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OPINIÓN

Kellyanne Conway demuestra que el patriarcado no es cuestión de género

Kellyanne Conway, asesora del presidente Donald Trump.

Suzanne Moore

Kellyanne Conway acaba de tener su momento #MeToo y nuestro deber como feministas debería ser acompañarla, ¿no es así? “Siento mucha empatía, en serio, con las víctimas de abuso sexual, acoso y violación, yo he sido víctima de una agresión sexual”, afirmó el domingo la asesora de Trump al periodista de la CNN Jake Tapper, que a continuación le mostró su apoyo. Pero Conway estaba lanzando un ataque, tal y como hacen todos los que rodean a Trump. Su misión en esa entrevista de la CNN era poner en duda los motivos de Christine Blasey Ford para acusar de agresión sexual a Brett Kavanaugh, el candidato elegido por el presidente para el Tribunal Supremo.

Ver a Conway en acción siempre es un espectáculo terrible y fascinante. Ella es la mujer que acuñó la frase “hechos alternativos”. Se opone al aborto y, a pesar de que ella misma fue víctima de agresión sexual, trabaja para un hombre sobre el que penden múltiples acusaciones de esa índole. Siempre me acuerdo del chiste que hizo un amigo sobre el extraño atuendo que llevó Conway durante la ceremonia de inauguración de Trump (¡y era un Gucci!): “¿Es esto es lo que pasa cuando no tienes a un gay que te vista?”.

Ahora Conway está en las noticias presentándose como víctima, pero sigue trabajando a jornada completa en línea con todos aquellos que piensan que una pequeña agresión sexual adolescente es solo una “cosa de chicos”, o que todo esto es una campaña de difamación promovida por los demócratas contra un buen hombre. Kavanaugh ha negado todas las acusaciones y se le presenta como la verdadera víctima de todo esto, un papel que él ha interpretado a la perfección.

Cada vez que se reduce el #MeToo a política partidista, como estamos viendo, se topa con un muro. El feminismo también se golpea contra un muro con mujeres como Conway, cómplices en la defensa del patriarcado. Pero no es la única. Muchas mujeres blancas apoyaron a Trump. Por razones pragmáticas, muchas evangélicas votaron por él. Tal vez el modo de vivir la fe de Trump no fuera modélico, pero sus políticas gustaban.

Algunas de esas mujeres se están movilizando ahora para apoyar a Kavanaugh. Otras se están distanciando. De lo que no hay duda es de que el nombramiento de Kavanaugh es un tema crucial. Según una encuesta del Pew Research Center, en las elecciones parlamentarias de noviembre, el “nombramiento del Tribunal Supremo” será más determinante que la atención sanitaria, la economía o el control de armas.

A medida que van conociéndose las limitaciones que ha puesto el Gobierno a la investigación del FBI sobre Kavanaugh y que siguen apareciendo nuevas historias sobre sus amigos y borracheras, cada vez resulta más complicado permanecer ajena al tema. Una se pregunta qué más hace falta para que estas mujeres de la derecha reaccionen. Si una mujer como Conway ha tenido éxito es porque ha sabido aprovecharse del patriarcado. Ella dice que Trump le escucha: “El género me ha ayudado con el presidente. Lo cierto es que no tengo miedo a expresar mi opinión, pero lo hago con mucho respeto, con mucho respeto y consideración”.

Algunos demócratas la ven como una rubia sin cerebro, pero Conway es rápida como una centella y sabe bien lo que hace. Habla de sí misma como si fuera un hombre más. Cuando la cadena Fox Business Network le preguntó (como a todas las mujeres) cómo se las arreglaba para equilibrar su vida personal con la Casa Blanca, respondió: “No juego al golf y no tengo una amante, así que tengo un montón de tiempo que muchos de estos otros hombres no tienen”.

Kavanaugh “podría ser nuestro hermano, nuestro padre, nuestro novio...”, dijo una joven manifestante en apoyo al candidato al tribunal. Estamos hablando de mujeres que saben y que no saben al mismo tiempo, que están en el bando de los que intentan limitar el poder político de las mujeres. Estamos en un momento crucial, pero mientras lo atravesamos, no podemos ignorar o simplemente desear que no existiera esa complicidad femenina con la estructura patriarcal sobre la que se asienta la presidencia de Trump.

Dicen que Trump llegó al poder gracias a las mujeres blancas de clase media y no por los votantes pobres de las zonas rurales. Hay mujeres por por todo el mundo que defienden firmemente los sistemas que ponen límites a otras mujeres. Cualquiera que quiera cambiar las cosas tiene que tenerlo en cuenta. La misoginia asimilada existe y opera. Nadie es inmune a ella y algunas, como Conway, la aprovechan.

El semicírculo de hombres comprables con cara de piedra que se enfrentó a Blasey Ford es una cara del poder de los hombres, pero cada vez que veo a Conway recuerdo esa incómoda y gigantesca verdad que nos dejó la escritora y activista feminista 'bell hooks': “El patriarcado no tiene género”.

Traducido por Francisco de Zárate

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