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The Guardian en español

Un sheriff de Florida cree que ha llegado el momento de dar una segunda oportunidad a los delincuentes

El sheriff del condado de Gadsden, Morris Young (izquierda), en una imagen de archivo de 2004

Jamiles Lartey

Gadsden, Florida —

Como jóvenes negros que crecieron en el condado rural de Gadsden, Morris Young y Jaron McNealy tenían la misma reacción instintiva cuando veían a la policía: salir corriendo. “Los veía como al enemigo; si venían era para un arresto”, dice Young. A su versión más joven seguramente le habría sorprendido saber que terminaría convirtiéndose en el veterano sheriff del condado del norte de Florida donde nació y se crió.

McNealy, de 28 años, siguió otro rumbo en su adolescencia: formó parte de bandas y encadenó una serie de arrestos y detenciones hasta que terminó pasando cuatro años en la cárcel.

Pero en un reciente y tormentoso sábado de Florida, los dos se sentaron frente a frente, sin tensiones ni dramas, en los sofás de la casa de la madre de McNealy. El sheriff y su ayudante habían pasado a saludar a McNealy y a sus tres hijos (de 10, 8 y 7 años) como parte del compromiso de Young en un nuevo programa que vincula a los niños con mentores y consejeros profesionales para que no sigan los pasos de sus padres en el sistema penal.

“Hemos detectado una tendencia de niños que siguen el mismo ciclo que los padres encarcelados”, dice Young. “Queríamos hacer algo así como abrazarlos y ponerlos en el camino correcto”.

El programa es solo una de las patas del enfoque policial comunitario de Young, que trata de evitar la reincidencia a través de la excarcelación y el “reingreso” de los prisioneros a la sociedad. “Creo en dar a la gente dos, tres, cuatro y cinco oportunidades hasta que lo hagan bien”, dice.

Desde su primera elección en 2004, Young ha presionado a los fiscales para evitar que los delincuentes de poca monta pasen largas temporadas en la cárcel. También pide a sus ayudantes que usen con prudencia el poder de arresto. “Si cogemos a un joven con una dosis de crack en el bolsillo, en lugar de arrestarlo, [la instrucción es] tirarla al suelo y pisotearla, y decirle: ‘Está bien, la próxima vez’”.

Es difícil establecer relaciones de causa y efecto en temas sociales tan complejos como el crimen, pero durante el mandato de Young como sheriff el crimen en Gadsden se ha reducido aproximadamente a la mitad. Los arrestos de menores han decrecido en más de un 75% y el condado está enviando un 65% menos de reclusos a la prisión que hace ocho años.

Crimen en Gadsen

Pese a que su filosofía despierta muchos recelos, Young es el sheriff negro con más años de servicio en la historia de Florida. En 2014, los fiscales intentaron sacarlo del cargo por la generosa interpretación que hacía de los permisos que permiten a los presos salir de la cárcel durante cortos períodos (por lo general, unos pocos días).

Young cree que la resistencia a su enfoque se debe a los incentivos financieros del encarcelamiento. Como dice el mayor Shawn Wood, su locuaz mano derecha, “nadie en este país debería ganar un solo centavo gracias al encarcelamiento de personas”. Pero no malinterpreten a Young y Wood: tampoco es todo paz y amor. “Tenemos la reputación de atrapar al hombre que buscamos”, dice Young. “El que comete un delito grave va a entrar en la cárcel y va a cumplir su sentencia”.

Para saber qué hacer en cada caso, varios mantras progresistas en la oficina del sheriff de Gadsden fundamentan las decisiones diarias: los arrestos no necesariamente resuelven el crimen. Cuando no hay más remedio que arrestar, [la estrategia para lograr] el reingreso debe comenzar en ese preciso momento.

‘Esta es la vez que mejor he estado’

Errick Feaster, de 44 años, siempre fue un apasionado de los coches. Durante su infancia en Gadsden, se hizo un muy buen mecánico arreglándolos con su padre. Pero nunca se sacó el carné y el año pasado entró 11 meses a la cárcel por conducir sin permiso. No era la primera vez: había pasado gran parte de su vida adulta entrando y saliendo de prisión por drogas y otros asuntos menores.

