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De la realidad a la ficción o de la ficción a la realidad. La inquietante mirada de Isaac Rosa merodea por los recovecos de la actualidad para contarla, semana a semana, de otra manera

Cata a ciegas

Déjame ya de juegos

Isaac Rosa

- No fastidies, ahora la culpa de las violaciones va a ser del porno. Como lo de los videojuegos y los asesinatos, ¿no?

- Se llama “cultura de la violación”, a ver si te enteras. No solo la pornografía, también la prostitución, enseñan a los hombres que las mujeres están disponibles sexualmente para los hombres, que una mujer solo es una colección de agujeros para penetrar.

Acabábamos de salir del teatro, y las tres parejas nos tomábamos una cerveza y comentábamos la obra. Jauría, así se titulaba, teatro documental sobre el caso de “La manada”, a partir de las transcripciones del juicio, las declaraciones e interrogatorios de los condenados y de la víctima. La discusión en el bar se fue calentando:

- A muchos hombres les pone la fantasía de someter a una mujer. Cada vez hay más porno que simula violaciones, erotizando el sexo forzado.

- ¿Es solo una fantasía de hombres, o también hay mujeres que se excitan pensando en un desconocido que las somete?

Mi pareja, M., participaba en la conversación, yo me limitaba a escuchar, o más bien a simular que escuchaba. No podía quitarme de la cabeza lo visto y sobre todo lo oído en el teatro: aquella muchacha a cuatro patas, los ojos cerrados, una mano la sujetaba por el pelo para dirigir el movimiento de su cabeza en la felación, otro la penetraba desde detrás, un tercero le lamía la vulva.

- Los de la manada creían que no habían hecho malo –levantó la voz J., con ganas de polemizar-. Meter a una desconocida en un portal, follársela entre cinco por todos los agujeros posibles, dejarla allí tirada y largarse. ¡Hasta lo grabaron en vídeo, de lo convencidos que estaban de que era lo mismo que veían en las películas!

- No estoy de acuerdo –respondió F.-. Alguien puede tener fantasías sexuales de violar o hasta de ser violado, sin por ello querer que ocurra de verdad. Es solo fantasía. El porno es ficción, joder, parece mentira que haya que recordarlo.

- ¿Estás bien? –me preguntó M., acariciándome la nuca. Yo asentí, sonreí, bebí un sorbo, fingí atender la conversación, pero en realidad me estaba preguntando cómo la habían podido penetrar dos hombres a la vez por ano y vagina. Tal vez uno tumbado en el suelo, la muchacha encima, otro cerrando el bocadillo sobre ella.

- ¡Seguro que entre el público había tíos excitados! –gritó J., se oyó en todo el bar.

- ¡Venga ya! ¿Vas a criminalizar a todos los hombres? ¿Todos violadores?

- Son solo fantasías, ¿no decías eso? Apuesto a que algunos espectadores se empalmaron al oír en boca de la actriz los detalles de la violación.

- De acuerdo, pero solo si admites que podría haber también alguna mujer excitada.

- ¡Vete a la mierda!

- Vámonos ya, por favor –le susurré a M., y levanté la voz para mentir al resto de la mesa: “Perdonad, tengo un horrible dolor de cabeza, llevo una semana con mucho trabajo…”

Caminamos hasta el metro, el aire fresco me alivió.

- Qué buena la obra, ¿verdad? –me preguntó M.

- Sí, muy impresionante. No me la quito de la cabeza.

En el vagón nos sentamos frente a dos adolescentes. Una apoyaba la cabeza en los muslos de la otra, que le acariciaba el pelo. Parecían muy borrachas, lo confirmé cuando se levantaron y salieron al andén enlazadas por la cintura, tambaleantes, un tirante de la camiseta descolgado, desnudos el hombro y el omóplato. En el andén había un grupo de jóvenes sentados en el suelo, siete u ocho. Dos de ellos se incorporaron al verlas, se acercaron hacia ellas, sonrientes, el tren reanudó la marcha y solo vi cómo uno daba dos besos a una de las chicas.

