No hay nueva normalidad para El Rastro: cuatro meses cerrado y los vendedores en pie de guerra contra Almeida
Un domingo más sin El Rastro. El mercadillo más histórico de Madrid, símbolo para vecinos y visitantes, continúa desaparecido por la pandemia. Ni siquiera la nueva normalidad en la región -desde el lunes pasado hay una restricción de aforo (75%) en establecimientos hasta que remita la emergencia por el coronavirus- ha logrado levantar los puestos que colorean los domingos del barrio castizo de La Latina.
El Ayuntamiento, dirigido por José Luis Martínez-Almeida, y los comerciantes ambulantes llevan semanas negociando para llegar a un acuerdo de organización, pero el desencuentro es cada vez más profundo: los vendedores acusan al Consistorio de querer “desmantelar” El Rastro y han convocado otra manifestación como medida de presión mientras el Gobierno municipal advierte de que el rechazo a sus propuestas para colocar una parte de los puestos -ya van dos- está “retrasando” la reapertura. Este domingo, por segunda semana consecutiva, en lugar de camisetas, discos de segunda mano y pendientes habrá pancartas en la Plaza del Cascorro.
Delia regenta un puesto de bisutería que no ha podido abrir en cuatro meses. Solo lo monta los domingos en El Rastro. Su pareja trabaja en una ferretería cercana, en la calle Embajadores, que ha dejado levantar la persiana el fin de semana porque, sin mercadillo fuera, “no merece la pena”. El cierre de El Rastro también afecta, colateralmente y en mucha menor medida, a las tiendas del entorno, que suelen sacar sus productos a la calle los domingos como el día grande de la semana. Sobre el mostrador de la ferretería, Delia ha colocado un papel para recoger firmas que dice “Salvemos El Rastro histórico de Madrid”.
“Los clientes nos conocen porque estamos siempre en el mismo sitio. Si nos mandan a Gasómetro nos morimos de hambre. Allí no habrá clientela”, asegura. La última propuesta del Ayuntamiento modifica parcialmente el perímetro del mercadillo para extenderlo hacia el sur por una calle larga como Gasómetro. “Facilitaría el control”, explican fuentes municipales. Esta medida haría saltar El Rastro a otro distrito, Arganzuela. “La dificultad es la gran cantidad de calles, callejuelas y vericuetos. Estamos intentando hacer compatible sanidad y economía”, defienden desde el Gobierno municipal, que niegan que El Rastro vaya a desaparecer.
Los vendedores ambulantes, representados mayoritariamente por la asociación Rastro Punto Es, piden al Ayuntamiento que se permita abrir el 50% de los puestos a lo largo de todo el perímetro. Hasta ahora, el concejal de distrito, José Fernández (PP), ha accedido a abrir hasta 335 puestos a la vez (de unos 1.000), un tercio del total por sorteo o rotación, pero distribuidos por cuatro viales (de tránsito unidireccional): las calles Ribera de Curtidores y Gasómetro; y las plazas de Vara del Rey y Campillo del Nuevo Mundo. “Este segundo proyecto sigue sin recoger nuestras peticiones”, dice la carta enviada por los comerciantes, que recuerda que la orden de la Comunidad de Madrid permite la apertura de hasta el 75% de los puestos de los mercadillos y habla de “desmantelamiento” de El Rastro. “No respeta la ubicación original ni las zonas temáticas ni idiosincrásicas”, apunta la misiva, a la que ha tenido acceso elDiario.es.
“Estamos sin liquidez, más endeudados y sin poder trabajar desde hace cuatro meses. Somos familias enteras y complejas que en, su mayoría, vive muy al día”, se queja Mayka Torralbo, portavoz de la asociación El Rastro Punto Es. Torralbo asegura que “hay muchas familias de vendedores que están viviendo de la ayuda social” y pide unas “condiciones mínimas de dignidad para la reapertura”, algo que a su juicio no garantizan las propuestas del Consistorio, dispuesto, dice, a seguir negociando con los vendedores. Entre los comerciantes hay una gran variedad de situaciones: algunos van de un mercadillo a otro de la región mientras otros fían el grueso de su caja semanal a las ventas del domingo. “Hemos tenido que seguir pagando el almacén para el género y la mercancía que compramos para la primavera, ¿qué hacemos con ella?”, añade Torralbo.
El Ayuntamiento renuncia a controlar el aforo
Uno de los puntos de fricción más fuertes está en el control del aforo. El Ayuntamiento de Madrid se desentiende de contabilizarlo y, en la última propuesta, deja esa responsabilidad a los comerciantes, que aseguran que no tienen medios para hacer esa labor. “La Policía no está para eso. Habría que destinar al control de los acceso a no sé cuántos efectivos”, defienden fuentes municipales que deslizan que otros mercadillos han contratado personal de seguridad privada para vigilar las entradas y las salidas.
Algunas tiendas, que ya pueden abrir al 75% de aforo, han colgado el cartel de “se traspasa”. Otras no han levantado la persiana todavía. Pilar está sentada en una silla pequeña a la puerta de la tienda que regenta junto a su marido en la calle Dos Hermanas. El escaparate montado fuera se compone de muebles de segunda mano y otros artilugios difícilmente catalogables. Fuma, la mascarilla como diadema. “Si me pongo en el lugar de los que tienen un puesto lo entiendo perfectamente, son muchas pérdidas. Por otro, pienso que El Rastro aglomera a mucha gente y eso ahora es peligroso”, reflexiona. Asegura que su tienda tiene una “clientela estable” y, de momento, sobreviven, aunque los domingos “se nota”.
El 25% de las tiendas de la zona de El Rastro han cerrado, según datos de la Asociación Nuevo Rastro. “Veníamos ya heridos de muerte en una crisis que no terminaba de solucionarse”, dice el presidente, Manolo González. Esta entidad se ha desmarcado de las protestas de los vendedores ambulantes y no participa de las manifestaciones. “Estamos a favor de la última propuesta del Ayuntamiento siempre y cuando se cree un eje completo de mercado. Pero el Consistorio no se ha negado a negociar y no es verdad que quieran acabar con El Rastro”, añade González.
En la espina dorsal del mercadillo, Ribera de Curtidores, Hadi cose una alfombra en su tienda-taller. Este iraní afincado en España desde hace más de 30 años, ha transformado su negocio de restauración y limpieza -“una tradición en mi familia”- en un establecimiento para eliminar el virus de las alfombras con “oxígeno activo”. “Stop Covid-19”, reza el letrero superpuesto al escaparate. “Los compañeros de los puestos siguen azotados, nosotros estuvimos tres meses en casa pero aquí estamos de nuevo”, dice con un aire optimista y tranquilo.
Cuatro meses después de la declaración del estado de alarma, los choques entre Ayuntamiento y comerciantes mantienen El Rastro confinado en las furgonetas. Cada una en su casa, los anclajes de los puestos en el maletero. “Caerá el telón al fin de jornada, y al levantarse aparecerá la calle de cajones de fruteras cerrados, y en uno abierto, de tocino, estará, de maja cobradora, sentada en un banquillo o la silla chica, la señora Ladvenana y Juan Manuel de mozo con mandil [...] La señora Polonia estará con tren de callos; la señora Juana, de verdulera, con abundancia; y la Nicolasa se paseará con un canastillo de buñuelos sobre un paño blanco”, escribió Ramón de la Cruz en un famoso sainete sobre este mismo espacio, en permanente transformación. Todo apunta a que la pandemia que hizo sucumbir al mercado que aguantó impertérrito el frío, el calor, la dictadura y la democracia le obligará de nuevo a reinventarse, sin perderse por el camino.
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