Shimon Peres, el pacificador del que los israelíes no se fiaban
Hace dos semanas, el 13 de septiembre, fue el 23º aniversario de la firma del acuerdo de Oslo, golpe maestro diplomático de Simón Peres que fue la primera piedra de un tratado de paz entre Israel y los palestinos. A primeras horas de la tarde, un cohete surcó el Mediterráneo, claramente visible desde las ventanas de su oficina en el Centro de Paz Peres, cerca de la costa de Jaffa. Transportaba un satélite espía, diseñado por la Industria Aeroespacial Israelí que Peres fundó hace más de medio siglo. El cohete es una versión civil del misil Jericó, concebido para ser el sistema de lanzamiento del arma nuclear israelí, desarrollado por el proyecto que fundó Peres en los años 50.
Esa noche, cuando le estaban llevando al hospital poco después de un derrame cerebral masivo del que no se iba a recuperar, un nuevo acuerdo de ayuda militar de 38.000 millones de dólares se anunció en Jerusalén y Washington. Fue Peres quien firmó el primer acuerdo de armas con Estados Unidos en 1963.
Shimon Peres, que ha muerto a los 93 años, pasó la primera mitad de su carrera pública construyendo el poder militar de Israel y garantizando su seguridad. La segunda mitad se centró en sus intentos cada vez más desesperados de llevar la paz a su país. La triste ironía de su vida fue que fue mucho más exitoso en su primera parte que en la segunda. Sus esfuerzos por reconciliar el Estado judío con sus vecinos árabes fracasaron a la hora de alcanzar resultados duraderos.
Si Peres hubiera renunciado a política a los 54 años, como muchos de sus colegas le pidieron, después de haber perdido las elecciones generales de 1977 como líder del Partido Laborista frente al fundador del partido Likud Menajem Begin, hubiera sido recordado como uno de los más legendarios halcones de seguridad de Israel. El hombre que consiguió las armas para el Ejército de Israel en sus primeros años y condujo las negociaciones secretas con Francia para el abastecimiento del reactor nuclear de Dimona. El primer patrón de los colonos judíos en Cisjordania.
En su lugar, la mayoría de los elogios que en estos momentos se están escribiendo en su memoria le exaltan como hombre de paz. Para un hombre que adoró hablar de sus propias experiencias y pensamientos, Peres nunca explicó la transformación que experimentó en los años solitarios de la oposición.
Muchos de sus detractores dicen que simplemente no tuvo opción. Con Begin y el presidente egipcio Anuar Sadat poniendo fin al estado de guerra entre las dos naciones y firmando los acuerdos de Camp David, no tuvo más opción que situarse a la izquierda y tratar de presentarse a sí mismo como mejor pacificador que sus rivales del Likud. Sus seguidores explicaron que Peres sabía mejor que nadie lo segura y fuerte que Israel había llegado a ser, y por consiguiente podía hacer concesiones y asumir riesgos por la paz con su peligroso vecino. Fuesen cuales fuesen sus motivos, fracasó a la hora de convencer a la población israelí de su visión.
Lideró al Partido Laborista en cinco elecciones generales entre 1977 y 1996 y nunca pudo conseguir una victoria clara. Su mejor resultado fue un empate con Likud en 1984 que significó que tuvo que compartir el poder con su rival radical, Isaac Shamir (y alternarse en la jefatura del Gobierno). En dos años como primer ministro se dedicó principalmente a estabilizar la economía y retirar la mayor parte de las tropas israelíes del Líbano.
En 1986, se convirtió en ministro de Exteriores y comenzó negociaciones secretas con el rey jordano Hussein. Pero el acuerdo de Londres que buscaban, que podría haber significado un proceso de paz entre los dos países y los palestinos, fue vetado por el primer ministro Shamir. Peres, simplemente, no tuvo el apoyo político o público para desafiarle.
Seis años después, tuvo éxito, una vez más como ministro de Exteriores, persuadiendo a un escéptico y reacio Isaac Rabin de acompañarle al proceso de Oslo y estrechar la mano del líder palestino Yaser Arafat en los jardines de la Casa Blanca. La comunidad internacional reconoció este paso adelante dando a los tres hombres un Premio Nobel de la Paz compartido, pero fue Rabin quien había ganado las elecciones y ofrecido el acuerdo a la sociedad israelí. Después del asesinato de Rabin, Peres se quedó con la tarea de ocuparse de las negociaciones de Oslo y perdió de nuevo. Esta vez el obstáculo fue Binyamin Netanyahu. El proceso de Oslo no sobrevivió.
Siempre hubo algo demasiado extravagante, extraño y distante de la realidad en la forma en la que Peres hablaba de sus visiones para un “nuevo Oriente Medio”. Mientras las encuestas mostraban una mayoría de israelíes a favor de sus posiciones, en principio, en las urnas preferían gobiernos de rígida derecha. Sólo estuvieron dispuestos a confiar en el Partido Laborista cuando lo lideró un general retirado, duro y tranquilizador, como Rabin o Ehud Barak. Las palabras 'primer ministro Peres' simplemente no eran una combinación que diera suficiente confianza o seguridad.
Quizá la ironía final de la vida de Shimon Peres fue que su último acto al servicio de la paz permanece en secreto y no está documentado. Como presidente octogenario de Israel, respetó las costumbre protocolarias del cargo y se abstuvo de intervenir abiertamente en política. Eso no impidió que los jefes del Ejército o de los servicios de inteligencia recurrieran a él cuando sentían que las autoridades políticas estaban peligrosamente equivocadas.
Hacia el final de su mandato de siete años, fue el líder secreto de la facción dentro del sistema de defensa que exitosamente trabajó para bloquear los planes del primer ministro Netanyahu y del ministro de Defensa Ehud Barak de lanzar un ataque militar contra las instalaciones nucleares de Irán, antes de que pudiera construir una bomba atómica.
Finalmente, tuvo que confiar en los generales y los jefes de espionaje para evitar la guerra. Nunca convenció a los ciudadanos israelíes para que hicieran el mismo acto de fe con él.
Traducido por Cristina Armunia Berges