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19 días y 555 noches después Madrid volvió a abrir hasta el amanecer

Entrada de la discoteca 'Teatro Kapital' en el primer día en el que estos establecimientos pueden abrir hasta las 6 de la mañana.

David López Canales

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“¿Ah, que hoy ya cierran a las seis? ¡Qué bien!”. Laura da un saltito de alegría mientras lo dice, se sube la mascarilla y corre para dentro de Kapital, de donde ha salido para fumar. Son más de las dos, así que desde ya Madrid vuelve a cerrar a las seis de la mañana, es la primera noche en la que se aplica la nueva normativa con horario normal y aforo ampliado al 75%, aunque Kapital aún lo hará a las tres y hasta el fin de semana siguiente no alargará la noche hasta el final. Antes de que que se vaya el fotógrafo le pide que pose junto a la pareja de franceses con los que charla y fuma, para ilustrar el reportaje.

-Uy, una foto no, que me van a ver mis padres.

-¿Y dónde se supone que estás?

-En Murcia.

A su lado Anthonin e Imane, que acaban de conocerla y se intercambian ya los teléfonos, sonríen y se desequilibran. Son de Burdeos pero él se fue el sábado a buscar a su amiga a Barcelona, donde vive y teletrabaja, y ya continuaron viaje en coche al sur hasta Madrid. “En Barcelona todo cierra a medianoche y yo tenía ganas de fiesta”, reconoce Imane, que confiesa encontrarse ya borracha. Para Anthonin, el choque no es tan fuerte: en Burdeos, dice, ya llevan semanas los locales cerrando a las seis. Antes de escabullirse también dentro saludando como en un concurso de televisión anuncian que seguirán hasta el final, que están de vacaciones y mañana, un mañana que ya es hoy, no les espera nadie. 

Madrid vuelve de nuevo a abrir (casi) hasta el amanecer. Han pasado 19 días de septiembre y 555 noches de pandemia. Pero aunque el dato suene tan sabinero poco va a tener esta crónica de sabinera. Lo que más se escuchaba durante esta madrugada por las calles de Madrid eran las mangueras de los limpiadores de las calles, para los que ya era lunes y curro, y la frase mágica, “¿una cerveza, amigo?”, de los vendedores de latas callejeros. Están por todas partes y esta madrugada estaban también todos solos, predicando en el desierto del asfalto mojado. 

No sólo Kapital aún mantenía su horario normal. En el barrio de Huertas, zona de guiris por la noche, los guiris no madrugan -luego para los guiris el domingo es como un sábado-, era casi un páramo. El Teatro Barceló (Pachá, según qué generación lea esto) está cerrado aún; Joy Eslava (de los mismos dueños), reformándose; Sirocco o El Barco, en Malasaña, también cerrados; Café Berlín, cerrado. El piano del Toni 2 mudo aún hasta el jueves. Y así con muchos de los locales más famosos de la noche en el centro de Madrid. Otros hace tiempo que no trabajan siquiera la noche de los domingos.

Madrid es más fiesta eterna ya en el imaginario y en las guías turísticas que en las calles. Al menos los domingos. Y los locales que abren lo hacen todavía dudando hasta qué hora o decidiéndolo en el último momento. En la mayoría de los que finalmente lo hacen, eso sí, coinciden, nada de fotos. “No nos interesa”, “prefiero que no, espero que lo comprendas...” o “no están permitidas” son tres frases que se repiten. En Opium no quieren fotos. En Fortuny no quieren fotos. En Oh my club tampoco. Ni en La Boite, que ha abierto pero no al público, o no al público-público, sino al público-privado, porque retoma su sesión Cassette, la más longeva de Madrid de música electrónica, 15 años de domingos así, con una lista cerrada de amigos e invitados. Ni en Republik, donde cuentan que están llenos desde las doce de la noche y salen los clientes a la calle sin camiseta como si fueran a la piscina.

En Madrid la libertad aún es condicional y de madrugada, un domingo, un local es como un colegio y a ver quién mantiene a todos sentados en los pupitres. Lo que pase dentro, como siempre que suceden cosas que no se pueden ver, oír ni contar, se queda dentro. Igual que es mejor no preguntar por aquello que realmente no quieres saber. Los dueños de los locales se quejan, y ahí también coinciden, de que esta medida, ampliar el horario está bien, pero que les sirve de poco porque lo que necesitan tras un año y medio parados o a medio gas es, sobre todo, recuperar, por fin, las barras y las pistas. Para eso aún tendrán que esperar.

En Wurlitzer, casi una excepción en el centro, abren y se puede hacer fotos. Sólo falta la gente. Allí han abierto, como cuentan, “en cuanto han podido”, pero los domingos son así, no es nuevo: el único día de la semana que no saben lo que se van a encontrar, que puede estar vacío o a reventar. Aunque siempre con más gente que hoy, como reconocen sus camareros. Tampoco es difícil. Salvo los periodistas sólo hay tres tipos al fondo de la barra. Sin ninguna prisa, eso sí, que da gusto verlos charlar y abrazarse, ya están empezando a celebrar la amistad. Pero todo sentaditos.

Un domingo, de madrugada, hay quien madruga y resopla, como Patricia, y quienes madrugan menos, como sus amigos Bárbara y David, y aún no resoplan. Ya lo harán. A los tres se les ha alargado al aperitivo y ahora van a entrar al Icon Club, junto a la plaza de Tirso de Molina. Un clásico. Lo del aperitivo. Ese momento en el que no se va uno a comer a casa y cuando vuelve a abrir los ojos son las cuatro de la mañana, en pocas horas trabajas pero se ha cruzado ya la línea de no retorno.

“Nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo”, lleva Sabina cantando más de 30 años. Pero él no tenía que madrugar ni fichar, claro. Patricia dice que es mejor el horario de las seis porque así ella, como anuncia que va a hacer, entrará, dirá que sale a fumar y se escapará a casa. Patricia acaba de cargarse la sorpresa, pero sus amigos no se han enterado porque discuten qué horario era mejor. Bárbara prefiere el de las tres porque termina la noche antes y David la mira sorprendido y le dice que eso no se lo cree ni ella porque cuando cierran a las tres acaban igualmente a las siete en un parque o en una casa.

Patricia sigue mientras resoplando y planeando su fuga cuando llega otro amigo por detrás de ellos, el que ha conseguido que les metan sin pagar, y es él quien pregunta a los periodistas qué están haciendo y qué quieren saber. “Uy, ¿y cómo hacéis esto hoy. Está todo muerto...”, se lamenta. “Este artículo tenéis que hacerlo el viernes o el sábado. Ya veréis: ¡Madrid va a ser la guerra!”, anuncia.

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