible, pero solo a través de procesos geológicos que tardarán miles de años en ocurrir.

¿Cree que la adaptación fisiológica también forma parte de este “plan” contra el cambio climático? ¿Tendremos que modificar nuestros cuerpos para fomentar la adaptación?

Alterar nuestra genética para hacer frente al cambio climático es algo que no es práctico ahora mismo. Existe aún una gran resistencia del público a modificar nuestra biología. El único precedente que hay es un experimento de un científico chino con unas niñas gemelas y él está en la cárcel. No hay mucha gente tratando de modificar la biología de los humanos y, si se hace, es algo que debería tener un propósito claro.

El profesor sueco de ecología humana Andreas Maln se posiciona en su último libro a favor de un eco-activismo más radical que promueva acciones como el sabotaje de compañías e infraestructuras contaminantes. ¿Qué piensa al respecto?

Creo que siempre ha habido una vertiente dentro de los movimientos sociales que siente que no es escuchada. Las cosas pueden volverse tensas. Entiendo que tenemos una obligación moral de tratar de parar algo que va a afectar a millones de personas, así que simpatizo con ello. Pero la respuesta y la reacción política pueden ser muy grandes. Los poderes políticos y económicos podrían contraatacar fuertemente contra actos que envuelvan destruir cualquier propiedad. Tienes que estar preparado para hacer frente a eso y no sé qué piensa la opinión pública, tal vez tus acciones pueden tener un efecto contrario al que esperabas.

¿Le ha afectado cubrir el cambio climático de alguna manera a nivel emocional o psicológico?

Claramente, mirar al mundo a través de la lente que uso en este libro o en anterior La sexta extinción, no te hace ver el futuro con optimismo. Dicho esto, a lo largo del libro te das cuenta de que hay gente muy inteligente y muy importante –como Bill Gates– interesada en solucionar este problema. Vivimos un periodo muy interesante y eso tiene cosas negativas pero también es estimulante.

Daniel Schrag es uno de los científicos a los que entrevistó y él dice que su deber no es traer esperanza o un final feliz a la crisis climática, sino simplemente informar con rigor y transmitir la ciencia. ¿Cómo lo ve?

Si, Dan trabaja en Harvard, y me preguntó si yo como periodista sentía que la gente también me exigía que les diera un final feliz en mis libros y artículos. Y si, es verdad, la gente quiere un final feliz pero, ¿cómo se lo das? Hay cientos de libros que hablan de este tema desde una perspectiva optimista pero luego no dan soluciones adecuadas y el lector se da cuenta. Yo no quería hacer un libro así, yo quería dejar que el lector piense. No sé si es una decisión editorial inteligente porque a veces el lector desea tener respuestas y puede frustrarse, pero por desgracia yo no las tengo, si las tuviese se las daría. 

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