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Las ideas xenófobas se extienden por Europa del Este

Policías húngaros vigilan un tren lleno de refugiados en en la estación de trenes de Bicske, el jueves.

Salvador Martínez Mas

Berlín —

Los países de la Europa del Este que entraron en la UE disfrutan de la libre circulación de personas en la Unión. La emigración a miembros occidentales de la UE ha constituido para polacos, checos y húngaros una vía habitual y legal para buscar un futuro mejor. Son inmigrantes económicos y tienen derecho a ejercer ese derecho. Pero con los refugiados sirios que huyen de una guerra sus gobiernos han respondido a esa solidaridad con una actitud tan intransigente que roza la xenofobia.

Prueba de ello es que el Grupo de Visegrád, que reúne a Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia, en su reunión del viernes cerró filas con el primer ministro húngaro, el ultraconservador Viktor Orbán, que ni siquiera quería permitir a los refugiados que atravesaran el país para dirigirse a Austria y Alemania. En la cita que reunió en Praga a los líderes gubernamentales de esos miembros de la UE, se “reiteró el total apoyo a Hungría” en la crisis, incluso aunque Orbán se niega a conceder a los refugiados los derechos que les conceden los tratados internacionales.

La única solidaridad que aceptan está limitada por razones religiosas. En Varsovia, sólo se acepta a demandantes de asilo que sean cristianos. Con apoyo del Gobierno, algunas ONG han acogido a un puñado de cristianos sirios. Ocurre lo mismo en Eslovaquia, donde las autoridades anunciaron que estaban dispuestas a recibir a 200 sirios sólo en caso de que fueran cristianos.

En los países bálticos están preocupados por la llegada de refugiados musulmanes. El ministros de Protección Social de Estonia, Margus Tsahkna, ha avisado, ante la imagen de mujeres con el pelo cubierto por un hiyab que “es inherente” en la sociedad de ese Estado báltico “que la gente sea identificable”.

El húngaro Viktor Orbán también alienta el miedo a los musulmanes. “Europa y la cultura europea tienen raíces cristianas”, escribió el jueves en un artículo aparecido en el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. Eso le basta para afirmar que “el multiculturalismo no funciona” en su país. Orbán, por un lado, presume de estar defendiendo los intereses de la UE reforzando su frontera exterior, y pronto afirma que la llegada masiva de refugiados no es su problema, sino de Berlín: “No estamos ante un problema europeo”, dice Orbán, sino ante “un problema alemán”.

“Nadie quiere quedarse en Hungría, ni en Eslovaquia, Polonia o Estonia, los refugiados quieren ir a Alemania”, dijo el jefe del Gobierno húngaro en una reciente intervención en el Parlamento Europeo.

La primera ministra de Letonia, la también conservadora Laimdota Straujuma, ha cifrado en apenas 250 el número de refugiados que su país puede acoger de forma excepcional y atendiendo a una decisión “voluntaria”. No quiere saber nada de cuotas obligatorias, que tiene a la canciller alemana Angela Merkel su defensora más relevante.

Contra las cuotas de refugiados

Los gobiernos francés y alemán han pasado a afirmar que la única manera de encontrar una solución es adoptar cuotas de obligado cumplimiento. Fuentes diplomáticas de la República Checa han respondido esta semana que “las cuotas no resuelven nada”. Con este tipo de opiniones, los políticos de estos países no están muy lejos de lo que opinan sus votantes. Ya en 2013 un estudio de la Universidad de Varsovia daba cuenta de que hasta el 69% de los polacos no deseaba ver a gente que no fuera blanca viviendo en su país. Desde la Plataforma Cívica, el partido de la primera ministra Ewa Kopacz, los hay que aseguran que, en Polonia, “a la gente no le gustan los inmigrantes, no los entiende y cree que su mantenimiento es demasiado caro”.

En Hungría, el clima es muy similar, habida cuenta de que existe una “campaña destinada a incrementar el miedo del público a los extranjeros”, afirma Anita Sobják, experta en cuestiones centroeuropeas del Instituto Polaco de Asuntos Internacionales. Más al norte, en los países bálticos, se habla, con ayuda de declaraciones de responsables gubernamentales tales como Tsahkna, de la existencia de una “ansiedad cultural” ante la posible llegada de inmigrantes que no sean de raíces religiosas similares a las habituales en Europa.

El Pew Research Center, un centro estadounidense especializado en la percepción pública de asuntos internacionales, ha descrito a Europa “recibiendo a refugiados sin los brazos abiertos”. El este de Europa y los países bálticos están confirmando esa interpretación. Un factor político relevante es la abundancia allí de partidos de signo neonazi y de ultraderecha, que tienen “más éxito que en la Europa occidental, donde sus días de apogeo terminaron en los años sesenta”, según Michael Minkenberg, politólogo alemán de la Universidad Europea Viadrina de Fráncfort del Óder.

Entre esos grupos pueden incluirse formaciones ultras como el abiertamente antisemita, antigitano y homófobo Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik), o las no menos xenófobas Liga de las Familias Polacas y la Autodefensa de la República de Polonia, La Unión Nacional Ataque de Bulgaria, o el Partido Popular Nuestra Eslovaquia. Algunas de estas organizaciones cuentan –o han contado– con representación parlamentaria. Para esa constelación reaccionaria la crisis de los refugiados ofrece un caldo de cultivo ideal para seguir creciendo.

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