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Miles de trabajadores se desplazan como en un “día normal” en las zonas cerradas entre la indignación y las dudas

Atasco en la Avenida de la Albufera, que conecta Vallecas con Retiro.

Sofía Pérez Mendoza / Víctor Honorato

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“Un día normal”. El inicio de la primera jornada de restricciones a la movilidad en seis distritos de Madrid y siete municipios de la región -donde viven cerca de un millón de personas- no tiene un aspecto muy diferente a otro lunes cualquiera de este mes de septiembre. Salvo por la indignación, las dudas y los miedos que atraviesan a los vecinos. Coinciden los agentes de Policía Municipal diseminados por las fronteras que marcan las zonas confinadas y tratan de dar respuesta a la confusión, los trabajadores de Metro de Madrid y los asalariados de todo pelaje, que entran y salen con fluidez de las 37 áreas básicas de salud cerradas. La mayoría sin justificante. Algunos no lo han pedido. Otros no lo pueden tener porque no tienen contrato y trabajan en negro. En Puente de Vallecas, la hora punta dejaba una larga fila de coches tratando de abandonar el distrito.

Hasta el miércoles, cualquiera que incumpla la nueva norma -que solo permite abandonar el perímetro de los barrios confinados para trabajar, ir al colegio, a cuidar mayores o a labores imprescindibles como acudir al banco- no será multado. En la capital no hay señales físicas que marquen los límites de las zonas afectadas. Solo unos controles policiales dirigidos a los conductores. Otros municipios, como Parla o Getafe, los ayuntamientos sí han colocado vallas que delimitan el perímetro afectado.

“Cómo va a ser efectivo si hay riadas de trabajadores moviéndose a otros distritos”, se pregunta Pilar, de 60 años, que acaba de dejar a su nieta en la guardería. “Me parece una chapuza”, añade. Lo mismo cuestiona Loli, una limpiadora de 50 años que toma su segundo autobús del día al filo de las 10 de la mañana. Ya ha limpiado una oficina en Puente de Vallecas y se dirige a Entrevías, donde repetirá la operación. Su casa, cuenta, está en Moratalaz, una zona libre de restricciones. “En el bus, íbamos bien pero una compañera me ha contado que el tren iba llenísimo”.

Jesús frisa la cuarentena y trabaja limpiando portales. Su día a día es una gyhmkana por varios distritos de Madrid. “No llevo justificante y no sé si mi empleador querrá hacérmelo porque no tengo papeles. No me gusta estar así, todo el tiempo alerta”, admite este peruano que vino a Madrid hace siete meses. Hoy nadie se lo ha pedido. Gabriel, treinteañero, se dirige a Chamartín, al restaurante donde forma parte de la plantilla de camareros. “Lo veo un poco tontería tomar solo medidas aquí. Nos estamos moviendo”, opina.

En Puente de Vallecas, la M-30 divide la ciudad más que nunca en dos mitades. De un lado está Peña Prieta, con 1.800 contagios por cada 100.000 habitantes. Del otro, el distrito de Retiro (Adelfas, concretamente), con una incidencia de poco más de 600 casos, un tercio que su área de salud vecina.

La “dificultad técnica” en la aplicación de las restricciones a la que aludía el domingo el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, es muy visible aquí. Los dos núcleos están separados por la M-30 y el trasiego entre uno y otro no cesa a primera hora. No hay ninguna señal que informe de los límites, salvo unos carteles colocados bajo el puente por los vecinos más críticos con las medidas restrictivas. “Usted está abandonando el sector sur”, dice el papel, que emula un CheckPoint Charlie del Berlín partido en dos antes de la caída del muro.

Al colegio cruzando la frontera

“No sé cómo van a controlar esto, la verdad”, dice Erika. De la mano lleva a su hija, estudiante en un colegio de Pacífico. Para acompañarla debe sobrepasar la delgada línea, en este caso imaginaria, que separa Puente de Vallecas de Retiro. Ricardo, de 60 años, cruza el mismo tramo con gesto enfadado. Regenta desde hace 30 un bar en la Avenida de la Albufera, aunque vive en Adelfas. “Ya me he mentalizado de que van a ser dos semanas perdidas. ¿Por qué tengo que cerrar a las 22 y los de aquí, a unos metros, no?”, lamenta. Critica con dureza las medidas: “Son sectarias. Nos dividen. Vallecas siempre es noticia por cosas malas”, remata. Los establecimientos hosteleros de las 37 áreas cerradas están obligados a echar la persiana a las 22 horas y no se permite el servicio de barra.

El consejero de Transportes, Ángel Garrido, asegura que la jornada transcurre con “normalidad” y el alcalde de la ciudad, José Luis-Martínez-Almeida, ha informado de que “no hay incidencias”. El suburbano cuenta con refuerzos desde este lunes tras semanas de quejas de los usuarios por las aglomeraciones. En dirección Vallecas, la línea 1 fluía sin concentraciones en la hora punta. El otro sentido, para ir al centro, reunía muchos más viajeros. Los trenes de Cercanías, competencia del Ministerio de Transportes, que comunican la periferia con la capital, también registraban altos índices de pasajeros a primera hora.

