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OPINIÓN

Por qué en Portugal hemos prohibido que los jefes contacten con sus trabajadores fuera del horario laboral

Una mujer durante su jornada de teletrabajo en un entorno rural.

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La semana pasada el Parlamento portugués recibió la atención de medios de comunicación de todo el mundo tras aprobar una ley que prohíbe a los jefes ponerse en contacto con sus trabajadores fuera del horario laboral. A partir de la entrada en vigor de la nueva ley, los empresarios se enfrentarán a la posibilidad de ser sancionados si envían mensajes de texto, llaman por teléfono o envían correos electrónicos a sus empleados cuando no están trabajando.

Como legisladores, consideramos que se trata de una medida imprescindible para reforzar los límites necesarios para un buen equilibrio entre la vida laboral y la personal. Debe haber una frontera entre el tiempo en que prevalece la autoridad del empresario y el tiempo en que debe prevalecer la autonomía del trabajador. Debe haber una frontera entre el tiempo en el que un trabajador es un recurso al servicio de la persona que paga su salario y el tiempo en el que debe ser el dueño de su vida, que no es todo trabajo.

Hemos impulsado esta reforma laboral para evitar que se difumine la frontera entre el tiempo que pasamos trabajando para los demás y el tiempo familiar. La frontera entre el tiempo como mercancía con valor económico y el precioso tiempo que queda para disfrutar de la vida.

En la era de la revolución industrial, los trabajadores podían ser poco más que obreros. La reivindicación de la reducción de la jornada laboral fue un principio central del movimiento obrero desde sus inicios. Era una reivindicación que buscaba una solución a la extenuación extrema causada por las largas jornadas de trabajo, y a la mala salud causada por el exceso de trabajo. Esto, por sí solo, habría sido una razón más que suficiente. Pero la reivindicación de la reducción de la jornada laboral también pretendía mandar el mensaje de que los trabajadores debían ser algo más que una fuerza de trabajo, que debían ser también personas de hecho, y no sólo de derecho.

El teletrabajo

El auge del teletrabajo amenaza con devolvernos a ese periodo en el que los sindicatos todavía no habían conseguido avances para sus miembros. Trabajar a distancia tiene que ser un paso adelante, no un paso atrás. Cuando cada vez somos más los que teletrabajamos, es aún más esencial establecer límites claros entre el tiempo de trabajo y el tiempo personal.

La transición digital había evidenciado la necesidad de legislar el trabajo a distancia. Con la llegada de la pandemia, la necesidad se convirtió en urgencia. Concebimos esta nueva norma antes de que comenzara la pandemia, pero se ha hecho aún más necesaria ahora para responder a los efectos perversos e indeseables de la rápida expansión del teletrabajo. La necesidad de todo tipo de software digital significa que el control de los trabajadores también ha crecido muy rápidamente. El trabajo a distancia tiene grandes ventajas, pero, como todo fenómeno nuevo que se desarrolla muy rápidamente, conlleva nuevos riesgos. Riesgos, sobre todo, para la parte más débil de la relación laboral: los trabajadores.

Cuando regulamos el mercado laboral no podemos ignorar la desigualdad innata entre las partes: empresarios y trabajadores. La relación laboral no es una relación entre iguales que pueda regularse libremente mediante el contrato individual. Al aprobar estas nuevas leyes laborales, tuvimos en cuenta las palabras del predicador y escritor francés del siglo XIX Henri Dominique Lacordaire: “Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el señor y el esclavo, es la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Entre el débil y el fuerte, el Estado debe intervenir para restablecer el equilibrio.

El derecho a desconectar

En una relación desigual como la que se da entre un jefe y un trabajador, no basta con establecer que este último tiene “derecho a desconectar”; a apagar su teléfono móvil, a cerrar su ordenador portátil o a ignorar las llamadas telefónicas que llegan mientras cena con su familia. Es necesario disuadir mediante sanciones cualquier abuso que entre en conflicto con ese derecho. Por eso hemos prohibido a los superiores jerárquicos que se pongan en contacto con los trabajadores fuera del horario laboral, y hemos impuesto posibles multas por infringir las normas. En la práctica, el derecho a la desconexión tiene que reforzarse con esa prohibición.

Siempre podemos socavar las nuevas leyes laborales invocando la dificultad de hacerlas cumplir cuando el empleo es precario y los salarios son bajos, pero no debemos hacerlo. Si el mercado laboral dificulta la aplicación de las nuevas leyes, tenemos que insistir en reformar el mercado laboral, no renunciar a regularlo.

La ley que acabamos de aprobar rinde homenaje al legado del partido socialista portugués, en todas aquellas históricas batallas en las que defendía los derechos de los trabajadores. No es una ley radical, sino que nos ayuda a dar un paso más hacia el desarrollo de Portugal como sociedad más justa e igualitaria.

Ana Catarina Mendes es la líder parlamentaria del Partido Socialista Portugués.

Traducción de Emma Reverter.

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