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The Guardian en español

El delirio de Trump, el chico duro que se aguanta la mirada frente al espejo

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pronuncia un discurso televisado a la nación.

Richard Wolffe

El Despacho Oval es un sitio icónico de la vida política estadounidense. Los discursos televisados desde el despacho presidencial han marcado momentos históricos de ansiedad nacional: Kennedy y la crisis de los misiles con Cuba, Reagan y el desastre del transbordador espacial Challenger, George H. W. Bush y el inicio de la Guerra del Golfo.

A esa lista de eminencias ahora podemos añadir a Donald Trump y la crisis más apremiante a la que se ha enfrentado el mandatario: la disparatada idea de construir un muro en la frontera con México y el daño que esa iniciativa ha terminado infligiendo en su propio ego. Esta es una crisis tangible que se ha instalado en la mente de un hombre y que ahora se está desarrollando en los salones de los hogares de una nación cansada. Esa crisis se llama realidad.

En cada discurso de su campaña presidencial de 2016, Trump prometió que iba a construir un muro en la frontera y que México iba a pagar por él. Enseguida quedó claro que México se mofaba de esa idea: no iba a pagar nada, y entre tantas idas y venidas, el muro pasó a convertirse en una lama de acero.

En este momento, es difícil saber cuál de los numerosos delirios de Trump se ha puesto a la cabeza. Cuando los perritos falderos republicanos de Trump controlaban todo Washington, el presidente no logró que el Congreso pagara su muro. Ahora que los demócratas controlan la mitad de la cámara, cree que puede obligarles a pagarlo. Su mecanismo de presión consiste en cerrar su propio gobierno, jactarse del cierre y luego culpar a todos los demás. Ahora que ya ha perdido esa faceta de “tío duro” que se había aplicado, una especie de juego que en realidad jugaba contra sí mismo, y que ha quedado como un tonto. Un movimiento brillante que nadie se había atrevido a tener en cuenta. Hasta ahora.

Estos tiempos desesperantes requieren medidas desesperadas. Si la realidad no hace cambiar de parecer a Trump, entonces Trump tendrá que cambiar la realidad.

¿Presidente o estrella de un reality show?

reality showSentado detrás del escritorio Resolute del Despacho Oval, donde a veces posa firmando papeles en blanco, Trump categorizó su embestida indiscriminada contra los migrantes como una “creciente crisis humanitaria y de seguridad”. Apelando a las pocas reservas de empatía que yacían en lo profundo de su ser, lamentó que muchas familias estén sufriendo en la frontera. “Los niños son utilizados como moneda de cambio”, declaró, remarcando que “las mujeres y los niños son, de lejos, las mayores víctimas de nuestro sistema ineficiente”.

Cuánta verdad. Sí que han sido utilizados como moneda de cambio, pero por un presidente que tomó la medida ilegal e inmoral de separar a esos niños de sus padres, de encerrarlos en centros de detención y preocuparse tan poco por su bienestar que varios han muerto bajo el cuidado del país más rico del planeta. No habíamos presenciado un amor por la humanidad tan escalofriante desde que Hannibal Lecter intentó seducir a Clarice.

Seamos justos, a Trump no le importan todos los estadounidenses; lo que le preocupa en mayor medida es la forma de la que los migrantes perjudican a nuestras minorías. “Entre los más perjudicados están los afroamericanos y los estadounidenses de origen latino”, dijo el hombre que consideraba que había buenas personas entre los neonazis de Charlottesville.

Lejos de tranquilizar a una nación preocupada, Trump hizo lo que mejor le sale: intentó darla un susto de muerte. Especialmente, a los pobres asustados que miran las noticias en la cadena Fox. Afirmó que por la frontera con México entran “cantidades enormes” de drogas que se toparían literalmente con un muro de ladrillos si hubiera uno. O, al menos, con unos listones de acero.

No mencionó toda la droga que entra de contrabando por tierra, mar y aire, esquivando todos los controles de aduanas. Sin embargo, sí que hizo mención de los asesinatos y las violaciones, las palizas con martillos y las puñaladas, y por supuesto las decapitaciones y los descuartizamientos. Y no, no estaba hablando de sus amigos de Arabia Saudí. Estaba hablando de migrantes indocumentados, los mismos que son responsables de una tasa de delitos menor que la población general estadounidense.

Para ser una estrella de realities de televisión, Trump se comporta como una bestia salvaje en su ecosistema natural. Lo que se quiso presentar como un discurso político de tono familiar terminó pareciendo el juicio final con fuego y azufre. El presidente engullía las palabras del apuntador como si fueran pastillas para caballos. Entre frases, resoplaba y bufaba como si estuviera en medio de un entrenamiento para un atleta de élite. Entrecerraba los ojos como si la cámara yaciese escondida entre listones de acero fabricados en plantas siderúrgicas estadounidenses.

No obstante, este no es cualquier plató. Reagan era un actor con experiencia, pero nunca superó la vergüenza de haber protagonizado joyas del cine clase B como Bedtime for Bonzo. Por su parte, Trump nunca estará a la altura de su papel estelar de empresario en The Apprentice.

“El muro se pagará solo”

Según el empresario todopoderoso, su adorado muro se pagará solo con beneficios incluidos al impedir que entren todas esas drogas. También se autofinanciará gracias a los aranceles a los productos mexicanos. Si ese es el caso, tenemos un puente autofinanciado en Brooklyn que la organización de Trump podría tener interés en comprar.

En algo, sin embargo, tiene razón el presidente. Existe una emergencia nacional que amenaza la paz y la prosperidad de la ciudadanía. Los estadounidenses necesitan desesperadamente una medida drástica que detenga las amenazas contra el orden y la legalidad. Pero la solución no es construir algo, sino realizar una acusación judicial.

Hay estructuras de acero y hormigón que pueden encargarse de las personas perversas que están socavando la identidad de Estados Unidos de forma tan intensa. Puede que sea una solución anticuada para lidiar con las amenazas al orden público, pero funcionan, a pesar de lo que dicen los demócratas. Se llaman cárceles, y tanto ahora como próximamente podréis encontrar en ellas a muchos funcionarios cercanos a Trump.

Ya es hora de reconocer que nuestras fronteras sufrieron la infiltración de extranjeros y que algunos gobiernos malvados nos envían a sus peores personas. Desafortunadamente, no entran cruzando la frontera sur del país, sino que viajan en avión desde Rusia para reunirse con colegas de Trump en capitales extranjeras. Algunos incluso intentaron adentrarse en lo profundo de nuestro país con tarjetas de membresía de la Asociación Nacional del Rifle. Si alguna vez existió la necesidad de una Fuerza Espacial, ese momento es ahora. Si eso fallara, el presidente tendría que volver a confiar en la CIA y el FBI.

Este miércoles, Trump irá al Capitolio a reunir una cuadrilla para ocuparse de los migrantes que buscan entrar en el país. Mientras tanto, algunos de los fieles diputados que antes le seguían comienzan a temerle al sentido común y a las elecciones del 2020.

No es broma. Citando la cháchara del gran inepto, esta es “una crisis del corazón y una crisis del alma”. Si vuelven a abrir el gobierno y vuelven a pagarles sus sueldos a los operarios como los agentes de seguridad aeroportuaria, no harían ningún daño. Estamos hablando de la reputación de Trump, no de una abstracción banal.

“En mi investidura, juré proteger nuestro país”, dijo Trump al finalizar su discurso. “Y eso es lo que haré siempre, con la ayuda de Dios”. Ya que estás, Señor, por favor ayuda a los niños en la frontera. Ya sabes que los están utilizando como moneda de cambio.

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