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LA CORONACIÓN

Los republicanos crecen en Reino Unido entre el desinterés por la coronación y el enfado por el gasto

Un grupo de personas protesta durante la visita de Carlos III a Milton Keynes, en Inglaterra, el 16 de febrero.

María Ramírez

Oxford (Reino Unido) —

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Se espera que un millar de personas se reúnan este sábado en una esquina de Trafalgar Square a pocos pasos de la estatua de Carlos I, el rey ejecutado en 1649 después de enfrentarse al Parlamento y ser condenado por “tirano, traidor, asesino y enemigo del pueblo”. Su muerte dio lugar a la única y turbulenta república del país, entre 1649 y 1660. 

Quienes acudan a ese rincón de Londres están llamados a protestar por varios movimientos republicanos, que tratan de ganar adeptos aprovechando la relativa impopularidad del nuevo monarca y la indignación por el gasto de la coronación a cargo del contribuyente mientras el país está marcado por una crisis económica que ha recortado servicios públicos y ha empobrecido a la mayoría de los ciudadanos. 

Los que saquen sus carteles y camisetas de color amarillo con el lema “Not my king” (“no es mi rey”) serán minoría el sábado, mientras cientos de miles celebrarán la coronación de Carlos III en horas de desfiles y ceremonias religiosas con varios cetros y la corona de oro macizo y cientos de piedras preciosas que se hizo Carlos II en 1661.

“La coronación es un ejercicio muy, muy caro con el que la monarquía intenta seguir siendo visible. Asumen que es bueno para ellos por el aspecto del glamur y el espectáculo. Al mismo tiempo, la coronación atrae atención sobre la monarquía, que cada vez es más difícil de justificar”, explica a elDiario.es Ken Richie, politólogo y ex concejal laborista que protestará este sábado como miembro de Labor for a Republic, una campaña que defiende la república e intenta convencer al Partido Laborista para que al menos pida cuentas a la monarquía sobre sus gastos y sus privilegios que le permiten estar por encima de la ley.

Aunque las protestas en la calle sean limitadas, el apoyo a la república está creciendo en el país. La actitud de al menos la mitad de la población se mueve entre el desinterés y la indignación ante la coronación, un dispendio que otras monarquías ya no hacen y que no es necesario legalmente porque Carlos III ya fue proclamado rey tras la muerte de su madre, en septiembre de 2022.

Los momentos festivos suelen aumentar el apoyo a la monarquía, pero en este caso la mitad de los británicos dicen que es poco o nada probable que vean los fastos o participen en ellos, en especial los menores de 49 años y de inclinación laborista, según un sondeo de la encuestadora YouGov de abril. El 51% de la población afirma que el Estado no debería pagar por la coronación y solo el 32% apoya que lo haga, según otra encuesta de YouGov. Pese a que Carlos III recibe 100 millones de euros de asignación básica anual, sin contar gastos de seguridad o decoración de palacios, será el Estado el encargado de poner dinero extra este año para tres días de festejos por la coronación, cuya factura no es pública. Los gastos de seguridad para los actos fúnebres de Isabel II, que duraron 11 días, superaron los 75 millones de libras (más de 84 millones de euros), según la información obtenida de policía y bomberos a través de peticiones oficiales por National World, una cadena de periódicos regionales.  

Apoyo al rey a la baja

En Reino Unido, el apoyo a la monarquía ha ido bajando desde los años 90 y, aunque se había recuperado algo durante la pandemia por el afecto a Isabel II, la llegada de Carlos y Camila ha acelerado esa tendencia. El porcentaje de las personas que consideran la monarquía “muy importante”, el 29%, está en su nivel más bajo en los 40 años que el centro nacional de estadística lleva preguntando por ello en su encuesta de actitudes sociales de los británicos, según los últimos datos recién publicados. Durante décadas, apenas se hacían encuestas sobre la monarquía y cuando en 1983 se hizo por primera vez esta pregunta sobre la relevancia de la corona, el 86% contestó que era “importante” o “muy importante”. Ahora lo dice el 55%, mientras que el 45% opina que la monarquía no es importante o quiere abolirla.

“La mayoría del público todavía apoya a la familia real, y ya que ese apoyo tiende a ser mayor entre los mayores de 55 años, el reto ahora para la monarquía es ser relevante y atractiva para una generación más joven”, opina Guy Goodwin, el jefe del centro de estadística responsable de la encuesta (NatCen, en su abreviatura en inglés). Solo el 12% de las personas de entre 18 y 34 años considera que la monarquía es “muy importante” frente al 42% del grupo de 55 años en adelante.

Los sondeos van todos en la misma dirección. Este abril, una encuesta de YouGov para la BBC preguntó a los británicos si el país debería tener “en el futuro” una monarquía o debería ser sustituida por un jefe de Estado elegido: el 58% apoyó la monarquía, el 26%, la república y el 16% contestó “no sé”. El porcentaje de republicanos es mayor entre votantes laboristas, quienes respaldaron quedarse en la UE en el referéndum de 2016, hombres y menores de 35 años. 