- Los chavales ven porno cada vez más jóvenes, ya desde niños –había insistido J. en el bar tras el teatro-. Comparten vídeos, esa es su educación sexual. Crecen convencidos de que las mujeres desean que las follen con agresividad, y que si se resisten es parte del juego erótico. Estamos criando futuras manadas.

- Eso suena muy moralista: el porno es malo, el porno es de enfermos –había respondido F.-. ¡El porno no está hecho para educar, por favor!

Al entrar en nuestro portal, mientras esperábamos el ascensor, me quedé mirando el hueco bajo la escalera, en penumbra.

- ¿Piensas lo mismo que yo? –me preguntó M.

- Claro –contesté, los ojos clavados en el estrecho hueco donde de pronto se materializaron cinco hombres y una mujer. Uno la sujetaba por el brazo, otro la agarró del pelo para agacharla, un tercero le soltó el sujetador y otro le tironeó los leggins mientras el quinto se abría la bragueta ya junto a su boca, todo muy despacio, ralentizados sus movimientos. Reconocí a la víctima: era una de las muchachas del metro, la más ebria de las dos.

- ¿Qué tal tu cabeza? –me preguntó M. al entrar en casa.

Me retrasé en el baño, dejé correr el grifo para que se oyese desde el dormitorio. Me desnudé y el espejo me devolvió una mirada extraña, que sostuve durante un par de minutos, temblando.

En el dormitorio vi que M. ya dormía, la boca entreabierta, el brazo colgando hacia el suelo. Apagué la lámpara, me puse la bata y fui al salón, todavía con el eco de la conversación en el bar, tras el teatro:

- Si has visto tanto porno como dices, coincidirás conmigo en que hay un argumento que se repite una y otra vez: un hombre, solo o acompañado de otros, se acerca a una mujer sola. Ella acepta el coqueteo, pero marca distancia, esquiva el primer beso, se resiste cuando él intenta tomarla de la cintura, forcejea brevemente ya con el hombre encima, y finalmente es penetrada, siempre por los tres orificios, uno tras otro, ya sin resistencia y con evidentes muestras de placer. ¿Qué mensaje lanzan esos vídeos? Que cuando una mujer dice no, en realidad es un sí juguetón.

- Hay muchos tipos de porno, incluso porno feminista…

- Ya, pero el problema es cuál ven los niños. Sí, niños, ya en el patio del colegio con sus móviles. Entra en cualquier web y mira los términos más buscados: adolescentes, sexo extremo, grupos, anal, abusos, incluso violación directamente. Los vídeos más vistos suelen contener humillación, sometimiento, cuando no violencia explícita…

Me senté en el sofá, puse el ordenador sobre mis muslos. Abrí un portal de porno para confirmar lo oído en la cena. Entre las tendencias, además de las comentadas, encontré “hermanas”, “madres”, “gangbang”, “lésbico”, “maduras”. Paseé el cursor por algunos vídeos, pero acabé por cerrar la página y borrar el historial.

En el buscador escribí “juicio a la manada”. Navegué unos segundos hasta encontrar la transcripción de los interrogatorios, todo lo ya escuchado en el teatro. Pasaba deprisa las páginas, me detenía en algunos fragmentos, los recordaba con exactitud de solo unas horas antes. Las palabras de ellos: “Primero yo le hice sexo oral, luego me lo hizo ella a mí, y luego la penetré”. “Ella le hizo el beso negro a Alfonso, luego a mí y yo le masajeé el clítoris”. “No recuerdo si todos penetramos pero sí nos hizo felaciones a todos”. “Según fuimos eyaculando nos íbamos marchando”. Y las palabras de ella: “Me agarraron de la mandíbula para hacer felaciones, me tiraban de la coleta para que moviera la cabeza adelante y atrás”. “Yo estaba en estado de shock, me sometí, cualquier cosa que me dijeran yo la iba a hacer”.

Escuché un roce de zapatillas en el pasillo, cerré de golpe el portátil, agarré una revista.

- ¿Qué haces que no te acuestas? –me preguntó M., los ojos achicados por la luz.

- Ahora voy, no tenía sueño.

Siguió hasta la cocina, pasó de vuelta con un vaso de agua y un “buenas noches”.

