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The Guardian en español

Supervivencia política, un escándalo y una célula secreta: así se fraguó el agónico acuerdo entre Israel y Hamás

Mujeres y niños israelíes liberados por Hamás± los que aún siguen retenidos. EFE/ Yaffa Adar
 se reencuentran con sus seres queridos

Julian Borger / Ruth Michaelson

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El ataque de Hamás del 7 de octubre pretendía sembrar el terror en la psique israelí e infligir una herida duradera. La toma de rehenes se hizo por otras razones: como freno a las represalias israelíes y para intercambiar prisioneros palestinos en cárceles israelíes. Siete semanas después, está claro que ha funcionado mejor como moneda de cambio que como elemento disuasorio.

Los aproximadamente 240 rehenes en Gaza no detuvieron el intenso e implacable bombardeo de Gaza ni la ofensiva terrestre israelí del 27 de octubre. Sólo ahora, casi un mes después, se ha acordado una tregua de cuatro días, podría decirse que cuando conviene a las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF). Si la crisis del sábado, que detuvo la segunda ronda de liberaciones, pudo superarse, el alto el fuego podría ampliarse quizá unos días más, pero Israel ha dejado pocas dudas de que la guerra continuará.

Por otra parte, la liberación prevista de hasta 150 palestinos supone un importante activo para el cerebro del ataque del 7 de octubre, Yahya Sinwar, que pasó más de 23 años en una prisión israelí. Allí aprendió a hablar hebreo con fluidez y conoció a fondo la política y la sociedad israelíes. También fue allí donde desarrolló su determinación de liberar a los miles de palestinos presos en cárceles israelíes.

Sinwar fue liberado en 2011, uno de los 1.000 palestinos canjeados por un solo soldado israelí, Gilad Shalit. La proporción de palestinos frente a israelíes esta vez será menor, de tres a uno, pero los liberados son en su mayoría mujeres y adolescentes de Cisjordania, atrapados en las redes de la detención administrativa israelí, lo que significa que muchos nunca han sido acusados ni juzgados. La liberación de la primera tanda de estos presos se celebró con fuegos artificiales y fiestas callejeras por toda Cisjordania, lo que impulsó la figura de Sinwar allí, en medio del creciente descontento con los rivales de Hamás, Mahmud Abbas y la Autoridad Palestina.

Por parte israelí, Benjamin Netanyahu trató de impedir que las voces de las familias de los rehenes dominaran la narrativa de la guerra, en gran parte por temor a que ello frenara el impulso de la respuesta militar al ataque del 7 de octubre y el objetivo de acabar definitivamente con Hamás. Como superviviente político, Netanyahu se dio cuenta de que las familias eran una amenaza potencial política. Ellas, como gran parte de Israel, le consideran responsable de la incapacidad de Israel para proteger a su pueblo, y Netanyahu ha desconfiado de los encuentros directos con ellas.

Cuando finalmente accedió a reunirse con representantes de sólo cinco familias el 15 de octubre, provocó un escándalo. Una vez iniciada la reunión, aparecieron otros cuatro supuestos familiares de rehenes, hasta entonces desconocidos para la organización de las familias. Al parecer, uno de ellos instó a Netanyahu a “actuar con frialdad y decisión” y a no dejarse desviar de la campaña militar por la agonía de los rehenes y sus seres queridos. Su intervención provocó un gran revuelo en la sala, ya que las familias afirmaron que se les había tendido una emboscada con un teatro cuidadosamente montado y “políticamente conveniente”.

Netanyahu abrazó a los familiares ante la cámara, pero éstos se mostraron aún más recelosos de él y advirtieron de que, si se veían arrastrados a nuevas maniobras, pedirían al presidente estadounidense, Joe Biden, que representara sus intereses en su lugar.

Biden ya había hablado largo y tendido con las familias de los 10 ciudadanos estadounidenses que siguen en paradero desconocido, dos días antes de la reunión de Netanyahu. Los asesores presidenciales que se encontraban en el Despacho Oval cuando Biden hizo la llamada por Zoom dijeron que había sido “una de las cosas más desgarradoras” que habían vivido. El mandatario prolongó la llamada hasta que todas las familias tuvieron la oportunidad de hablar y expresar sus emociones.