Pero a los pocos días de llegar a la cárcel, algunos reclusos le sugirieron que hablara con Ed Dixon, jefe en prisión del programa de ‘reingreso’. Durante la jornada laboral, el programa pone a los reclusos en centros de empleo fuera de la cárcel y con empresas que los forman. Sin guardias y sin barrotes. En lugar de sentarse en una celda, Feaster trabajaba arreglando coches. “Me proporcionaba un poco de tiempo fuera del edificio en el que estaba”, dice.

Tras salir del programa, Feaster encontró trabajo fácilmente con las cartas de recomendación. “Iba a entrevistas y por primera vez en mi vida todos me devolvían la llamada”, dice. Ahora trabaja como encargado de una tienda de neumáticos en Valdosta, Georgia. “A lo largo de toda mi vida adulta, esta es la vez que mejor he estado. Ya no estoy luchando como antes”.

A Dixon, un excomisario del condado, el sheriff Young lo reclutó para liderar el programa de reingreso debido a los profundos lazos que lo unen a la comunidad. “Todos los reclusos a los que les preguntábamos decían: 'Mira, hay buenos programas en la cárcel, pero en cuanto salgo, todo ese apoyo se esfuma’”. Así que nos dijimos: ‘¿Cómo podemos hacer que duren?’“, explicó Dixon.

Su filosofía se basa en una circunstancia obvia del encarcelamiento y a menudo pasada por alto: “Regresan al condado de Gadsden y simplemente pasan de ser el preso Johnson a ser el señor Johnson”. Cuando lo hacen sin apoyo, la reincidencia es común.

El mayor Shawn Wood lo explica: “Hemos tenido a gente que nos llama y nos dice: ‘Miren, no quiero volver a la cárcel, pero necesito que me ayuden a encontrar un trabajo porque si no consigo uno, voy a volver a lo que conozco’”.

La oficina del sheriff de Gadsden cree que encontrar un empleo remunerado para esa persona es una parte tan esencial de su labor como arrestarla si vuelve a delinquir. “He puesto a toda la comunidad al tanto de que todos somos responsables de esto”, dice Young.

“Es la Iglesia”

No se puede entender Gadsden sin tener en cuenta la raza y los datos económicos. Es el único condado de Florida donde la mayor parte de la población es de raza negra. El ingreso promedio de los hogares está firmemente plantado en el decil más bajo para el Estado de Florida, y un 25% de los habitantes vive en la pobreza (un 56% más que el promedio nacional).

A lo largo de los siglos XIX y XX, el condado conoció la violenta represión que marcó gran parte de la vida de los negros en el sur. En Gadsden hubo al menos cuatro linchamientos a finales del siglo XIX y principios del XX. Entre ellos, el asesinato de AC Williams en 1941: tras sobrevivir a un primer intento de asesinato por parte de una turba de hombres blancos, lo interceptaron mientras iba al hospital. Lo mataron a tiros y lo abandonaron en un puente. Vale la pena recordar que fueron los empleados de la oficina del sheriff los que entregaron a Williams a la muchedumbre.

La discriminación y los estallidos de violencia racista contra los negros en Gadsden persistieron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. En la década de los sesenta, las campañas del Congreso de Igualdad Racial (Core, por sus siglas en inglés) para aumentar la inscripción en el censo de votantes eran rutinariamente acosadas y atacadas por blancos, que en 1964 llegaron a quemar sus oficinas centrales en Quincy.

En Gadsden, la segregación racial no terminó hasta 1970, y sólo por la presión de un tribunal federal. El Tribunal Supremo había fallado en contra de la discriminación 15 años antes en el caso de Brown contra Board.

Una forma menos polémica de división racial aún pesa sobre una institución social omnipresente en Gadsden: la Iglesia. Como en gran parte del país, y como en casi todo el Sur, la segregación en estos lugares es casi absoluta.

