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Nervios, supersticiones y apuros de última hora en el MIR de los récords

Examenes del MIR en la Facultad de Historia de la Universidad Complutense de Madrid

Víctor Honorato

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Una cosa es que la medicina occidental esté basada en el método científico y el empirismo, y otra es que la licenciada Elisa Huertas, de 24 años y a las puertas del examen del MIR, esté dispuesta a renunciar a las ventajas que conceda lo oculto. Explica, en ese sentido, que anda muy pendiente de no cruzarse con gatos negros y se niega en redondo a revelar qué especialidad le gustaría cursar, para evitar el mal fario. Como ella, sus compañeras Ada García y Carmen Manzano, todas de la misma edad, han pasado “siete meses estudiando 10 horas al día” y esperan el sábado a mediodía a que les den entrada en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, uno de los centros de examen en esta convocatoria anual de las pruebas para acceder a la formación como Médico Interno Residente. Serán 8.550 plazas en todo el país para 12.668 candidatos, la mayor cifra histórica y un 5% más que el año pasado.

Más de 1.000 de esas plazas (1.790, sumando las especialidades de Farmacia, Enfermería, Biología, Psicología, Física, Química) se ofrecen en Madrid y el ajetreo en el exterior de este edificio de la Complutense es notable un par de horas antes del inicio. La estampa recuerda a la previa de los exámenes de acceso a la universidad, aunque un poco atemperada, sin el fragor adolescente. Hay quienes vienen disfrazados a dar ánimos a sus amigos con carteles de apoyo; hay madres y padres que tranquilizan a los vástagos; hay llamadas de última hora a compañeros de otras localidades para convencerse unos a otros de que la suerte está echada, que no vale la pena estar nervioso. Incluso hay oportunistas que ofrecen los servicios de academias de preparación, donde explican como impugnar preguntas dudosas y calcular el puesto obtenido.

Otra diferencia con los exámenes de acceso a la universidad es el importante número de aspirantes extracomunitarios, un 22%. Uno de ellos es Javier Mata, médico de Lima (Perú) de 32 años. En su país la situación política está últimamente “fea” y en España “el adelanto en la infraestructura y el nivel cultural es evidente”, le parece. También de Perú es una mujer que ha venido a acompañar a su hijo, en vuelo directo desde América, para el trance del examen. Ya lo iba a hacer en la convocatoria previa, pero la cuarentena que se exigía por el COVID hizo que renunciara.

Acabar la residencia y volver al MIR

No todos los aspirantes son recién licenciados. Cada vez es más frecuente que los médicos MIR se presenten de nuevo, tras terminar sus cuatro años de residencia, para intentarlo con otra disciplina. Uno de los motivos, además de las vocaciones tardías, es que los residentes tienen un sueldo garantizado, y no todas las especialidades tienen una salida laboral prometedora. Por esta vía ha optado Daniela Turienzo, nefróloga gallega que pasa de 35 años y pide usar un nombre falso para no despertar sospechas en su clínica. Reconoce que no ha estudiado mucho y apunta que, aunque las plazas aumenten, la mayoría —119 de 362— lo hacen en la especialidad de medicina familiar y comunitaria, que no es la más solicitada ni tiene las mejores condiciones laborales. Así lo vienen denunciado desde hace años los facultativos afectados. En Madrid, hasta el punto de ir a la huelga.

Buena nota para poder elegir 

Lo más complicado del MIR no es tanto aprobar - habría plazas en alguna especialidad para el 67 por ciento, si todos llegasen al mínimo— sino sacar una nota alta que permita elegir especialidad. Así que los nervios están a flor de piel en las aulas de examen cuando se acercan las 16h, momento de inicio de la prueba. El ejercicio dura cuatro horas y media y a los candidatos se les explica que está prohibido salir para ir al baño en la primera hora y en los últimos 30 minutos. Los funcionarios del Ministerio de Sanidad vigilan la prueba y afrontan eventualidades de última hora, como el de una mujer que anuncia que tiene problemas de intestino y es probable que tenga que salir con frecuencia de la clase. “Dile que en cuanto empiece se le pasarán los nervios y las ganas”, insta una coordinadora al encargado que ha salido al pasillo a pedir instrucciones.

Entre las pesadillas recurrentes de opositores y estudiantes en víspera de exámenes está la de imaginarse llegando tarde a la prueba. Es horrorosa porque está basada en hechos reales. Efectivamente, hay gente que se queda dormida y hay quien, como esta tarde, consigue llegar a cinco minutos del cierre de puertas. Le pasa en Madrid a una mujer llamada Marta, que ha sido madrina de boda unas horas antes en El Escorial y ha llegado al aula vestida con traje de cóctel de lentejuelas y taconeando angustiosamente. En el exterior del edificio —a familiares y amigos no se les permite entrar— su padre, Antonio, explica lo sucedido, con las mejillas encendidas de los nervios, hablando atropelladamente. “Aún estoy estresado”, dice. Su hija sí quiere ser médico de familia. El hombre opina que “esos son los verdaderos médicos” y no los de otras especialidades de posible mayor rendimiento pecuniario. “¿Cirujano plástico? Bah”, zanja.

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