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EL AÑO EN QUE NOS AYUDAMOS

Encuentro con el Islam en una despensa de Carabanchel Alto

Souhaila Bakkali, en una plaza de La Peseta, el barrio donde vive con su familia.

Peio H. Riaño

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El hambre desmiente la libertad si no actúa para ponerle remedio. Esto lo escribió la filósofa Marina Garcés y hace un año, en el local de 'La casa del barrio de Carabanchel', se confirmó la reflexión. La cultura se confinó y cedió espacio a la alimentación. Las exposiciones de fotografía, teatro, los conciertos o talleres de nuevas masculinidades pararon. Había que dar de comer al barrio. Los vecinos asumieron un papel que no les correspondía y lo hicieron de inmediato: en marzo, medio centenar de personas estaban organizados y desbordados por la carestía.

La respuesta de sus vecinos todavía emociona a Amparo Golderos. Ella atendía el teléfono de la asociación. El contacto lo desvió a su casa y no ha parado de sonar en año y medio. Ha sido el primer eslabón de una larga cadena de un barrio “que se alimenta de solidaridad”. 

Han ayudado a más de 400 familias. Por eso lo recuerda como una experiencia dura. “Y satisfactoria. Hemos respondido, lo hemos hecho entre todos, sin esperar atención de la Junta de Distrito, que nunca nos atendió”, explica Golderos, en una mezcla de orgullo y lamento. Pedro Casas es el presidente de la asociación. Desde 1976 lucha por mejorar el barrio, pero no lo había hecho por darle de comer. “Nunca antes hicimos algo parecido. De repente la lucha era por lo más básico”, dice. 

Esa no es la función de una asociación de vecinos. Las cifras de lo que han repartido en el local en este tiempo demuestran el esfuerzo asumido: más de 26.500 litros de leche, 9.317 paquetes de galletas, 11.285 botes de tomate frito, 1.475 kilos de azúcar, 3.341 litros de aceite de oliva y 2.507 de girasol, 8.443 latas de atún, 9.756 latas de sardinas, 3.015 kilos de arroz, 2.307 kilos de lentejas… “Con un año basta. No podemos acostumbrar a las autoridades a que hagamos su trabajo. Es su responsabilidad”, aclara. 

Hambre y libertad

“¡Sí somos solidarios!”. Esta es la conclusión de Amparo, que pide que no se olvide cómo se han movilizado los vecinos para tejer una red social y no dejar caer a nadie. “Muchas personas hicieron un trabajo muy difícil”, subraya. No menciona a Souhaila Bakkali, pero sin duda es una de ellas. Se unió al proyecto en junio de 2020, tenía 17 años recién cumplidos y quería ayudar. Es la mayor de seis hermanos, está muy vinculada al barrio y entró en la despensa. Al principio hacía cajas de alimentos. Grande, mediana y pequeña. Prefería estar al otro lado de la entrega para no impresionarse. Lo dice así. Pero a la segunda semana ya salió a encontrarse con las personas que acudían al centro. Odia el término “colas del hambre”. Allí se quedó un año y allí sucedió lo que no esperaba.  

Diferentes edades, diferentes religiones, diferentes ideologías. Los voluntarios en la despensa eran distintos. Muy distintos. “Sólo queríamos ayudar. En eso, todos iguales”. Y el compañerismo y la colaboración y las buenas palabras. “Ni rastro de mala vibra. El ser humano ayuda por naturaleza. Somos buenos”, dice nuestra protagonista, con sobredosis de optimismo.

Después de lo que ha visto y vivido cree que en casos extremos lo que aflora es la bondad, no la maldad. “Esta acción ha reforzado mi creencia religiosa. En los primeros días pensaba que de esta manera me pondría a prueba y descubriría si sirvo para el Islam”, reconoce Souhaila, que observaba a sus padres entregados a la fe y la ayuda al prójimo. Todo pasa por algo, dice, y en este caso pasó para probar si ella valía para el Islam y el Islam para ella. “Encontré la iluminación religiosa en la asociación. Gracias al Islam soy mejor persona”, dice radiante.

Souhaila Bakkali nació en Tánger (Marruecos) y llegó a España con tres años. Vive con sus padres y hermanos en un piso próximo a la parada de Metro de La Peseta, en las últimas calles de Carabanchel Alto, más cerca de Leganés que del centro de Madrid. No es su primer barrio. Aprendió a hablar castellano en El Pilar. “Cuando tenía 15 años nos vinimos a Carabanchel. Sí, un cambio radical. Los amigos en El Pilar son muy pijos. Aquí no, todos se conocen y se ayudan. En el otro todos agachaban la cabeza y no te miraban. Carabanchel es una familia. Aunque aquí no son tan racistas, te diré que racismo hay en todas partes”, así resume su vida madrileña. 

Maravilloso y jodido

Frente al local donde se repartió la comida está el cuartel General Arteaga. Ahí se aloja la Unidad de Apoyo Logístico Sanitario del Ejército de Tierra, preparada para “prestar apoyos en abastecimiento y mantenimiento”. Al otro lado de la acera, destaca el grafiti que reivindica la fuerza de la comunidad con unas torres de pisos que lanzan rayos.

La entrada a 'La casa del barrio de Carabanchel' es inconfundible. Souhaila recibía a las personas lista en mano. Trataban de evitar la picaresca y terminó conociendo a la mayoría. Le contaban y hablaban, como para aligerar el peso de las miserias. “Empatizas y se alivian”. Cree que regresaban a sus casas algo más tranquilos. Ella, no. “Me preocupaba por su estado, les preguntaba. Hay personas que se derrumban, otras se avergüenzan”, recuerda. La despensa es algo más que avituallamiento. Es un lugar de reparación. 

Los primeros meses se llevaba los volquetes de problemas ajenos a casa. “Mis padres alucinaban. Me chocaba todo. ¿Por qué el mundo es tan injusto? Salía muy perjudicada. Hasta que empecé a separarlo de mi vida pasó mucho tiempo. Es maravilloso estar ahí, pero también es muy jodido”. A los 16 lo que quería era sentarse en el banco del parque de La Peseta con sus amigas, charlar y comer pipas. Llegaban las nueve de la noche y sus compañeros de la despensa le decían que se marchara y disfrutara con ellas de lo que quedaba de jornada.

“Pero había que barrer y recoger todo. Ahora no me apetece ir al banco. Sólo quiero invertir mi tiempo en ayudar a los demás. Mis amigas se ríen de mí pero a mí esto me ha cambiado. No veo la vida igual. Antes era una clasista y ahora veo personas necesitadas que quieren trabajar pero no tienen trabajo. He aprendido que si nos ayudamos, salimos. Todos juntos somos mucho más fuertes”, cuenta sin dudarlo dando por hecho que la respuesta al hambre es la comunidad.

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