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Lucha de poder en Irán

Carteles electorales de propaganda en Teherán en la pasada campaña electoral.

Patricia Almarcegui

El 21 de marzo, el líder supremo iraní, Jamenei, se dirigió al país en el clásico discurso de Nouruz, las vacaciones que paralizan al país con motivo de la celebración del año persa y que nada tienen que ver con una celebración musulmana. En él, aprovechó para enumerar las “diez acciones fundamentales para el rescate de la economía del país” entre las que citó: la necesidad de resucitar la producción nacional, implementar los sectores sensibles del petróleo y el gas, luchar contra la corrupción, prestar atención a la pequeña y mediana industria, etc. En resumen, acciones desvinculadas del exterior y de una apertura internacional.

Solo tres semanas después de las elecciones y tras el resultado desfavorable para los ultraconservadores que favorece a moderados y reformistas, el líder supremo exponía sus reticencias frente a las relaciones internacionales. Una paradoja a la que habrá que acostumbrarse. A partir de ahora, cada vez que haya una acción aperturista se producirá una reacción radical. Imagen y consecuencia de la lucha de poderes eterna que se libra entre las fuerzas conservadoras y moderadas dentro del Consejo de Guardianes del país.

En estas circunstancias, ¿cómo es posible que el líder supremo permitiera que llegase a la presidencia el moderado Rohaní? Por decirlo de alguna forma, no hubo más remedio. La gravedad de los problemas económicos, el cambio generacional y el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación que hacen imposible el silencio del 60% de jóvenes de los 78 millones de habitantes que no asistieron al comienzo de la Revolución, el desastre en el que quedó el país tras las dos legislaturas de Ahmadineyad… Rohaní ha sabido reconducir la cuestión nuclear a través de una óptima y aguda política exterior y ha conseguido sacar al país del nefasto embargo económico de las potencias internacionales que estrangulaba al país. Irán, líder de Oriente por derecho propio, aparece hoy por fin legitimado internacionalmente.

Sin embargo, el cambio puede ser solo económico y no político. Irán se abre a los negocios. De pronto, Occidente asiste atónito al descubrimiento del país, es decir, a la posibilidad de sacar partido de 78 millones de consumidores. Rohaní ha adquirido un prestigio en el campo de la diplomacia y parece obligado a realizar una reforma regulatoria, un marco legal y jurídico que facilite la inversión extranjera.

El año fiscal 2015-2016 ha sido nefasto, la economía se ha estancado y necesita crecer al menos en un 5%. Según afirma Rohaní, hace falta un mínimo de 30.000 millones de dólares en inversiones extranjeras para los próximos cinco años.

Sin embargo, EEUU y la UE no han levantado las sanciones por violación de derechos humanos y terrorismo. El Departamento del Tesoro estadounidense no permite las transacciones de dólares a través de sus bancos al país, lo que obstaculiza los negocios internacionales y hace recelar además del marco legal iraní. De ahí que tampoco se pueda recuperar el dinero congelado con el pretexto de las sanciones. No hace mucho, el responsable para la aplicación del acuerdo nuclear, Araghchi, recordaba que hay que ser paciente para ver los resultados del mismo. Todas las sanciones que estaban previstas se han eliminado, pero llevará tiempo volver a la capacidad económica del Irán anterior. Occidente prometió levantar las sanciones sobre el petróleo, pero nunca encontrar clientes para el petróleo.

En este contexto, existen ciertos avances políticos y medidas positivas que abordan algunas de los necesarios cambios esperanzadores del país. Entre ellas, la reciente adopción de enmiendas en el Código Penal Islámico y el Código de Procedimiento Criminal. No obstante, como demuestra el último discurso del líder supremo, la lucha política que se libra en la cúpula del poder recela del cambio legal y jurídico y lo ralentiza.

El resultado de las últimas elecciones admite lecturas variadas. Como afirma Hamid Dabashi, los reformistas no han vencido aunque ellos piensen lo contrario. El control de las elecciones en Irán sigue siendo una cuestión de ingeniería flagrante por parte de las facciones gobernantes. El poder continúa en manos de los clérigos de las facciones más ortodoxas del Consejo de Guardianes, quienes, además del líder supremo, deciden que el voto debe repartirse entre dos únicos grupos: ultraconservadores, y moderados y reformistas. Esto es, entre dos facciones que ya ostentan el poder.

Mientras, ¿dónde está la representación de los movimientos sociales que llevaron al Movimiento Verde de 2009? La atención debería centrarse en ellos, en las fuerzas sociales que permanecen ocultas y se refuerzan con elecciones de estas características. Cada vez es menos relevante el resultado real y tienen más consecuencias las fuerzas sociales sin representación, así como la decisión de votar o no de los ciudadanos, cuya posibilidad de elección se reduce solo a la de los dos grupos de siempre.

En definitiva, hay que esperar a las consecuencias de este cambio de ciclo en Irán. Es posible que el campo político se amplíe, lo que conllevará nuevas tensiones. Y que todo ello lleve a un cambio en la Constitución y termine desapareciendo la figura del guía supremo, el Consejo de Guardianes y la ley islámica o sharia. Eso sí. Los resultados no serán inmediatos. Como muestra la historia, las revoluciones, silenciosas o no, necesitan de tres o cuatro generaciones para dar sus frutos.

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