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ANÁLISIS

Palestina, hundida en la barbarie

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
Un palestino herido tras un ataque israelí en Gaza este sábado

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Barbarie es, sin paliativos, lo que han hecho Hamas, la Yihad Islámica y el resto de grupos que han llevado a cabo la indiscriminada masacre de israelíes hace una semana, como colofón a una pauta de comportamiento que en ningún caso ha servido para mejorar el bienestar y la seguridad de la población palestina. Y por mucho que el derecho internacional reconozca la resistencia armada frente al ocupante, en ningún caso cubre la violencia generalizada contra civiles indefensos.

Sus responsables pueden sentirse satisfechos por haber demostrado que las Fuerzas de Defensa de Israel no son invulnerables y por haber colocado a Benjamin Netanyahu en la diana de las críticas de la población israelí. Pero en ningún caso cabe pensar que la operación Diluvio de Al Aqsa les va a dar la victoria o va a acercar a los palestinos a su sueño político de contar con un Estado propio.

Por el contrario, lo que provoca es una pérdida de apoyo internacional a la causa palestina, aunque sólo sea porque muchos gobiernos se verán impulsados a mostrar su respaldo público a Israel, identificado ahora como víctima, lo que puede suponer también recorte o anulación de fondos de ayuda a la población ocupada.

Además, visto lo ocurrido en tantas ocasiones anteriores, es inmediato entender que quienes han decidido esa operación, sabiendo que Israel va a responder brutalmente, no sólo parecen insensibles a la angustia que sufre esa misma población (2,2 millones en Gaza y 3,2 millones en Cisjordania), sino que incluso calculan que ese dolor les puede reportar algún beneficio a corto plazo frente a una Autoridad Palestina absolutamente inoperante tanto en términos políticos como económicos y de seguridad.

Barbarie es también, con mayúsculas, lo que lleva haciendo Israel desde hace décadas y lo que está dispuesto a hacer a partir de aquí. La guerra no comenzó el pasado sábado y, por tanto, resulta insostenible que Israel pretenda presentarse como víctima obligada a responder sin límite alguno, como si no llevase décadas incumpliendo el derecho internacional, desatendiendo sus obligaciones como potencia ocupante, violando los derechos humanos y aplicando un régimen de apartheid. Un comportamiento, en el que ha abusado de su propia fuerza y del respaldo acrítico de Washington y buena parte de los gobiernos occidentales, que tampoco le ha servido para lograr el dominio total de la Palestina histórica.

Ahora, ya en pleno desarrollo de la operación Espadas de Hierro, al trio Netanyahu-Ben Gvir-Smotrich –al frente de un gobierno de emergencia al que se suma Benny Gantz, mientras Yair Lapid ha preferido quedarse al margen–, se le presenta la ocasión de dar un salto extraordinario en pos de sus planes supremacistas.

Y así, como si un Estado que se pretende democrático y de derecho pudiera actuar como lo hace un grupo terrorista, a riesgo de verse identificado como tal, Tel Aviv se atreve públicamente a establecer un cierre total de la Franja de Gaza, dejando a su atemorizada población sin agua, electricidad y combustible; sabiendo que esa es una decisión aberrante que constituye un crimen de guerra.

Por si eso no fuera suficiente, mientras ya se suceden las mortales andanadas artilleras y aéreas sobre Gaza, en un nuevo gesto de desprecio del derecho internacional, plantea un ultimátum a esa misma población encerrada en la prisión al aire libre más grande del planeta para que abandonen la mitad norte de la Franja (donde malviven 1,1 millones de personas), dejando atrás sus hogares y hacinándose en la mitad sur, con el objetivo de tener el campo libre para arrasar la zona.

Una barbarie que va acompañada de silencios tan sonoros como los de la ONU, impotente también desde hace décadas para hacer algo más que mostrar su “profunda consternación” ante cada nuevo acto violento. Y no menos vergonzosa es la imagen de la Unión Europea, apenas amortiguada por las declaraciones de Josep Borrell recordando a Tel Aviv la obligación de ajustarse al derecho internacional, con una presidenta de la Comisión que, sin mandato alguno para ello, se alinea nítidamente con Netanyahu y los suyos, olvidando que hace apenas unos meses denunciaba a Rusia por hacer lo que Israel está haciendo ahora mismo con los gazatíes.

De este modo Bruselas sigue ahondando el desencuentro con las poblaciones del sur y este del Mediterráneo, con un comportamiento que incluye el apoyo a regímenes tan criticables como el golpista que impera en Egipto -reacio a aliviar al menos la penosa situación de los gazatíes- y la nefasta política de inmigración y asilo que está practicando- premiando a gobernantes escasamente recomendables en la medida que contribuyan a librarnos de los desesperados que pretenden alcanzar territorio comunitario.

Lo peor es que ya se asume sin remedio que Israel volverá a hacer ahora lo que le plazca, por mucho que luego haya que lamentar innumerables muertes y hasta una escalada violenta que afecte a toda la región, y aunque lo que suceda no suponga la solución al conflicto.

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