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Los que no pudieron ver a Donald Trump

El candidato republicano a la presidencia de EE.UU., Donald Trump

José Cervera

Raleigh, Carolina del Norte —

La tarde que Donald Trump habló en Raleigh, Ciudad de Robles y capital de Carolina del Norte, una enorme tormenta barrió la ciudad apenas una hora antes de que empezase el acto. El día había sido caluroso, húmedo, sofocante, y el cielo estaba cuajado de abultadas nubes en plena ebullición con la parte de abajo de color gris muy oscuro; los chubascos fueron breves pero torrenciales, casi tropicales, e iban acompañados de truenos y violentos relámpagos.

Las lluvias iban y venían como si la tormenta estuviese orbitando el centro de la ciudad, donde el presunto nominado republicano iba a actuar, y los rayos caían en vertical proporcionando iluminación estroboscópica. A pesar de las lluvias, dos horas antes del principio del discurso había una larga cola, tanto que algunas personas se quedaron fuera cuando el aforo del local se desbordó.

Trump llegó a Raleigh en un momento muy particular: Carolina del Norte resulta ser estas elecciones un Estado clave hasta tal punto que ese mismo día en otra de las grandes ciudades del Estado (Charlotte) Obama y Hillary habían dado de la mano otro mitin: el aún presidente prestando a la eterna no muy popular candidata todo el empuje que su condición de pato extremadamente cojo aún le permite.

Al mismo tiempo la publicación esa misma mañana de la recomendación final del FBI de no imputar a Hillary Clinton por las irregularidades en el uso de su correo electrónico cuando era secretaria de Estado, aunque sí regañarla severamente, habían provocado un comunicado-andanada de Trump acusando a su rival de un sinnúmero de tropelías, delitos y faltas, además de reivindicar el resultado final de la investigación como ejemplo de autoprotección del sistema, y a sí mismo como un outsider salvador.

Por si fuera poco Carolina del Norte discute estos días, los últimos de su legislatura estatal, sobre la derogación o reforma de la ley HB-2, aprobada hace poco más de 100 días y que prohíbe a los transexuales utilizar los lavabos públicos que no correspondan con su sexo biológico. La norma fue aprobada por el Congreso estatal poco después de que la ciudad de Charlotte (la mayor del Estado) publicara una ordenanza municipal para permitir a los transexuales usar los lavabos adecuados para el sexo que expresan.

El resultado de la HB-2 ha sido drástico y ha ido más allá de convertir al Estado en vanguardia de un movimiento político conservador que ha generado muchas chanzas y protestas: empresas han retirado inversiones (como PayPal), artistas han cancelado conciertos (como Bruce Springsteen) y lo más doloroso: la NBA ha anunciado que de no reformarse la ley Charlotte puede perder el All Stars Game (100 millones de dólares en ingresos); la ley tampoco gusta al representante de la región en la liga nacional, los Charlotte Hornets.

Ante tamaña amenaza, hasta los miembros republicanos de la Asamblea General que la aprobaron han accedido a reformar la ley, pero el asunto está bloqueado: los demócratas exigen su derogación mientras que los republicanos quieren sólo retoques. Y el plazo vence ya.

El acto de Trump se celebró en el Auditorio Memorial del Duke Energy Center for Perfoming Arts, situado en pleno centro de la ciudad y bautizado con el nombre de la empresa eléctrica local. Duke Energy en este momento está implicada en un feo caso de contaminación por cenizas de carbón que se está debatiendo en la asamblea estatal. Una propuesta de ley para que la compañía se haga cargo de la retirada de las cenizas acumuladas durante décadas y de la descontaminación del área ha sido descafeinada por la mayoría republicana y con la votación pendiente hay un continuo cruce de acusaciones y grandilocuencias.

La entrada del auditorio da a la calle donde el día anterior se había celebrado el Día de la Independencia de los Estados Unidos con profusión de comida callejera, música de bandas y fuegos de artificio en un ambiente de feria de pueblo entre rascacielos.

El auditorio, que ha visto actuar a Frank Sinatra o Prince y representar desde ballets de Baryshnikov a musicales como Los Miserables, tiene un máximo de 2.300 butacas y fuera quedaron apenas unas decenas de personas. Incluso con la tormenta no parece una asistencia masiva para una ciudad de 413.000 personas, más de dos millones si contamos el área del Triángulo junto a Durham y Chapel Hill. Además Raleigh es la capital de un Estado, Carolina del Norte, dominado por los republicanos en la política local aunque está considerado como un “swing state” (vulnerable al cambio de tendencia) en las elecciones presidenciales. De ahí la atención recibida por parte de ambos partidos.

Quizá lo más llamativo del triste grupo que quedó a las puertas del auditorio era lo poco llamativo que resultaba. De un mitin de Trump se espera la aparición de personajes llamativos y estridentes con intensas pasiones y discursos estrafalarios. Pero la gente que no llegó a ver al millonario era de lo más convencional y variado: frat boys, la versión estadounidense de los estudiantes de colegio mayor; un par de hipertrajeados jovenzuelos; ancianitas y parejas de edad; familias con los niños a rastras; señores más acostumbrados al cóctel y el partido de golf que al activismo político.