La Policía Municipal ha repartido por la ciudad 200 agentes para “informar”, de momento, sobre las nuevas restricciones. En esta zona se han centrado en hacer labor de sensibilización de los conductores, pero no con los peatones. Los policías paran aleatoriamente a los viajeros de los vehículos. “El tráfico no ha bajado. Es como cualquier día. Ni más ni menos”, resume una agente local.

Efectivos de Protección Civil, coordinados por el Ayuntamiento de Madrid también llegan a la misma zona sobre las 11 de la mañana. Su misión, cuenta Montse, jefa del operativo, es “garantizar” que la gente lleva la mascarilla. “Lo llevamos ya haciendo dos semanas en coordinación con Madrid Salud”, explica.

Los bares sí lo perciben: “Hay la mitad de gente”

En esta primera jornada resulta habitual ver a vecinos y vecinas acercándose a los agentes para consultarles dudas. Una señora, con mascarilla y una pantalla protectora encima, pregunta al policía cómo puede ir a su sesión de quimio al hospital Gregorio Marañón si no tiene justificante. Está citada el miércoles, el primer día de multas efectivas. “Si tramitan una denuncia, luego puedes anularla cuando tengas el papel”, le recomienda. La respuesta no le convence y enfila a su centro de Servicios Sociales para intentar conseguir un salvoconducto.

Los vecinos manifiestan dudas y, en general, muestran poco convencimiento de que las medidas vayan a reducir los contagios. “Yo lo veo bien, aunque creo las haría aún más duras”, contrapone Ángel, propietario de un bar cerca de la parada de Metro de Puente de Vallecas. “Ya lo he notado, hay la mitad de gente”, señala en plena hora de desayunos. Este distrito tiene 240.000 habitantes, más que ciudades como Granada o Elche.

Para María Ángeles, de 78 años, las medidas sí son disuasorias. Saldrá menos. “Me bajo a tomar el café, voy a misa y para casa. Esta tarde ya no salgo y encargaré la compra a mi hermana”, cuenta. Pilar se define como “muy casera” y cree, sin embargo, que las restricciones no van a cambiar su forma de vida. Pero se queja de que “estigmatizan la pobreza”. “Hemos vivido siempre cuatro en un piso de 40 metros cuadrados. Ahora veo a mis vecinos, que viven tres familias en ese mismo espacio y me siento tan mal por quejarme. Cómo no van a haber contagios así. La gente lo está pasando muy mal”, relata.

Vecinos piden más información

Fuera de la capital, la normalidad también ha marcado la jornada. Getafe, colindante con Madrid, tiene dos zonas sanitarias restringidas desde este lunes, Sánchez Morate y Las Margaritas. En esta última hay una estación de Cercanías. Pasadas las 8.00, una pareja de Protección Civil señalaba a la entrada que solo tenían instrucciones de avisar a quien no llegase mascarilla de que debía ponérsela, igual que hasta ahora. Un cuarto de hora más tarde, se fueron para continuar su ronda.

Manuel, vecino del barrio, se sorprendía al llegar a la estación. “Yo pensaba que iban a informar algo”, comentaba, un poco confundido ante el alcance de las nuevas restricciones. “Mi jefe ni me daba justificante antes ni me lo da ahora”, añadía. Varios trabajadores consultados sí lo han pedido, alguno no había preguntado en la empresa. “Yo no he visto a nadie controlando”, apunta Namrata, que si llevaba el papel del trabajo firmado.

A cinco minutos está la residencia de estudiantes Fernández de los Ríos, vinculada a la Universidad Carlos III. Allí, la rutina no ha cambiado con las nuevas imposiciones, porque las medidas de protección ya eran severas. En la secretaría del edificio los bolígrafos se desinfectan después de cada uso, indica una administrativa, a quien que no le constan cambios tras el anuncio de las restricciones la semana pasada.

En el centro urbano, la calle Ramón y Cajal marca el límite entre la zona restringida y la libre. Roberto, taxista con 12 años de experiencia, es explícito: “Esto es un cachondeo”. Pone como ejemplo el de un señor que acababa de pasar con el carro de la compra de un área a la otra. “Va al Mercadona todos los días”. Los taxistas, que esperaban a primera hora junto a la estación de Getafe Centro, vieron deportistas pasar, pero pocas patrullas de policía. Un cartel en una valla en la calle y otro en una columna en la estación son la única diferencia con la semana pasada, en su opinión.

“Si la gente se mueve libremente, esto no sirve de nada”, concluía Roberto, que esperaba en la parada de taxis, no muy lejos de una pareja de captadores de una ONG que abordaba a los viandantes en hora punta, al igual que cualquier otro día. En la misma calle, un bar de desayunos seguía también como la jornada habitual. La única salvedad es que no se sirve en barra.

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