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El arte que resiste al tiempo: el último botero de Logroño

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La botería, un oficio con siglos de historia a sus espaldas que le ha pasado factura. Los costureros del vino, escasos cuanto menos, han visto como su trabajo se ha ido muriendo poco a poco, y ellos con él. El paso de los años ha sido testigo de cómo las ventas, que antes eran miles, se han vuelto insuficientes como para poder mantener un negocio que ya no lo es, pues ahora se ha convertido en dedicación.

Félix Barbero es uno de esos pocos boteros que sigue manteniendo este oficio vivo, pero por poco tiempo. “En España hay unos ocho boteros”, dice Félix, pero es que en La Rioja, la comunidad con más tradición vinícola, él es de los últimos que queda. Félix dice ser el último botero riojano, aunque en Quel, Juan José Barbero continúa con la fabricación de botas de vino dedicándose también a otras tareas.

“Jubilado en activo”, cuenta que se jubilaría del todo, “si hubiera alguno al que yo le enseñara el material que tengo y se lo vendería, aunque fuese barato, pero claro, no hay nadie que te lo compre”.

La tradición botera se fue traspasando dentro de su familia de generación en generación hasta llegar a él, quinta generación de boteros. Félix quiso seguir por el cariño que le tenía al oficio y la pasión que le había trasmitido su padre. “Empecé con mi padre a los 14 años y voy a hacer 68”. Un total de 54 años desempeñando la misma labor y casi su vida entera. “Cuando empecé con él éramos 15 boteros en La Rioja, pero llevamos unos años que soy el único”.

“Mi padre tenía la botería en Quel, pero un botero de aquí de Logroño le llamó y le dijo que tenía cáncer e iba a durar muy poco, que si quería la tienda porque si no iba a desaparecer. Le convenció y se la quedó”. “Cuando entré con mi padre, empecé a estudiar para hacer serigrafía y pintar botas, pero la tienda era pequeña y no se veían las botas”. La tienda que tiene actualmente en la calle Sagasta de Logroño “era una zapatería que el dueño se jubiló y la puso en venta. Me gustó el local y se lo compré en el año 81”, cuenta.

Hace unos años, tanto su hijo como su hija empezaron a trabajar con él pero ya no están. “Mi hijo encontró un trabajo en una fábrica y conmigo trabajaba entre 80 y 100 horas a la semana y ya me dijo ‘ves papá aquí trabajo la mitad, tengo vacaciones y pagas extraordinarias’”. Así, ha visto cómo la última generación botera de su familia desaparecerá con él.

Al igual que las grandes industrias, los artesanos también han tenido que saber adaptarse a las nuevas necesidades y reinventarse con los nuevos tiempos, y Félix no iba a ser menos. “Cuando salió el látex, empezamos a hacer botas de látex, la gente empezó a probarlas y se empezó a vender muchísimo. Es una súper maravilla”. “Si habría seguido haciendo solamente botas de pez, hace más de doce años que tendría que haber cerrado el negocio”.

La pez es un material derivado de la resina de algunos árboles, que se utilizaba para la impermeabilización de las botas de vino, pero “las botas de pez se estropeaban y casi todas daba mal sabor al vino, porque con el calor se derretía. Además, que había que utilizarla a diario y sólo se podía meter vino”, confiesa Félix.

La llegada de la pandemia y la suspensión de las fiestas locales, al igual que para otros muchos negocios, fue un punto y aparte. “En todo el año 2020 y 21 vendí menos que en el 2019 viernes y sábado de San Mateo”. “He llegado a hacer hasta 85 ferias de artesanía al año, y claro, en el 2020 y 2021 se suspendió todo y no hice ni una. Y luego yo vendía varios miles de botas al cabo del año durante más de 30 años en fiestas de diferentes ciudades, pero al suspenderse, nada”.

A pesar de que la pandemia haya finalizado, las ventas del último botero de La Rioja no han vuelto a ser las que eran y ya solo espera poder vender el material que le queda para jubilarse y ponerle fin a cinco generaciones de boteros, y con ellas a la botería logroñesa.

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