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Los hangares de Tempelhof, hogar de urgencia para refugiados en Berlín

El cuarto de juegos de los niños, recién habilitado. Hangares del antiguo aeropuerto / Foto: Salvador Martínez Mas

Salvador Martínez Mas

Berlín, Alemania —

 Almar es un chico de apenas unos trece o catorce años procedente de la ciudad siria de Homs. Junto a su hermana, Bana, más pequeña que él, pasean por el hangar número uno de Tempelhof, el céntrico e histórico aeropuerto internacional de Berlín reconvertido en 2008 en parque público y lugar para eventos culturales.

Desde octubre, gran parte de esta infraestructura sirve de hogar de urgencia para cientos de refugiados. En este primer hangar, a parte de pasear bajo la pesada atmósfera que se respira, no hay mucho que hacer. Los refugiados esperan que las autoridades berlinesas concedan una vivienda o un lugar más adaptado donde vivir, ya sea en la capital germana o en otro Land alemán. Pero esto es precisamente algo que no termina de ocurrir.

Las autoridades de la ciudad-Estado de Berlín están “visiblemente desbordadas”, según los términos de Maria Kipp, responsable de comunicación de la empresa de servicios sociales Tamaja. En esta compañía ha recaído la misión de hacer habitables para los refugiados los siete hangares del aeropuerto.

“La idea es que la gente venga aquí sólo dos semanas, para después pasar a otro refugio, pues, en principio aquí venían los refugiados para vivir mientras se registraban como asilados”, explica Kipp a eldiario.es. “Pero esto no funciona de momento porque no hay suficientes lugares a los que puedan ir los asilados a largo plazo y porque en Berlín los refugiados se inscriben muy lentamente; mientras que en otros Länder, como en Baviera, los refugiados se pueden registrar los siete días de la semana durante las 24 horas del día”, agrega Kipp.

Un espacio de 2,5 metros cuadrados por persona

A su espalda están las tiendas de emergencia con literas en las que duermen los refugiados que viven en Tempelhof. “La gente no puede quedarse tanto tiempo aquí en las condiciones actuales, porque sólo tienen 2,5 metros cuadrados por persona”, afirma esta responsable de Tamaja, aludiendo al interior de las carpas.

Tres de los siete hangares del aeropuerto albergan estos hogares improvisados. En cada hangar hay unas 740 personas aproximadamente. Está proyectado que esta infraestructura levantada en 1927 y ampliada en los años treinta del siglo pasado por el arquitecto Ernst Sagebiel, quien estuvo al servicio del régimen nazi, termine acogiendo a unos 4.300 asilados. Pero ésto ocurrirá siempre y cuando Tempelhof preserve su condición de refugio de urgencia.

Sin embargo, esta calificación parece estar dejando de tener vigencia porque la estancia aquí de muchos refugiados se está eternizando. En gran medida, esto se debe a los retrasos en la habilitación de hogares duraderos para los refugiados y a lo desbordado que parece estar el Servicio para la Salud y lo Social de la ciudad-estado de Berlín (Lageso, por sus siglas en alemán).

No fue una casualidad que a principios de mes dimitiera el presidente de Lageso, Franz Allert, víctima política de las numerosas críticas recibidas por su deficiente gestión frente a la crisis de los refugiados. Tarek Alsamar, otro sirio procedente de Homs, lleva dos meses en Tempelhof, seis semanas más de lo que en principio es conveniente quedarse en estos hangares. Parece cansado. Cuando se le pregunta cómo es vivir en el hangar número tres, sonríe tímidamente, sin atreverse a criticar el lugar.

“Es suficiente”, dice, pero “Lageso no está bien”, añade en declaraciones a este periódico este joven de 19 años, aludiendo a la institución dedicada a la ayuda a los refugiados. Su sede está en en el céntrico barrio de Moabit. Allí, los refugiados tienen que hacer una cola que dura más de un día –noche incluida– si quieren aspirar a recibir ayuda.

“Vuelva usted mañana”

Muchos reciben en Lageso una respuesta desesperante: “vuelva usted mañana”. Tempelhof está lejos de ser un lugar ejemplar para acoger a los refugiados. Así lo cree la alcaldesa del distrito de Tempelhof-Schöneberg, la socialdemócrata Angelika Schöttler, quien ha escrito al responsable del área Social del Gobierno del Land de Berlín, el democristiano Mario Czaja, para darle cuenta de la falta de medios que presenta el lugar. Según ella, en muchos aspectos, las condiciones de vida que se dan en los hangares son inaceptables.