Poco después, cuando Biden aterrizó en Tel Aviv en un viaje de un día, el 18 de octubre, se reunió con las familias en un encuentro aún más emotivo. Una vez más, sus reuniones posteriores con funcionarios israelíes se pospusieron para dedicar tiempo a los rehenes y los funcionarios estadounidenses afirmaron que Biden hizo de la difícil situación de los rehenes un tema central de sus conversaciones con Netanyahu ese mismo día.

Biden presume de la conexión personal que establece con el público y de su respuesta instintiva y emocional a los acontecimientos. Sus conversaciones con las familias de los rehenes fueron un factor en el carácter incondicional del apoyo que prometió a Israel, pero también alimentaron su insistencia en que la cuestión de los rehenes se mantuviera en el centro de los objetivos de guerra israelíes.

Antes incluso de que Biden se reuniera con las familias, en Washington ya se estaba buscando una forma de abordar la cuestión.

“Célula secreta”

Pocos días después del 7 de octubre, la familia gobernante qatarí, que ha acogido durante mucho tiempo a representantes de Hamás en Doha, se puso en contacto con la administración de EEUU para establecer un grupo de trabajo qatarí-estadounidense-israelí sobre la cuestión de los rehenes.

Para ello también fue necesaria la aportación de los egipcios, cuyo jefe de espionaje, Abbas Kamel, ha sido durante mucho tiempo el principal interlocutor tanto con Hamás como con la Yihad Islámica Palestina dentro de Gaza. Kamel negoció un alto el fuego hace dos años y transmitió mensajes críticos en la fase final del acuerdo.

El asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, delegó en su coordinador para Oriente Próximo, Brett McGurk, y en el asesor adjunto de la Casa Blanca, Josh Geltzer, como representantes de EEUU ante este grupo cuya existencia, a petición de los qataríes e israelíes, permaneció en secreto para el resto de la administración.

Cada mañana, McGurk mantenía una llamada a primera hora con el primer ministro qatarí, el jeque Mohammed bin Abdulrahman Al Thani, sobre los contactos qataríes con Hamás. McGurk informaba entonces a Sullivan, que a su vez informaba a Biden. El presidente participó en ocasiones en las llamadas con los qataríes. “Esta célula estableció procesos que demostraron llegar directamente a Hamás”, declaró un alto funcionario estadounidense.

El proceso de la “célula secreta” se puso a prueba con la liberación de dos rehenes estadounidenses, Judith Raanan y su hija adolescente, Natalie, el 20 de octubre. Sullivan y McGurk siguieron en directo, desde la Casa Blanca, el peligroso viaje que emprendieron hasta el paso fronterizo de Rafah. En cuanto fueron recibidos por un diplomático estadounidense en el lado egipcio, Biden telefoneó al padre de Natalie para confirmar que estaban libres.

Cuatro días después, dos rehenes israelíes fueron liberados y se aceleró el trabajo sobre un intercambio mucho más ambicioso, ahora con el director del Mossad, David Barnea, como principal funcionario por parte israelí, en estrecha colaboración con su homólogo estadounidense, el jefe de la CIA, William Burns.

Los contornos del acuerdo sobre los rehenes habían tomado forma el 25 de octubre, después de que Hamás ofreciera liberar no sólo a mujeres y niños, sino también a ancianos y enfermos, a cambio de un alto el fuego de cinco días y la liberación de un mayor número de palestinos.

Los israelíes no estaban convencidos. Hamás no presentó ninguna lista de rehenes ni pruebas de vida. Dijeron a los negociadores que no podían dar una relación completa del número de rehenes sin un alto el fuego, ya que múltiples grupos, incluidos civiles, los retenían en distintos lugares de Gaza; ni siquiera Hamás podía localizarlos a todos. El gobierno de Netanyahu, decidido a compensar los fallos de seguridad que permitieron el ataque de Hamás, consideró que la oferta inicial de Hamás era una estratagema para adelantarse a la inminente ofensiva terrestre israelí.

Los estadounidenses estuvieron de acuerdo, pero propusieron como solución de compromiso que el asalto se llevara a cabo por fases, con la idea de que se pudiera detener después de cada fase si surgía una oportunidad real de intercambiar prisioneros. Las primeras incursiones, encabezadas por tanques e infantería, comenzaron el 27 de octubre.

