La muerte del líder talibán Ajtar Mansur enfurece a Pakistán
El pasado miércoles, Sartaj Aziz, ministro de Exteriores de facto, dijo durante un encuentro de altos diplomáticos de Afganistán, Estados Unidos y China que una filtración de noticias de 2015 indicaba que el antiguo líder talibán Mullah Omar llevaba muerto más de dos años, lo cual “no solo dificultaba el proceso de paz afgano, sino que también astillaba a las fuerzas talibanes”.
Días después, un dron estadounidense disparó un misil contra su sucesor, Ajtar Mansur, que se encontraba de viaje en el sur de la provincia pakistaní de Baluchistán. El ataque, en el que los propios talibanes han confirmado la muerte de Mansur, marca una extraordinaria intensificación en la utilización de drones que parecía haber terminado y que supuso en el pasado una herida abierta en las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán.
El Gobierno de Islamabad no ha respondido de inmediato a las noticias, y los medios de Pakistán, que siguen a menudo las instrucciones del sistema de seguridad del país, no se apresuraron a condenar el ataque como una violación de la soberanía del país.
Casi con total seguridad, muchos de los agentes del país estarán ahora furiosos ya que Pakistán invirtió muchos esfuerzos en ayudar a asegurar el liderazgo talibán de Mansur después de la lucha de poder que estalló tras del anuncio de la muerte de Omar.
Islamabad ha sostenido durante mucho tiempo que la única manera de poner fin a la guerra en Afganistán es intentar convencer al conjunto de los talibanes para que mantengan conversaciones de paz. Se ha descartado iniciar una acción militar contra el grupo insurgente cuyas redes de apoyo operan libremente en Pakistán, asegurando que primero deben agotarse los intentos para iniciar una negociación.
Afganistán pide firmeza a Islamabad
Pero en medio de los mortales ataques talibanes, incluido el ataque suicida que mató a 64 personas en Kabul, al gobierno afgano se le ha agotado la paciencia con Islamabad y ha exigido acciones firmes contra las redes talibanes instaladas en suelo pakistaní.
Kabul dice que la falta de voluntad de Pakistán manifiesta que no está preparado para poner fin a su larga relación con un movimiento que Islamabad utiliza para influir en lo que sucede en Afganistán. Pakistán ayudó directamente a los talibanes en su conquista de Afganistán a comienzos de la década de los 90 y fue uno de los pocos gobiernos que reconoció el régimen fundamentalista antes de la intervención liderada por Estados Unidos en 2001.
El asesinato de Mansur indica que Estados Unidos está de acuerdo con las demandas del presidente afgano, Ashraf Ghani, sobre la idea de que los insurgentes “irreconciliables” asentados en Pakistán deberían ser el objetivo.
En una declaración pública verdaderamente poco común sobre el ataque con un dron, un oficial del Pentágono describió a Mansur como a “un obstáculo para la paz y la reconciliación entre el gobierno de Afganistán y los talibanes, que prohíben a los líderes radicales participar en conversaciones de paz con el gobierno afgano”.
De todos modos, no está nada claro si la muerte de Mansur allanará el camino para terminar con el conflicto. Mansur no tiene claro sucesor, aunque uno de sus dos suplentes designados podría asumir el cargo inmediatamente. Ninguno de los dos es conocido por ser defensor de la reconciliación.
Los posibles sucesores de Mansur
Uno de ellos, Haibatullah Akhundzada, un reconocido clérigo del corazón talibán de Kandahar, es una figura relativamente desconocida fuera del movimiento. Según la ONU, Haibatullah es el expresidente del Tribunal Supremo de los talibanes. Aunque aparentemente estaba cerca del fundador del movimiento, Mullah Omar, no está claro el grado de influencia que ostenta sobre los soldados talibanes.
El otro sustituto, Sirajuddin Haqqani, es el líder de la red Haqqani, que ha aumentado su protagonismo entre los talibanes en los últimos años y ha conseguido un mayor papel central dentro de la insurgencia.
Se cree que el grupo ha perpetrado algunos de los ataques más espantosos de Kabul, incluido el ataque con camión bomba del pasado 29 de abril, el atentado de 2014 contra el Hotel Serena en Kabil y el ataque también en 2014 en una cancha de voleibol al este del país que acabó con la vida de 50 civiles.
Mientras que el clan Haqqani no tiene una gran influencia sobre los combatientes del sur, la muerte de Mansur podría consolidar más la posición de este grupo dentro de la insurgencia, haciendo la reconciliación todavía más inalcanzable.
El ataque llega en los meses finales de la presidencia de Barack Obama, que se ha caracterizado por el amplio uso de ataques con aviones no tripulados contra los enemigos de Estados Unidos ocultos en la región tribal de Pakistán.
Un repunte de ataques con drones
Los ataques habían disminuido drásticamente desde el momento más álgido, entre 2011 y 2012, cuando incesantes ataques aéreos con drones generaron fuertes tensiones entre Estados Unidos y Paskistán. A pesar de las últimas condenas públicas al programa de drones, existen constantes informes de que secretamente se aceptan estos ataques.
El asesinato de Mansur representa una notable expansión de esta estrategia, ya que sucedió en zonas tribales muy alejadas de las dependencias tribales del norte y del sur de Waziristán donde se han producido casi todos los ataques que se conocen, normalmente centrados contra Al Qaeda y grupos aliados.
Oficiales estadounidenses dijeron que el ataque tuvo lugar cerca de Ahmad Wal, señalando que se trata del primer ataque conocido en el sur de la inmensa provincia de Baluchistán, lugar en el que se cree que está asentado el consejo superior de los radicales Quetta Shura, y una de las pocas formas de llegar a un miembro superior del grupo talibán afgano.
Contaron también que los aviones no tripulados fueron pilotados por fuerzas especiales estadounidenses –lo que sugiere que no fue una operación de la CIA, como suele ser habitual en los ataques dentro de Pakistán.
Traducido por Cristina Armunia Berges