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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Los primeros testimonios de las víctimas del ataque al teatro de Mariúpol: “Nadie sabía qué hacer y los bombardeos no paraban”

Imagen facilitada por la Administración regional de Donetsk del estado en el que ha quedado el teatro de Mariupol alcanzado por un bombardeo ruso.

Lara Lema

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Hace justo una semana, Rusia bombardeó el Teatro Dramático de Mariúpol donde se refugiaban cientos de civiles. Una de esas personas era Mariia Rodionova, que llevaba diez días viviendo ahí con sus dos perros tras abandonar su apartamento. En un testimonio recogido por la BBC, la profesora de 27 años cuenta que, por suerte, en el momento en el que cayó la bomba ella se encontraba en la entrada del edificio, esperando para conseguir agua y así poder dar de beber a sus animales.

Según un comunicado del Ministerio de Exteriores ucraniano, el teatro se había convertido en un lugar de refugio para vecinos que han perdido sus hogares en los continuos bombardeos y ataques en la ciudad. Mariúpol lleva bajo asedio ruso desde finales de febrero.

El pasado viernes, la Defensora del Pueblo ucraniana, Lyudmila Denisova, dijo que 1.300 personas continuaban atrapadas en el teatro. Hasta ese momento, 130 personas habían sido rescatadas, pero no hay información sobre la situación del resto. “Rezamos para que todos estén vivos”, dijo Denisova. Rusia ha negado el ataque.

Desgarrador

Mariia dice que oyó un ruido atronador seguido del sonido de cristales rotos, y un hombre la empujó contra la pared, protegiéndola con su propio cuerpo. La profesora sintió un dolor intenso en uno de sus oídos y pensó que el tímpano se le había roto, pero se dio cuenta de que no había sido así cuando oyó los gritos de la gente. Se oían por todas partes, dice.

Mariia, que fue voluntaria en la Cruz Roja ucraniana de Mariúpol, relata que intentó ayudar a los heridos pero su botiquín de primeros auxilios estaba dentro del teatro,y esa parte del edificio se había derrumbado. “Solo había escombros. Era imposible entrar”, dice.

“Durante dos horas, no pude hacer nada”, explica. “Me quedé allí. Estaba en shock”.

Vladyslav, un cerrajero de 27 años, contó a la BBC que esa mañana entró al edificio para buscar a unos amigos. Estaba cerca de la entrada principal cuando se produjo la explosión. Junto con otras personas, corrió a un sótano para refugiarse. Diez minutos después, oyó que el edificio estaba en llamas y salió a una escena de caos. “Estaban ocurriendo cosas terribles”, dice.

El joven explica que vio a mucha gente sangrando. “Una madre intentaba encontrar a sus hijos bajo los escombros. Un niño de cinco años gritaba: 'No quiero morir'. Fue desgarrador”, dice.

Tras el ataque, Vladyslav y Mariia aseguran que vieron a mucha gente salir del edificio. “Algunos iban con su equipaje”, dijo. “Nadie sabía qué hacer y los bombardeos en la zona no paraban”.

“Solo había civiles”

Maxar Technologies, una empresa privada estadounidense de imágenes vía satélite, distribuyó imágenes recogidas dos días antes del ataque y que muestran la palabra “niños” en caracteres rusos (дети) de gran tamaño pintados en el suelo fuera del teatro.

Andrei Marusov, periodista de investigación de Mariúpol, dijo a la BBC que había visitado el teatro dos días antes del ataque. “Todo el mundo sabía que era un punto de encuentro para muchas mujeres y niños”, dice Marusov, expresidente del grupo de defensa Transparencia Internacional Ucrania. “Allí solo había civiles”.

Marusov y Mariia coinciden en que el día del bombardeo vieron aviones militares en el aire. Marusov dice que aviones rusos bombardearon la zona cercana al teatro durante toda la mañana. “Hacían círculos” cerca del teatro, dice la profesora, que añade que “lanzaban bombas en otro lugar”. Explica que no le pareció inusual, se había acostumbrado al sonido de aviones volando en la zona.

Huir de la ciudad

Después de las explosiones, Mariia dice que no pudo encontrar a sus perros y fue un momento de desesperación: “Para mí, mis perros eran más importantes que nada”, dice.

Finalmente, tras varias horas en shock y observar los daños desde la puerta del teatro, la profesora relata que se dio cuenta de que no tenía sentido buscar otro refugió. Intentó que algún coche que salía de la ciudad la ayudase, sin éxito. “La gente estaba en pánico”, dice, “nadie me llevó en su coche”. Pero ella no quería quedarse en Mariúpol. “Necesitaba salir de la ciudad”, dice.

Se puso a andar y llegó al pueblo de Pishchanka, donde se encontró con una mujer que le preguntó si estaba bien. “Me puse a llorar”, dice. Le ofrecieron té y comida, y la invitaron a pasar la noche. A la mañana siguiente, siguió caminando hasta llegar a Melekyne. Un día después, siguió a pie hasta Yalta y al siguiente, a Berdyansk. “Caminé todo ese tiempo”, dice.

La abuela de Mariia, que vivía con ella, se negó a abandonar su casa cuando la profesora se fue al teatro. Cuenta que le dijo “es mi piso, mi casa, voy a morir aquí”. Mariia sigue esperando noticias sobre si está viva.

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