“Cuando se celebró la coronación de Isabel II hace 70 años, la monarquía parecía estar sobre cimientos sólidos en un país que todavía estaba recuperándose de la guerra. El rey Carlos, en contraste, hereda una institución que, aunque sigue siendo ampliamente popular, ahora tiene una tarea más difícil para justificarse ante los ojos de la opinión pública”, escribe John Curtice, profesor y experto en encuestas, en un informe recién publicado sobre la monarquía del think-tank UK in a Changing Europe.

Las dudas crecientes sobre la institución auguran problemas para Carlos y Camila, que siempre han estado entre las figuras más impopulares, pese a la dedicación de tabloides y periódicos conservadores a buscar otros villanos dentro de la familia real. Entre el 30 y 40% de los encuestados suelen tener una opinión negativa sobre la pareja pese a la mejoría de su imagen desde el ascenso al trono. El 45% dice que Carlos está “desconectado” de la experiencia del público británico y el 19% no lo tiene claro.

“La reina era mucho más difícil de atacar. Jugó muy bien sus cartas. Por supuesto, también hizo cosas indignantes, pero era muy diplomática”, apunta Richie, el activista republicano. “En cambio, ahora tenemos los líos entre los príncipes Guillermo y Enrique... Y todos los escándalos que rodean a Carlos y su fundación”, explica.

Pocas críticas en el Parlamento

Pese a la evolución de la opinión pública, el Parlamento apenas cuestiona ni las cuentas más polémicas de la monarquía. Desde que gobiernan los conservadores, la corona ha obtenido más dinero que nunca con menos escrutinio. Pero incluso los diputados laboristas parecen poco interesados en pedir cuentas al rey.

Hay pocas excepciones, como el diputado laborista Richard Burgon, que pidió hace unos días que sea el multimillonario Carlos III quien se haga cargo de la factura de la coronación y no el Estado en un país donde el economista jefe del Banco de Inglaterra dice que los hogares británicos tienen que “aceptar que son más pobres” por el impacto de la crisis (mayor que en el resto de grandes economías del mundo). 

“Este es un caso en que es más probable que la opinión pública tenga que liderar a los políticos en lugar de que los políticos lideren a la opinión pública”, sostiene Richie, que entiende que los políticos laboristas no se atrevan a hacer campaña de manera explícita sobre un cambio constitucional cuando todavía hay una mayoría favorable a la monarquía y quieren ganar elecciones centrándose en denunciar los recortes de la sanidad o el coste de la vida.

Pero espera que los diputados laboristas al menos defiendan que el rey deje de estar por encima de la ley para que las leyes sobre el derecho a la información, la discriminación laboral, la transparencia y los impuestos se apliquen a la monarquía. Su objetivo práctico es que la monarquía vaya teniendo un papel más limitado y, por ejemplo, se eliminen las reuniones semanales que el rey tiene con el primer ministro.

“El monarca no debe tener nada que ver con la manera en la que se dirige el país. Si nos aseguramos de que la monarquía tiene una influencia más limitada, un presupuesto más limitado, entonces poco a poco podemos desmantelar la monarquía, más que abolirla. Si se convierte en irrelevante, entonces va a ser más fácil sustituirla con un jefe de Estado elegido. No creo que Gran Bretaña se atreva a eliminar a los monarcas de la manera en la que otros países lo han hecho, va a ser un proceso mucho más gradual”, opina Richie. “Los Windsor eran una familia que una vez tuvo un papel importante en el país, pero ya no. Pueden dedicarse a hacer fiestas populares o labores caritativas”, asegura.

La república inquieta

El interés por el republicanismo se nota en el número de debates públicos sobre la cuestión -también en la BBC, acusada a menudo de ser desequilibrada en su apoyo a la monarquía- y en los libros populares sobre el periodo republicano. 

Uno de los libros con más eco en periódicos y librerías es The Restless Republic: Britain Without a Crown (“La república inquieta: Gran Bretaña sin corona”) de la historiadora Anna Keay, que traza una crónica humana del periodo republicano entre 1649 y 1660 y su impacto. El libro retrata la violencia, el caos y la autocracia de Oliver Cromwell, pero también reivindica la revolución en las artes, la prensa y las instituciones que dejó la república y que solo ahora se ha estudiado con detalle. 

“El legado que no ha resistido es la república en sí misma, pero mucho de lo que residía bajo ese arreglo constitucional sin duda ha perdurado”, dice Keay a elDiario.es. “Fue el momento en que se expuso por primera vez la idea de que el Parlamento era la base esencial de la soberanía y esta ha sido la base de nuestro Estado durante 300 años”, afirma. 

La historiadora señala además que ese fue de hecho el origen del territorio como realidad política unida con el primer Parlamento que representó a Inglaterra, Gales, Escocia y entonces también Irlanda. Fueron años turbulentos, violentos y también de creatividad en medio de la explosión de la prensa y cierta libertad. “La idea de la prensa popular y los periódicos empezó en ese momento... Podemos añadir la ciencia moderna, la creación de un ejército permanente, la traducción de las leyes al inglés, los cafés y la tradición de beber té”, cuenta Keay. 

La monarquía también cambió a su regreso al poder y fue, en parte, como resultado de esos años que la historiadora define como “inquietos” porque “los líderes no consiguieron una fórmula del Estado sin la monarquía” y, “después de diez años intentando cinco diferentes, ninguna duró porque ninguna tenía suficiente apoyo de suficiente gente”, concluye Keay.

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