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The Guardian en español

El 90% de los niños que trabajan en las curtidurías de Bangladesh morirá antes de cumplir 50 años

Captura de pantalla del documental Bangladesh: Toxic Tanneries // Human Rights Watch

Sarah Boseley

Niños de tan solo ocho años que trabajan en curtidurías de Bangladesh produciendo cuero para Europa y EEUU están expuestos a cócteles químicos altamente tóxicos que muy probablemente acorten sus vidas. Un nuevo estudio señala que aproximadamente el 90% de los que trabajan en los abarrotados suburbios de Hazaribagh y Kamrangirchar, lugares en los que se vierten peligrosas sustancias químicas en el aire, las calles y el río, muere antes de cumplir 50 años, según la Organización Mundial de la Salud.

Su difícil situación impulsó a voluntarios de Médicos Sin Fronteras a instalar clínicas en la zona para diagnosticar y tratar a aquellos que son víctimas en su lugar de trabajo. Según se publica en BMJ Case Reports, se trata “de la primera vez que han intervenido en una zona por otras razones que no sean desastres naturales o la guerra”.

La intervención de MSF se ha producido por “la negligencia industrial generalizada y la apatía de los propietarios de las plantas de tratamiento de cuero y otras fábricas de materiales peligrosos” hacia más de 600.000 personas, en su mayoría migrantes, que no tienen acceso a los cuidados sanitarios del gobierno.

MSF instaló cuatro clínicas para 5.000 trabajadores en 2015, localizadas en el centro de las comunidades. Estos trabajadores son mano de obra de cuatros tipos diferentes de fábricas: de cuero, de reciclado de plástico, de confección de ropa y de metales.

Las 250 o más curtidurías en Hazaribagh –que llevan en marcha entre 30 y 35 años, y vierten 6.000 metros cúbicos de aguas residuales tóxicas y diez toneladas de basura sólida cada día– son las más conocidas. En el año 2012, Human Rights Watch realizó un informe llamado 'Toxic Tanneries' (curtidurías tóxicas) en el que quedaba patente el desprecio a la legislación de Bangladesh y de la legislación internacional por emplear a niños menores de 18 años para realizar trabajos nocivos y peligrosos.

En las fábricas se bañan las pieles de los animales en calderas llenas de productos químicos como parte del proceso del cuero “negro bengalí”. Este material se exporta a fabricantes europeos de artículos de cuero en Italia, España y otros lugares.

“Aparte de los metales pesados como el cromo, el cadmio, el plomo y el mercurio, las curtidurías descargan un cóctel de otros químicos en el entorno”, asegura el documento. “A los trabajadores de ocho o más años se les empapa la piel con estos productos, respiran vapores la mayor parte del día y comen y viven en este ambiente todo el año. Tampoco se les proporciona equipos de protección individual”.

Los niños trabajadores llevan poco más que taparrabos y botas de goma. Así vestidos, se exponen a químicos como formaldehído, ácido sulfhídrico y ácido sulfúrico, cuenta Venkiteswaran Muralidhar, profesor asociado en la facultad de medicina Sri Balaji en Chennai.

Las otras fábricas –las de reciclado de plásticos, confección de ropa y metales– están en Kamrangirchar, un suburbio que oficialmente no forma parte de la ciudad de Dhaka. “En estos lugares, los riesgos tienen forma de partículas de algodón, metales pesados y productos químicos como mercurio, ftalato, ácidos y dioxinas, además de los peligros ergonómicos que implica el trabajo”.

Según indican los autores del estudio, las enfermedades crónicas de la piel y de pulmón son comunes. Durante los seis meses posteriores a la instalación de las clínicas, 3.200 trabajadores (de los 5.000 que pudieron hacerlo) acudieron al menos a una consulta. Entre ellos, a 468 (14,6%) se les diagnosticaron enfermedades y 30 (un 0,9%) presentaban lesiones, todas relacionadas con su trabajo.

No obstante, apunta Muralidhar, estas cifras no reflejan el daño general que se ha producido sobre la población. Aquellas personas que están heridas de gravedad por productos químicos o accidentes no van a estas clínicas. “Probablemente los llevarán a un hospital en Dhaka”, cuenta a the Guardian. Y las clínicas solo estaban abiertas cuatro días a la semana, durante el día. Además, para que los trabajadores pudiesen acudir a la consulta necesitaban un permiso de los jefes.

El especialista considera que hay que instalar un hospital en ese suburbio para ayudar a la gente. “Trabajan en las condiciones más horribles que puedas llegar a imaginar. Nunca había visto algo tan horripilante”.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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