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Sobre este blog

Stories Matritenses es un blog del grupo de periódicos hiperlocales Somos Madrid escrito por Pedro Bravo.

Pedro Bravo escribe ensayo y ficción. Su último libro es Cabo Norte (Menguantes, 2020). Además, ha publicado Exceso de equipaje (Debate, 2018), Biciosos (Debate, 2014) y La opción B (Temas de Hoy, 2012)Es socio de Soulandia, una empresa que aplica la narrativa a estrategias de comunicación, y del coworking malasañero Espíritu23. Habita en la linde occidental del barrio.

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Sobre Valle-Inclán como forma de entender el reflejo de Madrid que muestra un proyecto en Harare

Valle Inclán, junto a una recreación de Mount Hampden

Pedro Bravo

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El esperpento es un género literario que expone la realidad ridícula, casi delirante. Ramón María del Valle-Inclán, su creador, lo nombró por primera vez en Luces de Bohemia, en una conversación de Max Estrella con Latino de Hispalis, y lo utilizó para retratar la tragedia de una ciudad y un país que quizá sólo se podía entender a través de un reflejo deformante. En tiempos de Valle, esa imagen la sugerían uno espejos cóncavos de un local en la calle Álvarez Gato. Hoy, esos espejos se conservan en el restaurante Las Bravas y el esperpento sigue siendo una buena manera de comprender las cosas de Madrid y no sólo.

El gobierno de Zimbabue ha decidido acabar con los problemas de su capital, Harare, construyendo una nueva llamada Mount Hampden. El gobierno de Zimbabue es un señor de 81 años llamado Emmerson Mnangagwa que dio un golpe en 2017 para ponerse en lugar de otro dictador, Robert Mugabe. El país africano sufre un colapso económico, no puede hacerse cargo de su deuda y tiene bloqueadas las importaciones de alimentos y petróleo. La capital, Harare, que parece que fue una boyante ciudad hasta el cambio de milenio, vive desde entonces un declive relacionado con la inestabilidad política que ha atraído como moscas a inversores internacionales y ha agrandado aún más la desigualdad, enriqueciendo a la pequeña élite del país a costa… del país. Son los miembros de esa élite los que quieren mudarse a Mount Hampden, pretendiendo alejarse de lo que consideran una ciudad fracasada y habitar en un lugar limpio, sostenible y lujoso lejos de los inconvenientes de la pobreza que ellos mismos generan. O, al menos, esto es lo que promete el proyecto.

Lo de inventarse una capital de la nada como forma de cambiar de tema y no hacerse cargo de lo que no se sabe gestionar no es una novedad y ahora mismo está pasando o se pretende que pase también en Egipto e Indonesia, por ejemplo. Desde nuestra superioridad blanca y occidental, todo ello se puede ver como una rareza de países pobres y corruptos. Pero la realidad no está lejos del esperpento como pensamos, está frente a él. 

Copio y traduzco una frase del artículo de Citylab donde he conocido el caso Harare-Mount Hampden como forma de ir descubriendo lo que nos refleja la noticia: “El desarrollo ofrece a los inversores una exención de cinco años del pago del impuesto de sociedades e impuestos más bajos y permisos de trabajo para los profesionales venidos de fuera”. Nos pueden también sonar de vista unos renders llenos de edificios inteligentes, parques con mucha sombra, carriles bici y el resto del contenido habitual de los modernos proyectos urbanísticos, ya convertidos en estereotipos. Hay más: la tecnología como solución a todos los problemas y la promesa de que abrir espacios para oficinas basta para la llegada de empresas de todo el mundo.

Todo esto también forma parte de la política o la conversación política de Madrid y el resto de grandes ciudades y regiones españolas y algunas europeas. Todo esto es parte del ilusionismo en que se ha convertido la economía y, por tanto, la política global, incluso a pesar de la tendencia desglobalizadora. Como en la magia, la distracción es una herramienta fundamental en el arte de la promesa electoral. Como en Zimbabue, aquí se nos cuenta que nuestras ciudades van a ser mejores con más oficinas —aunque los datos dicen que en Madrid hay más de un millón de metros cuadrados de oficinas vacíos—, más facilidades para los inversores extranjeros —aunque, por su penetración en todos los ámbitos de nuestra vida, es evidente que ya lo tienen muy fácil—, más grandes proyectos urbanísticos —aunque tenemos demasiada experiencia como para perder la fe en los renders— y más tecnología —aunque, en realidad, esto signifique rendición al poder de las empresas tecnológicas—.

Madrid está a más de 10.000 kilómetros de Harare pero no tan lejos en algunas cosas. Obviamente, no estoy diciendo que las ciudades se parezcan ni que nuestros problemas sean los suyos. Pero igual que allí quieren esconder debajo de la alfombra de otra capital los traumas de su metrópolis, aquí se ocultan con carteles y titulares que esbozan una vida deseable pero imposible para muchos porque nunca hablan de paliar la desigualdad, de facilitar el acceso a la vivienda, de la redistribución de la riqueza a través de impuestos o de la recuperación de derechos. Aquí nadie pretende construir una nueva capital para tapar la vieja porque, en realidad, ya hay dos ciudades separadas por una enorme brecha social y económica; basta coger la línea 3 de Metro de Moncloa a Villaverde Alto para viajar de una a otra.

El problema, en Zimbabue, en Egipto, en Indonesia y en España, no es que todas las promesas de futuro se parezcan demasiado en su diseño, sus soluciones y su formato, que también, sino que se olvidan del presente de todas aquellas personas que bastante tienen con sobrevivirlo y ahondan en un sistema en el que la desigualdad no es un fallo inevitable, sino una necesidad estructural.

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Pedro Bravo escribe ensayo y ficción. Su último libro es Cabo Norte (Menguantes, 2020). Además, ha publicado Exceso de equipaje (Debate, 2018), Biciosos (Debate, 2014) y La opción B (Temas de Hoy, 2012)Es socio de Soulandia, una empresa que aplica la narrativa a estrategias de comunicación, y del coworking malasañero Espíritu23. Habita en la linde occidental del barrio.

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