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Límites a las armas, medio ambiente y transparencia: las primeras medidas de Lula para desmontar la 'era Bolsonaro'

El nuevo presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, junto a la primera dama, Rosángela da Silva (d), hace un corazón con los dedos en el Palacio del Planalto.

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El primer acto presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva fue “revocar” un decreto firmado por Jair Bolsonaro que en la práctica liberaba la compra de armas para cazadores, tiradores deportivos y coleccionistas. La nueva resolución suspende el registro de ese tipo de adquisiciones e impide establecer nuevos clubes de tiro, hasta que sea elaborada una nueva ley.

También ha reducido a tres el número de pertrechos en manos de un ciudadano común. Bolsonaro había elevado a seis la cantidad de armas que podía tener un civil. Ha ordenado, por último, que aquellas armas que fueron registradas al amparo del decreto bolsonarista deben volver a ser inscritas en un máximo de 60 días en el Sistema Nacional de Armas.

Consistente con esa prisa, el nuevo presidente de Brasil ha liberado de inmediato el pago de 600 reales a los brasileños que reciben el subsidio “Auxilio Brasil”. Y para evitar fricciones, los próximos dos meses se prorrogará la exención de los impuestos que gravan los combustibles.

En el apartado medioambiental, revocó un decreto que permitía la explotación mineral en tierras indígenas y reactivó el llamado Fondo Amazonía, constituido con donaciones de Alemania y Noruega para contribuir con la protección de la selva y que había sido suspendido por decisión de Bolsonaro en 2019.

Otra de las garantías presidenciales que ha entrado en vigencia a partir de este domingo ha sido la restauración de la Ley de Acceso a la Información, que su antecesor había anulado en los hechos, aunque no en lo formal. Lula ha señalado que la ley se vuelve a cumplir “desde este momento”. Se reactivará el Portal Transparencia y, según Lula, “retornarán los controles republicanos para defender el interés público”. 

Lula: “Queremos democracia para siempre”

Luiz Inácio Lula da Silva se emocionó durante su investidura. No fue frente a diputados y senadores, cuando prometió por la Constitución. En la ceremonia del Congreso, el flamante presidente de Brasil se ajustó al derrotero que marca el ritual y pronunció su discurso con precisión, sin interrupciones. Una hora después, ya en el Palacio del Planalto, subió la empinada rampa y recibió la banda presidencial de manos de representantes de movimientos sociales, entre ellos un cacique indígena y una persona trans. Esa rareza, sin precedentes, tuvo una explicación en cierto modo lógica: su antecesor, Jair Bolsonaro, no quiso transferirle el símbolo más vistoso del mandato y optó por viajar a miles de kilómetros para disfrutar de las playas de Orlando, en Estados Unidos. Pero hubo un momento que impactó con fuerza en el corazón del gobernante, que inicia su tercer mandato: fue el momento en que subió al “Parlatorio” para hablar ante las personas que, desde temprano, habían acudido para ver y escuchar a su líder. Fue entonces cuando Lula lloró.

Con una notable claridad, el hombre que fue detenido en abril de 2018 y liberado 19 meses después, sostuvo: “Si estamos aquí, hoy, es gracias a la conciencia política de la sociedad brasileña y al frente democrático que formamos a lo largo de esta histórica campaña electoral”. Insistió, entonces, que la gran victoria es “de la democracia, que superó la mayor movilización de recursos públicos y privados a favor de las más violentas amenazas contra el voto libre; y la más abyecta campaña de mentiras y de odio”. En ese contexto abogó por la recuperación de los derechos individuales y sociales de su país: “Queremos democracia para siempre”.

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