La ofensiva terrestre no interrumpió el flujo de negociaciones sobre los rehenes, pero se suspendieron pocos días después tras dos devastadores ataques aéreos sobre el campo de refugiados de Yabalia, a las afueras de la ciudad de Gaza, en los que murieron más de 100 personas. Según una fuente conocedora de las conversaciones, los negociadores de Hamás en Qatar se levantaron de la mesa, furiosos por la pérdida de vidas humanas.

A los pocos días, Sinwar volvió a ponerse en contacto con la perspectiva de una oferta mejor, sugiriendo que Hamás estaba dispuesta a aceptar un alto el fuego más breve a cambio de 50 mujeres y niños rehenes. Los negociadores intentaron llegar a un compromiso, sugiriendo la liberación de entre 10 y 15 rehenes a cambio de un alto el fuego más breve, en un intento de generar confianza entre las partes.

Barnea y Burns volaron a Doha el 9 de noviembre para hablar de los detalles y la logística del acuerdo, pero el punto de fricción para los israelíes seguía siendo el mismo: la ausencia de detalles sobre quiénes serían liberados, o de pruebas de que seguían vivos y bajo control de Hamás.

Según la versión de la Casa Blanca, fue Biden quien desbloqueó la situación con una llamada al emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani, el 12 de noviembre. Según un alto funcionario estadounidense, el presidente dijo al monarca que “ya era suficiente” y que sin detalles sobre la edad, el sexo y la nacionalidad de los 50 rehenes en cuestión, “no había base para seguir adelante”.

Poco después, la lista exigida se materializó, y parecía que se llegaba a un acuerdo definitivo. Pero los acontecimientos sobre el terreno en Gaza volvieron a ralentizar los avances en Doha, y Sinwar enmudeció. Tanques y tropas israelíes rodearon el hospital Al Shifa de Gaza, que, según afirmaban, se encontraba sobre un extenso búnker de mando de Hamás, afirmación que Hamás negaba desde hacía tiempo. El 15 de noviembre, las fuerzas israelíes asaltaron el hospital, descubriendo posteriormente un pequeño alijo de armas en su interior y túneles bajo las instalaciones.

Sinwar exigió a las IDF que abandonaran el complejo. Los israelíes se negaron en redondo, pero se ofrecieron a tomar medidas para mantener abierto el hospital. En Doha, los negociadores de Hamás estaban visiblemente disgustados por la escalada que se estaba produciendo en Gaza, pero permanecieron en la mesa de negociaciones. Tras dos días de silencio, Sinwar reanudó de nuevo los contactos tanto con Kamel, el jefe del espionaje egipcio, como con la rama política de Hamás en Qatar, dejando claro que el acuerdo sobre los rehenes seguía en pie.

Fue el turno de Netanyahu de recibir presiones desde el Despacho Oval. Para entonces, el primer ministro israelí estaba más dispuesto a llegar a un acuerdo. La organización de las familias de los rehenes se había envalentonado con su campaña en el frente interno, incluidas las protestas ante la residencia de Netanyahu, y el apoyo público iba en aumento. Según el relato de un funcionario estadounidense, Netanyahu agarró del brazo a McGurk tras una reunión en Tel Aviv y le dijo: “Necesitamos este acuerdo”.

En los últimos días, la decisión estaba en manos del gabinete de Netanyahu. El primer ministro podía contar con el apoyo de Biden, a quien atribuyó el mérito de mejorar el trato a favor de Israel, y de las fuerzas de seguridad israelíes, que insistían en que un acuerdo sobre los rehenes no mermaría su capacidad para destruir a Hamás.

Por su propia insensibilidad e ineptitud, el partido más duro de la coalición, Otzma Yehudit, dirigido por el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, se había aislado. El lunes, se pudo ver en televisión a sus dirigentes arengando a las familias de los rehenes durante una sesión de la comisión de la Knesset, reduciendo a algunos hasta las lágrimas, con un ministro gritando que no tenían el “monopolio del dolor”.

