Pobreza y desahucios en Tel Aviv, la ciudad más cara del mundo
En uno de los barrios más acaudalados de Tel Aviv, un grupo de casas de un solo piso con techos herrumbrados ha quedado a la sombra de los rascacielos. La zona es conocida como Givat Amal Bet.
El centro financiero de Israel fue reconocido recientemente como la ciudad más cara del mundo para vivir, por delante de París y Singapur, en el ranking para 2021 de la Unidad de Inteligencia de The Economist (UIE). Mientras la reputación de la ciudad mediterránea como centro tecnológico sigue atrayendo inversiones extranjeras, y los precios de los bienes y servicios se disparan con la fuerte recuperación de la economía israelí, sus habitantes temen que la brecha creciente entre ricos y pobres empuje a la clase trabajadora fuera de la ciudad y que cree nuevas y destructivas divisiones sociales.
La posición de Tel Aviv como la metrópolis más cara del mundo, donde ha ascendido desde el quinto puesto del año pasado, es sobre todo resultado de la inflación global y los problemas de distribución provocados por la COVID-19. El shekel, la moneda de Israel, se ha fortalecido por el debilitamiento del dólar, el gran superávit financiero de Israel y las inversiones directas del extranjero en el sector tecnológico, que se espera que lleguen a los 30.000 millones de dólares (algo más de 26.500 millones de euros) para fin de año.
Desalojados “como los árabes”
Givat Amal Bet es el ejemplo más claro de los cambios demográficos de la zona. Durante la guerra de 1947-48, con la creación del Estado israelí, los habitantes de la aldea palestina de al-Jammasin al-Gharbi, que estaba en ese lugar, huyeron para evitar el enfrentamiento. A los refugiados y migrantes judíos recién llegados de Oriente Medio y del norte de África, conocidos como mizrahim, les pidieron que se instalaran allí para actuar como barrera contra los ejércitos árabes.
Posteriormente, a los palestinos desplazados les fue negado el derecho a regresar y los mizrahim se quedaron y bautizaron su nuevo hogar como Givat Amal Bet. A diferencia de las otras aldeas absorbidas por Tel Aviv en su crecimiento, las aproximadamente 40 familias de clase trabajadora que vivían ahí nunca tuvieron permiso para comprar las tierras sobre las que habían construido sus hogares. A pesar de pagar los impuestos, han tenido acceso irregular a los servicios como el agua y la electricidad, y les prohibieron alterar o hacer mejoras en sus hogares.
La comunidad ha mantenido durante décadas una batalla legal para obtener compensaciones de las empresas constructoras, el Estado y el Municipio de Tel Aviv, pero los últimos habitantes del barrio fueron desalojados a la fuerza el mes pasado.
“Cuando mis padres llegaron de Damasco les pidieron que se afincaran aquí para ayudar al Estado”, dice Yossi Cohen, de 68 años, que fue sacado a la fuerza por la policía de su hogar natal en noviembre. El primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, les había “prometido que seríamos compensados, que podríamos conservar nuestros hogares”, dice. Pero durante el desalojo, la mayor parte de lo que tenía en su hogar fue arrojado afuera, con un cerco que ahora evita que cualquiera ingrese.
“Hemos luchado contra la discriminación de los askenazi [judíos de herencia europea] durante toda la vida. Vivimos en terrenos que están entre los más caros de Tel Aviv, por eso nos intentan echar, tal como hacen con los árabes.”
Inversión extranjera
Dos torres de gran altura han sido construidas en la frontera de Givat Amal Bet desde 2005. Hay planes para otras tres, que responden a la demanda de espacios de oficina y apartamentos de lujo.
El análisis de Tel Aviv realizado por el Economist ni siquiera contempla el factor del alza de los valores de propiedades locales y la escasez de tierras accesibles, dice Asaf Mualem, el propietario de la empresa inmobiliaria Manivim Israel. “Durante los últimos dos años, nuestros valores han duplicado los que pueden verse en programas de telerrealidad como Selling Sunset en Los Ángeles. Hablamos de 65.000 shekels (18.800 euros) por metro cuadrado,” dice.
Las inversiones extranjeras llegan del sector tecnológico, desde la diáspora judía en Francia y Estados Unidos y un nuevo flujo de capital de los Emiratos Árabes Unidos, dice Mualem: el rico Estado del Golfo junto a Baréin, Marruecos y Sudán firmaron acuerdos de paz con Israel mediados por Estados Unidos en 2020.
“Están dejando fuera del mercado incluso a los magnates locales y eso no se detendrá. Creo que los valores subirán otro 30% antes de que la burbuja estalle”, dice.
Abandono de los “principios socialistas”
La gentrificación es un problema en ciudades de todo el mundo, pero la paralización política reciente de Israel ha complicado la crisis habitacional de Tel Aviv. No ha habido proyectos públicos de viviendas en los últimos dos años, a pesar de las 30.000 personas en listas de espera.
“Israel fue fundado como un Estado socialista pero hemos abandonado esos principios. Yo trabajo más para encontrar casas para personas vulnerables que todo el Ministerio de Vivienda”, dice el activista local Riki Kohan Benlulu. “Empezaron a vender viviendas de protección oficial en la década de los 80, que es cuando la brecha comenzó a crecer. Las redes de protección social son el valor de la civilización”.
De pie junto a su antiguo hogar en Givat Amal Bet, Cohen no está seguro de qué le deparará el futuro al barrio o a la lucha de la asociación vecinal por conseguir indemnizaciones.
“En hebreo tenemos un dicho, hablamos de la tierra que se come a sus habitantes. Bueno, los que están allí arriba son los que se alimentan de nosotros”, dice, señalando las torres en construcción.
Traducción de Ignacio Rial-Schies.
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