Esperé un par de minutos para recuperar el ordenador. Busqué alguna foto de la víctima, necesitaba ver su verdadero rostro, no podía acostarme sin verla. Pero solo encontré imágenes de diferentes mujeres que sujetaban un cartel rotulado con “Yo soy la víctima de la manada”. También había fotos de la actriz que la interpretaba en el teatro. No me costó imaginar las mismas escenas poniéndola a ella de víctima. Los ojos cerrados, una mano férrea en la mandíbula, otra tirándole de la coleta.

Tumbada, un hombre debajo, otro encima, un tercero sobre su boca.

- El problema lo tienes tú –había dicho alguien en el bar, ya no recordaba quién-. El problema lo tienes tú, que no ves más que violadores en potencia donde solo hay gente corriente que para excitarse fantasea con cosas que nunca hará. Sí, hasta con violaciones grupales, y qué. Vuelvo a los videojuegos, es como el que juega a ser francotirador y revienta cientos de cabezas. El porno es eso, un juego, excitarte con algo que sabes que es ficción. Y cuanto más alejado de tu realidad, más excitante.

- Eso mismo pensaron los de la manada, que era un juego, y que ella también estaba jugando.

- ¿Sabéis cuál era el término más buscado en internet en los días posteriores a la violación? “Vídeo de la manada”. Muchos querían verlo, y no por interés informativo. Mucho morbo, sí, pero también habría quien lo buscaba como un contenido más, porno con el que excitarse, porno real.

A solas en el salón tecleé en el buscador, localicé fotogramas del vídeo. No me costó encontrar la grabación completa. Dejé el portátil en la mesa, salí al pasillo, me asomé al dormitorio para escuchar la respiración de M. De vuelta al sofá bajé el volumen del reproductor, dudé unos segundos antes de pulsar play. Apenas un minuto y medio, imagen de mala calidad. Al terminar, volví a reproducirlo. Una vez, dos, tres veces, no sé cuántas veces lo vi.

Borré el historial, cerré el ordenador y quedé unos minutos en el sofá, la respiración alterada, la misma agitación que había sentido en el teatro. Si cerraba los ojos volvía a ver la escena, repetida plano a plano, pero ahora también aparecía, entre el desorden de cuerpos, el rostro de M.

En el espejo del baño, mi reflejo me observó durante un par de minutos. La mirada fija, la expresión desencajada, hasta que cerré los ojos y fui tranquilizándome.

Me deslicé entre las sábanas, me apreté contra M., su cuerpo caliente contra el que encajé mis huesos. Acaricié su pecho mientras recordaba el final de la conversación en el bar, justo antes de marcharnos, F. y J. que insistían:

- El problema lo tienes tú, es tu mirada la que solo ve lo que tus prejuicios le indican que vea.

- Ah, claro, soy yo. Veo violencia donde solo hay juego inocente.

- ¿Y si fuese al revés, mujeres forzando a un hombre? También hay porno así.

- Seguro. Pero es también para excitar a los hombres, no a las mujeres.

- Hombres, mujeres… Mira, te voy a pasar un texto que leí un día, es como un juego.

- Déjame ya de juegos.

- Que sí, un experimento. Es como una cata a ciegas.

- ¿Una cata a ciegas?

- Es una historia en la que no se dice si quien la protagoniza es un hombre o una mujer. No hay nada que lo indique, se usan iniciales en vez de nombres, ningún adjetivo ni artículo aparecen en masculino o femenino. Cada cual, al leerlo, da por hecho que se trata de un hombre, o que es una mujer, a partir de sus prejuicios. Y no valoras igual la historia si piensas que es él o que es ella. Quizás crees que el relato va de un hombre excitado, cuando en realidad se trata de una mujer horrorizada. O tal vez el protagonista es un hombre que sufre una profunda repugnancia, o por qué no, la protagonista es una mujer que siente una repentina excitación. Cuando lo terminas, vuelves a leerlo, pensando ahora que en vez de un hombre es una mujer, o al revés, y de pronto la historia suena diferente. ¿Es el relato o eres tú? Haz la prueba.

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