A los refugiados se les escucha a menudo quejarse por la comida. “No es buena”, afirma a este diario Fahres, otro joven sirio procedente de la ciudad de Daara. En Tempelhof, no se sirve un menú halal y, según reconoce Kipp, a ella le gustaría que en Tempelhoff se pudiera servir comida como en otros hogares de refugiados que ha visitado.

Sin duchas y sin ventilación adecuada 

Lo que necesita mejoras más urgentes es la higiene. Para ir al baño hay que salir de los hangares y utilizar unas cabinas cuya limpieza deja mucho que desear, según han expuesto sus usuarios. Además, resulta imposible darse una ducha allí. En realidad, hay un puñado de cabinas con ducha y baño en construcción, pero que entren en funcionamiento depende de cuestiones técnicas y logísticas por las que poco pueden hacer en Tamaja. “Dependemos de otros actores”, señala Kipp, aludiendo, por ejemplo, a la falta de agua con presión suficiente para poner esas duchas en marcha.

Los refugiados que necesitan lavarse van en un autobús hasta un estadio de fútbol cercano donde ducharse. Los puntos de acceso al agua en Tempelhof son mínimos, casi exclusivamente unas contadas fuentes de agua móviles instaladas en los hangares. La ropa limpia se seca fuera de las tiendas, sobre las vallas de metal que separan las carpas bajo las que duermen los refugiados.

La escasa ventilación y la acumulación de personas día y noche en los hangares conlleva que en el lugar se respire un aire con olor a muchedumbre al que difícilmente puede acostumbrarse el visitante. Este tipo de detalles dan buena cuenta de que Tempelhof es, ante todo, un conjunto de barracones diseñados para albergar aviones, no personas. La lenta transformación del espacio para acoger refugiados se está haciendo sobre la marcha, o al menos con una preparación prácticamente nula.

Sin nada que hacer 

“Tempelhof tendría que haber abierto sus puertas a los refugiados este mes, pero la apertura se hizo dos meses antes por la urgencia, el primer hangar lo montamos en un fin de semana”, porque “recibimos un viernes la notificación de que teníamos que estar preparados el lunes siguiente para que unas 700 personas pudieran venir aquí”, cuenta Kipp.

Desde hace escasos días los más pequeños cuentan en el hangar número uno con un cuarto habilitado para jugar como en una escuela infantil. También son muy recientes las dependencias que utilizan dos médicos y cuatro enfermeras para asistir a los refugiados instalados en Tempelhof que todavía no han recibido la tarjeta sanitaria que ofrecen las autoridades berlinesas.

Desde que se abrió el primer hangar, hay un servicio compuesto por otro médico y otros cuatro sanitarios que realizan análisis a los recién llegados para conocer su estado de salud. Paralelamente, están apoyando a Tamaja innumerables voluntarios. En el hangar número uno hay un servicio de recogida y distribución de ropa y todo tipo de enseres que llegan cedidos por los habitantes de la capital germana.

Organizaciones no gubernamentales como Safe the Children también están apoyando a Tamaja, del mismo modo que algunas universidades, que han hecho posible que en algunas dependencias del antiguo aeropuerto los refugiados puedan recibir clases de alemán. No menos relevante es la presencia de psicólogos entre el personal que se ocupa de los asilados, en su mayoría llegados a Alemania procedentes de países en guerra.

El día en que este diario visita las instalaciones del Tempelhof para los refugiados, la federación de fútbol de Berlín ha instalado sobre el asfalto del aeropuerto unas pequeñas porterías para que, primero los niños y luego los adultos, jueguen al fútbol.

“Ocupar a los niños no es un gran problema, tenemos cómo ocuparnos de ellos, pero es más complicado lidiar con los jóvenes de 19 a 25 años que quieren hacer cosas y no saben muy bien cómo”, subraya Kipp. Ella entiende que fruto de la frustración que se puede vivir en un lugar en el que no hay apenas nada que hacer es la reyerta vivida a finales de noviembre en el comedor. Esa pelea acabó con 23 detenciones y tres heridos leves, dos de ellos miembros de los servicios de seguridad.

Hasta 78 personas trabajan dentro y en los alrededores de Tempelhof para preservar la intimidad y la seguridad de los refugiados. En lo que va de año, se han registrado en Alemania hasta 747 ataques contra centros de acogida a refugiados.

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