Esa misma noche, los familiares se quedaron esperando fuera de los edificios gubernamentales en el frío porque los ayudantes del primer ministro habían calculado mal el tamaño de la sala necesaria para una reunión con Netanyahu y sus ministros. Aumentó la percepción pública de que estaban siendo tratados como peones desechables.

El gabinete votó a favor del acuerdo el miércoles por la mañana, pero no antes de que Netanyahu diera una última sorpresa al declarar que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) podría visitar a los rehenes restantes como parte del acuerdo, una declaración que sorprendió a la organización y posiblemente a los negociadores.

Doha formó su propia “sala de operaciones”, según el portavoz de Asuntos Exteriores qatarí, Majed Al-Ansari, creada para seguir la situación minuto a minuto mediante contactos con el CICR, la oficina política de Hamás, funcionarios israelíes y diplomáticos egipcios.

El viernes por la noche, el canal saudí Al Arabiya emitió las primeras imágenes de una fila de vehículos todoterreno blancos de la Cruz Roja saliendo de Gaza, iluminados únicamente por sus propios faros. Los primeros 13 rehenes israelíes fueron liberados. Mientras tanto, Israel trasladó a 39 prisioneros a la cárcel de Ofer, cerca de Ramala, antes de su liberación. Entre ellos, 24 mujeres, algunas condenadas por delitos como portar armas o atacar a las fuerzas israelíes -cargos que negaron- y 15 adolescentes encarcelados por delitos tan leves como arrojar piedras. Internet se llenó de vídeos de adolescentes reuniéndose con sus familias tras años en prisión, un hijo agarrando la mano de su madre y llorando.

La sorpresa del día fue un filipino y 10 trabajadores inmigrantes tailandeses, que también formaban parte de la primera remesa de rehenes. Habían sido capturados el 7 de octubre, cuando Hamás arrasó los pueblos y kibutzim del sur de Israel, y el gobierno tailandés había emprendido su propia campaña diplomática para liberarlos, con la participación de negociadores tailandeses que visitaron El Cairo, Doha y Teherán.

Durante las vacaciones de Acción de Gracias en Nantucket, Biden predijo que se liberarían docenas de rehenes más y que se prorrogaría el alto el fuego. El acuerdo incluye una cláusula que permite prorrogarlo un día más por cada 10 rehenes liberados. Pero Hamás ha indicado que no liberará a rehenes “militares”, a los que define como posibles reservistas, lo que plantea un duro debate sobre cualquier posible intercambio de prisioneros en el futuro.

La esperanza de que el acuerdo sobre los rehenes pueda conducir a una vía diplomática más amplia para lograr una tregua más duradera parece, cuando menos, optimista. Netanyahu sólo vendió el acuerdo al gabinete y a las fuerzas de seguridad sobre la base de que Israel volvería al ataque.

Las IDF están preparadas para entrar en Shuyaiya, un barrio densamente poblado en el norte de Gaza con una presencia históricamente fuerte de diferentes milicias. A continuación, los generales de las IDF quieren avanzar hacia el sur, hacia Jan Yunis, en persecución del enemigo, lo que desencadenaría una nueva crisis humanitaria con millones de civiles refugiados al sur del valle Wadi Gaza tras huir del norte, y más de 15.000 muertos y 36.000 heridos en el enclave.

La pausa puede haber convenido a las IDF, dándoles tiempo para reagruparse, pero están lejos de declarar la victoria. Hamás sigue atrincherada en sus búnkeres y sus dirigentes han conservado la coherencia suficiente para llevar a cabo negociaciones sostenidas. Tiene motivos para seguir luchando en la creencia de que a las IDF se les está acabando el tiempo y de que la paciencia del mundo se está disipando. La Casa Blanca ha indicado que no apoyará una ofensiva en el sur sin unas reglas de enfrentamiento de las IDF completamente diferentes cuando se trate de civiles. No quiere que Jan Yunis sea arrasada como lo han sido amplias zonas del norte de Gaza.

El acuerdo sobre los rehenes ha supuesto un raro estallido de alegría para algunos israelíes y palestinos, y algunos días de respiro y sustento para más de dos millones de gazatíes asediados, pero hay pocos indicios de que les haya traído la salvación o la paz.

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