Aparte de algunas gorras con el eslogan de 'Make America Great Again' (hagamos grande otra vez a Estados Unidos) y alguna que otra camiseta alusiva, los seguidores de Trump habrían podido pasar por una multitud normal y corriente, aunque escasa.

Casi como excepción había personajes más fuera de lo normal como un tipo vestido con casco y rodilleras tácticas sobre pantalón militar que enseñaba una placa con insignias, o un par de hombres vestidos con trajes de camuflaje estilo Duck Dinasty, o un grupo de chicas jóvenes de largos cabellos oscuros y elegantes vestidos negros a juego junto a tres personas que parecían encarnar la caricatura del redneck (paleto del sur) con sus gorras y pantalones de camuflaje.

Además de la falta de excitación indumentaria era evidente la falta de entusiasmo político: ante la voz del líder por los altavoces el pequeño grupo apenas aplaudió alguna salida de tono, casi no coreó eslóganes ni mostró, de hecho, mucha pasión. Ni siquiera la señora entrada en carnes cuya empapada camiseta demostraba que había aguantado la torrencial lluvia para entrar en el local sin conseguirlo.

La mayoría de los seguidores escuchaban, separados unos de otros, cabeceando a veces su sintonía con algún eslogan, pero sin coalescer en una verdadera masa en ningún momento. Sólo despertó indignación un opositor que se coló en el acto y fue expulsado y algún entusiasta anticlinton que gritó “Hang the bitch” (ahorcad a la perra).

Y si escaseaba la pasión en los seguidores, la oratoria del líder tampoco podría ser calificada de memorable. Trump no hila un discurso, sino que va encadenando anécdotas y palabras clave sin desarrollarlas como en la conversación de un abuelo un poco lelo. No hay un crescendo emocional acabando en subidón que aniquile la lógica, ni una escalera de razonamientos, ni intentos siquiera de convencer con demasiado ahínco.

No hay estructura; no hay un centro, no hay siquiera muchas promesas, si exceptuamos que un hipotético presidente Trump hará que todos los demás países se porten con la adecuada sumisión frente a EEUU.

Sí hay repetición, machacona, de ideas-fuerza (‘Crooked Hillary’ (Hillary, la corrupta), el sistema está trucado, Bernie hoy ha perdido las primarias del FBI) y de todos los tópicos y palabras clave de los republicanos, desde Bengasi a Whitewater u Obamacare pasando con reiteración por el tema del día: cómo el rechazo del FBI a presentar cargos contra Hillary Clinton por el mal uso de su correo electrónico demuestra que es incapaz para el cargo y que además existen dos leyes en el país, una para los Clinton y otra para los demás.

El estilo recuerda al de ese pariente un poco ido que se cree gracioso y contiene bastante de lo que en España llamaríamos ‘cuñadismo’. Sus historietas echan mano del sentido común y del mínimo común denominador del humor para insinuar delitos y conspiraciones donde no hay pruebas.

El casi candidato republicano a veces se refiere a sí mismo en tercera persona (“la persona que esos líderes mundiales menos quieren ver en la presidencia es a Donald J. Trump”) y no duda en echarse piropos (“hace falta tener narices para hacer lo que yo estoy haciendo”) o en reivindicar sus puntos flacos (“hoy habéis visto que el pelo es mío; con ese viento si no lo fuera se habría volado”). Tampoco olvida alabar a los afroamericanos, las mujeres o incluso los iraníes (“los persas son grandes negociadores”) ni prometer que hará regresar las factorías estadounidenses instaladas en otros países (como el fabricante de aires acondicionados Carrier) por el simple expediente de fijar un arancel del 35% a la entrada de sus productos en los EEUU, lo que provoca un murmullo de asentimiento entre los seguidores.

Por supuesto México pagará el muro “si se lo pide la persona adecuada” y los problemas económicos de EEUU se resolverán en cuanto se ponga a trabajar a los mejores negociadores del mundo, que son estadounidenses. Y tras destacar que se opuso desde el principio a la Guerra de Irak, no duda en quitar hierro a los crímenes de Sadam Hussein “No debimos haber desestablizado a Sadan Hussein; era un mal tipo, muy mal tipo, pero ¿sabéis qué? hizo algo bien: mató terroristas, lo hizo, y eso es bueno”.

Entre el público fuera del auditorio casi no hay afroamericanos (un par de jóvenes sentados en un banco se marchan pronto), aunque sí alguna gente de color que por atuendo y acento parecen de origen indio. Tampoco hay latinos reconocibles y la mirada de hostilidad que responde al acento español al hacer una pregunta explica en parte por qué. Frente a más de 100 metros en un recinto cerrado con vallas y con policía local (media docena de agentes) hay un pequeño grupo de protesta antiTrump con carteles de Black Lives Matter y panderetas, pero su entusiasmo tampoco es desbordante: a lo más que llegan es a provocar una discusión con otro grupúsculo de protesta, este con cartelería bíblica vagamente antigay. La discusión da cierta impresión de desgana.

A la media hora de discurso se inicia un lento goteo de personas que abandonan el recinto en parejas o pequeños grupos. Gentes con camisetas con eslóganes y banderas patrias, con gorros rojos. En los altavoces la voz de Trump sigue divagando mientras la tormenta se aleja y poco a poco los seguidores que no pudieron verle se van retirando también.

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