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El duelo principal de las elecciones europeas se sume en las paradojas

El líder del SPD alemán, Sigmar Gabriel, Manuel Valls y Martin Schulz en Berlín, tras un acto con motivo del centenario de la I Guerra Mundial.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Europa es un terreno abonado a las paradojas, y las próximas elecciones europeas no son una excepción. Los dos grandes grupos políticos de la Eurocámara presentan sendos candidatos a la presidencia de la Comisión, pero el conservador, Jean-Claude Juncker, ni siquiera es ahora candidato a un escaño. El socialdemócrata Martin Schulz hace campaña con unas ideas bastante alejadas del programa del Gobierno de coalición de su país, en el que participa su propio partido.

Se sabe que la canciller alemana, Angela Merkel, no soporta a Juncker. Además de ciertas diferencias de carácter, Merkel no perdona que el luxemburgués se mostrara en su momento a favor de la idea de los eurobonos, motivo suficiente para ser excomulgado en Berlín. De ahí que muchos creen que en las negociaciones posteriores a la cita en las urnas saldrán otros nombres. Sin embargo, fuentes de Parlamento Europeo lo descartan por completo. Merkel tuvo tiempo para buscar otro candidato de su gusto, y no lo encontró o tenía otras cosas de las que ocuparse. Echarse atrás ahora sería lo mismo que decir que las elecciones de mayo son sólo un trámite enojoso que hay que cumplir.

En público, otros son igualmente tajantes. Guy Verhofstadt lo considera una cuestión de principios. “Elegir un presidente de la Comisión que no sea uno de los candidatos proclamados antes sería la muerte de la democracia en el Parlamento Europeo”, ha dicho el exprimer ministro belga y candidato a la presidencia por los liberales.

En esa línea, Juncker ha comentado en Twitter que el próximo presidente sólo puede ser Schulz o él. Todo lo demás es “vivir en un mundo de fantasía”.

Por tanto, se supone que esta vez los gobiernos europeos, en su mayoría conservadores, no podrán maniobrar para escoger a un político gris y taciturno como el portugués Durão Barroso, que se ha limitado a repetir en su mandato el discurso oficial del Consejo Europeo (es decir, de los gobiernos) y que cuando no lo ha hecho ha sido ignorado olímpicamente. El futuro presidente tendrá una legitimidad democrática específica salida de las urnas. Que la utilice o no para dotar de autonomía política a la Comisión Europea es ya otro asunto muy diferente.

Las paradojas no se acaban ahí. Schulz acusa a Juncker de copiarle el programa electoral, una denuncia por lo demás habitual en campañas. “No hay una gran coalición en el Parlamento Europeo”, dijo hace unos días en Bruselas a un grupo de periodistas españoles. “Ha habido una clara división derecha-izquierda en las últimas votaciones realizadas en la Cámara”.

Schulz huye como de la peste de la posibilidad de que se repita en la UE lo ocurrido en Alemania, donde la falta de una mayoría absoluta de un partido terminó conduciendo a una gran coalición de conservadores y socialistas.

El socialdemócrata se bate para dejar claro que la UE necesita un giro radical en sus políticas: “Necesitamos crecimiento y lo primero es ver qué ocurre en países como España a causa de la ausencia de crédito por los bancos. Es inaceptable que el BCE ofrezca dinero al 0,3% a los bancos, algunos de ellos salvados con dinero público, y que estos lo utilicen para especular, y no para conceder créditos”.

Disciplina alemana

Para apreciar las diferencias entre unos y otros, no hay nada como escuchar a un político alemán. Manfred Weber, eurodiputado de los aliados socialcristianos de Merkel en Baviera y probable líder del grupo parlamentario del Partido Popular Europeo en la próxima legislatura, es de los que están muy contentos con que el Gobierno de Hollande y Valls esté dispuesto a aceptar lo que él llama “las normas”, es decir, reducir el déficit presupuestario a toda costa, como ordenan la Comisión Europea y el BCE. Y sobre la petición francesa de obtener a cambio más tiempo para cumplir ese objetivo, Weber no puede ser más claro: “Los recortes son necesarios, no porque lo diga Bruselas, sino porque cada país los necesita. Si un socio dice que no acepta las normas, eso es un gran problema. Francia tuvo tiempo todos estos años, pero no tomó las medidas en la dirección correcta”.

¿Debería Alemania tener algo de consideración con Francia después de que su Gobierno haya adoptado unas decisiones que van a hundirle aún más en los sondeos, aumentar el malestar social y muy probablemente provocar una huelga general? No esperen tal misericordia en boca de Weber: “Creo que el Gobierno alemán debería ser más claro en decir que la actitud del Gobierno francés (al pedir más tiempo) no es la correcta”.

Berlín no se mueve ni un centímetro. El FMI ha vuelto a pedirle este mes que tome medidas para fortalecer la demanda interna. Wolfgang Schäuble no quiere saber nada de eso. “No soporto escuchar nada más de ese debate” sobre si la disciplina fiscal y una política de estimular el crecimiento son complementarias, ha dicho el ministro alemán de Hacienda. “Tal y como lo veo, los países que tienen en orden sus presupuestos son los que tienen las mejores cifras de crecimiento”.

En la lógica de Schäuble, cuanto más recortas, más creces. Toda una revelación para los gobiernos europeos del sur.

Para descubrir qué pasará en los próximos años en la eurozona, quizá convenga prestar tanta atención a lo que ocurra dentro del BCE como a las elecciones europeas. El objetivo oficial del banco central es una inflación en torno al 2%. ¿Hará algo Mario Draghi para conjurar la amenaza de la deflación? Muchos lo reclaman, pero resulta complicado encontrar esas voces en Alemania. “Una inflación baja significa precios estabilizados. Eso no es malo”, dice Weber.

El dilema de Schulz

Es indudable que Martin Schulz lanza un mensaje muy diferente al de sus compatriotas conservadores alemanes, pero la dinámica de una campaña electoral le lleva a situaciones extrañas. Al igual que Elena Valenciano, Schulz estuvo el jueves en París en la presentación de la campaña de los socialistas franceses. “Poner fin a la austeridad quiere decir invertir en el crecimiento”, dijo Schulz. Valenciano apostó por “romper con la tiranía de la austeridad para desarrollar políticas que estimulen el crecimiento”.

El mitin se produjo pocos días después de que el Gobierno socialista francés anunciara la congelación de pensiones, sueldos de funcionarios y prestaciones para hacer posible un recorte del gasto público en los próximos años por valor de 50.000 millones de euros. Y su primer ministro, Manuel Valls, pronunció la frase que tantas veces han repetido Rajoy o Merkel: “No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades”. Los votantes franceses se preguntarán: ¿nos piden que votemos el programa de Schulz o el de Valls, que es quien está tomando las decisiones que afectan a nuestro salario, nuestras prestaciones y nuestras pensiones?

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