En el fondo del sofá

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Vivimos tiempos en que los finales felices tienden a suicidarse y la verdad es un fantasma que vaga por las calles en busca de alguien que la reconozca. A veces se la ve de madrugada, tambaleándose por la avenida principal, despeinada, en bata y con una bolsa del Día. Nadie la saluda, la esquivan. Alguno le lanza una moneda. Otros, directamente, la bloquean por si contagia.

La verdad, hoy estorba. Como los manuales de instrucciones o los amigos que te dicen lo que no quieres oír. Vivimos en una época en que la mentira no solo es tolerada, sino aplaudida como si fuera un bis en un concierto de una gira de despedida. Ya saben: “labios que saben a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación”. La mentira ha pasado de pecado a estrategia, de desliz a eje de la narrativa. Y lo más inquietante es que funciona. Un político puede decir que la Tierra es plana y que su primo tiene pruebas. Y ahí estamos todos, midiéndole el carisma en lugar de buscar a un astrónomo.

La posverdad no es más que una forma elegante de referirnos a los ‘cara de cemento’. Ya no se trata de debatir ideas, sino de ganar aplausos. Da igual que lo que digas tenga el rigor de un post-it arrugado si consigues que alguien lo comparta en redes con una bandera de fondo. La verdad no tiene lobby que la promocione, no paga en metálico, ni viste bien en TikTok. Es torpe, lenta y muchas veces incómoda. Como ese amigo que llega a la fiesta sin disfraz y te recuerda que el mundo está ardiendo.

Sin la verdad solo nos queda la ficción mal escrita. Un mundo donde todo el mundo tiene razón, incluso los que se contradicen en la misma frase. Donde la opinión pesa más que los hechos -no crean a pies juntillas todo lo que escribo-, y el titular vale más que el contenido. Es como si viviéramos en un tráiler infinito, sin película detrás.

Aun así, quizá la verdad no esté muerta, sólo cansada. A veces podemos reconocerla en alguien que habla bajito, despacio, sin eslóganes, con argumentos. Es verdad, cuesta encontrarla, pero aún late. Aunque sea en el fondo del sofá, junto al mando de la tele, entre dos calcetines sin pareja. Como todo lo que de verdad importa.

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