Una decisión ética necesaria: La Universidad de La Rioja y el Technion
Una de las ideas que rondaba mi cabeza desde el mismo momento en el que decidí ser historiadora (si es que eso se puede decidir así sin más) era hacer que mi trabajo resultase útil a toda la sociedad. Y con el término sociedad me refiero no solo a las gentes de mi entorno más cercano, sino a la humanidad entera. Creo que esa es una de las finalidades de esta profesión tan poco reconocida: servir de algo al conjunto de los seres humanos que pueblan el mundo. Eso se puede conseguir de muchas maneras: generando nuevos conocimientos e interpretaciones, nuevas perspectivas de estudio que nos permitan conocer la historia de las mujeres y hombres sin nombre, rastreando la historia riojana para que nos ayude a comprender cómo hemos llegado hasta aquí… O, a veces, señalando el origen de aquellos con los que colaboramos.
No es ninguna novedad para ustedes que la Universidad de La Rioja ha renunciado a colaborar en un proyecto de investigación financiado con fondos europeos y liderado por el Instituto Tecnológico de Israel Technion. Ya se ha señalado qué suponía esta colaboración y por qué no resultaba éticamente deseable que una de nuestras instituciones públicas mantuviera relaciones con un centro cuyo nacimiento está íntimamente ligado al sionismo. En otras palabras, a un movimiento ideológico, político y cultural que en realidad encierra un trasfondo profundamente nacionalista, excluyente y colonialista. Me explico: la idea de crear una institución como esta fue debatida durante el Quinto Congreso Sionista, celebrado en Basilea en 1901. Allí, Martin Buber, filósofo; Chaim Weizmann, bioquímico y futuro primer presidente de Israel; y Berthold Feiwel, periodista, defendieron la necesidad de crear un programa de cultura hebrea que incluía el establecimiento de un instituto educativo para ingenieros que apoyara el desarrollo del futuro estado. En este mismo evento se creó el Fondo Nacional Judío (Keren Kayemet LeIsrael), cuyo objetivo era adquirir tierras en la Tierra de Israel que sean de “eterna posesión del pueblo judío”.
Poco después se puso en marcha la maquinaria necesaria para recaudar fondos. En este caso, el filósofo sionista Ahad Ha-Am, seudónimo de Asher Ginzberg (1856-1927), fue prácticamente el actor clave. Considerado el representante de la corriente del sionismo cultural que enfatizaba la importancia de desarrollar la cultura hebrea y las instituciones educativas, consiguió reclutar para el proyecto del Technikum al hijo del comerciante ruso Kalonymous Zeev Wissotzky. Esta acción se tradujo en una aportación de 100.000 rublos, toda una fortuna para la época.
Finalmente, el Technion fue creado en 1912 bajo el Imperio Otomano, convirtiéndose en la universidad más antigua de lo que posteriormente sería Israel. Cabe destacar que el instituto fue concebido específicamente para “apoyar el desarrollo del futuro estado” judío, según se describe en los documentos históricos oficiales de la institución. Durante los años previos a la independencia de Israel, el Technion se convirtió en un centro crucial para las “tecnologías de defensa”, algo que continuó después de la Nakba.
Y continúa manteniendo relaciones estrechas con la política sionista que hoy en día está justificando la masacre indiscriminada, el genocidio y el borrado cultural del pueblo palestino. Por poner un solo ejemplo que vaya más allá de los que se han mencionado en la prensa estos días (las armas “testadas en combate”, las excavadoras que destruyen núcleos palestinos para favorecer la instalación de colonos…), Daniel Hershkowitz, profesor de matemáticas en esta institución, fue presidente del partido sionista Habayit Hayehudi (El Hogar Judío) y actualmente es el director de la Comisión del Servicio Civil del gobierno israelí. Anteriormente, durante el gobierno de Netanyahu entre 2009-2013, sirvió como Ministro de Ciencia y Tecnología.
Cabe señalar que todas las fuentes que he consultado para realizar este texto que hoy les presento proceden de los documentos disponibles sobre los distintos congresos que organizó el movimiento sionista, de los fondos digitalizados del Technion y de la Jewish Virtual Library. Ninguno de los datos aportados procede de fuentes que puedan ser acusadas de propalestinas, aunque la autora sí lo sea.
Puede que los historiadores no tengamos corazón, como decía uno de mis maestros, y estemos más que acostumbrados a hurgar en los entresijos de la Historia en busca de respuestas. Es posible que a veces nos encontremos con cosas que no nos gustan, o que chocan con los prejuicios que, como seres humanos, tenemos asumidos sobre determinados temas. Sin embargo, sí tenemos alma. Y a veces también se nos rompe. Por ejemplo, cuando te llegan noticias a través de conocidos sobre el asesinato de sus familias a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel (las mismas que tienen a Technion como su centro de investigación de referencia). O cuando somos conscientes de que Israel está dejando morir de hambre a miles de personas de forma deliberada. También cuando vemos, una vez más, cómo se intenta borrar a través de la usurpación de sus costumbres y de la fuerza de la historia la existencia e identidad de todo un pueblo. Y, por supuesto, cuando nos enteramos de que hay instituciones como las universidades españolas, centros en principio dedicados al conocimiento, la investigación y el desarrollo de un futuro en el que podamos ser mejores, que siguen colaborando con entidades sionistas a pesar de todo ello.
Este último no es el caso de nuestra universidad pública, que finalmente ha renunciado a participar en este proyecto. Y más allá de lo que se ha expresado respecto a esta decisión, estoy segura como historiadora de que el tiempo dejará claro que ha sido la única posible y acertada. Y por eso la columna de hoy ha tratado sobre este tema, para que todos y todas comprendamos las implicaciones de esta decisión y de la que hubiera sido su contraria. Espero que, tal y como he deseado desde antes de ser oficialmente historiadora, lo que escribo sirva para algo útil.
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