El condado se jacta de tener unas 250 iglesias registradas. Es decir, una por cada 180 residentes, un número que resulta elevado hasta para el corazón del Cinturón Bíblico de Estados Unidos. “No tenemos muchos pubs o vida nocturna o ese tipo de cosas sociales, así que lo que tenemos es la iglesia”, dice Young.

En la medida de lo posible, Young pide a las iglesias que inviten a su personal policial. También promueve que las más de 100 personas bajo su mando asistan a las ceremonias.

En una celebración de las fuerzas de seguridad en la First Baptist, la iglesia blanca más vieja de Gadsden, los agentes de policía negros se estrechan la mano y bromean con feligreses de pelo gris durante un desayuno de galletas, salchichas, huevos y salsa.

La fe es un componente importante del programa de Young, que hasta organiza bautismos de reclusos tras los barrotes. Según Jimmie Salters, el capellán de la cárcel, ha bautizado a más de 400 reclusos usando el tanque galvanizado de agua de un garaje en los terrenos de la cárcel.

Los servicios religiosos son un ingrediente básico de la vida en la cárcel y, a veces, el coro de empleados de la oficina del sheriff de Gadsden acude a cantar. Animan a los reclusos a que canten y hasta que se levanten para unirse en alabanza, de pie entre los carceleros, vestidos con sus monos de prisioneros pero sin grilletes.

Hay mucha gente detrás de ellos

Después de que encarcelaran a Jaron McNealy, la madre de su hija y sus hijos varones también fue arrestada. Sin un lugar a dónde ir, los niños terminaron en casa de la abuela. “Era una bendición pero era demasiado. Allí estaba yo, presa de un ataque de pánico mientras pensaba, ‘¿qué vamos a hacer?’”, contó la abuela, Natalie Johnson.

El año pasado, la oficina del sheriff se acercó a ella para meter a los varones (la hija era demasiado pequeña) en un programa piloto de mentores para hijos de prisioneros. Johnson admite que no sabía qué hacer. “Temía que los hiciera retraerse más”, dijo. “Pero hizo lo contrario, los hizo abrirse completamente”, dijo Johnson. “Ha sido muy bueno, porque estaban perdidos”.

Los niños trabajan con un consejero y con un mentor que los ayuda cada día con sus estudios y les enseña habilidades para la vida como la autoestima y las interacciones sociales, o cosas tan básicas como la higiene personal.

No es que Gadsden haya inventado la rueda. Los programas de liberar a prisioneros durante la jornada laboral son ya una tradición de funcionamiento demostrado en el sistema de justicia penal estadounidense. Hace al menos diez años que la tutoría para niños con padres encarcelados se convirtió en prioritaria entre los defensores de los jóvenes. En los primeros días de la Administración de Obama, incluso recibieron un saludable desembolso vía subvenciones federales.

Tras la época de Black Lives Matter, la vigilancia comunitaria es una de las prioridades para muchos departamentos policiales, si no en hechos, al menos sí en palabras.

Pero lo que el equipo del sheriff Young parece estar demostrando es que un compromiso serio de reescribir la tradición sureña de castigar duramente puede impactar de verdad en el desarrollo de las comunidades y las relaciones con la policía.

Cuando McNealy salió en libertad en abril y comenzó a tratar de conectarse con los chicos, el programa comenzó molestándole un poco. “Al principio miraba al sheriff y decía: 'No voy a hablar con ellos', dijo McNealy. ”Pero ahora lo veo como beneficioso y me encanta. Si se meten en líos, ¿sabes qué? Hay mucha gente detrás de ellos“.

Uno de los niños vio cómo la policía arrestaba a sus padres. Dice que durante mucho tiempo les tuvo miedo. Ahora quiere ser uno de ellos: “Para poder decir a la gente cómo aprender a tomar buenas decisiones y no hacer cosas malas”.

Traducido por Francisco de Zárate

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