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Chueca, el barrio obrero

Somos Chueca

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Aunque no lo parezca, la zona de Chueca fue, durante años, uno de los focos de lucha obrera más importantes de Madrid y uno de los primeros de toda España en movilizarse por los derechos de los trabajadores. Barrio de gente humilde y de obreros (en su mayoría relacionados con la industria metalúrgica), en sus calles surgieron las primeras Casas del Pueblo y se organizaron los sindicatos de trabajadores. Por eso, en el Día Internacional de los Trabajadores, queremos repasar parte de la historia del barrio que está estrechamente relacionada con los obreros.

Históricamente el trabajo manual no estaba bien visto por la sociedad hasta que Carlos III, allá por el siglo XVIII, vino a dignificarlo. Según proclamó el monarca, «Los oficios pueden ser tenidos por honrados y honestos; que el uso de ellos no envilece a la persona o a la familia que los ejercite». Se crearon entonces los Cinco Gremios Mayores (sedería, joyería, mercería, pañería y lencería) y, al amparo oficial, estos oficios artesanos comenzaron a impulsar diferentes labores productivas que multiplicaron el número de familias trabajadoras.

Con casi un centenar de especialidades artesanales, especialmente del cuero y lo textil, Madrid va alcanzando poco a poco relevancia económica en toda la región castellana. Con la intención de impulsar la actividad productiva, se creó un polo industrial desde la entonces Puerta de los Pozos (lo que actualmente es Bilbao) hasta la Puerta de Recoletos (en la intersección del actual Paseo de Recoletos y la calle Génova), que revitaliza el barrio.

El nacimiento del barrio ‘chispero’

Con una industria metalúrgica que va ganando peso y con la reubicación de las fraguas en torno a la calle Barquillo, los herreros comienzan a convertirse en la ‘aristocracia del barrio’ y se forjan un prestigio profesional con sus manos y sudor, adornando las fachadas de todo Madrid (sobre todo las de las clases más pudientes) con elaborados trabajos en forja, de los que aún se conserva un bonito muestrario.

Para hacernos una idea del número de trabajadores que vivían del metal, según el informe de las Cortes de 1657, de los 6361 maestros artesanos registrados, 190 eran herreros y caldereros. A mediados del siglo XIX había en Madrid 57 establecimientos dedicados al metal, donde se realizaban todo tipo de trabajos: reparación de carruajes, herrado de animales, fabricación de toda clase de herramientas y llaves, así como columnas de hierro, rejas, ventanas y portales para la cada vez más incipiente industria de la construcción.

Pero no fue hasta las primeras décadas del siglo XX cuando comenzó su vertiginoso crecimiento, dando trabajo a más de cuarenta mil trabajadores. Aún así, Madrid continuaba siendo una ciudad de servicios, con un nutrido número de trabajadores del comercio y el transporte, y setenta mil empleados domésticos. En toda la historia de Madrid, salvo por un breve lapso comprendido entre 1856 y 1865, nunca hubo pleno empleo, y las condiciones laborales eran bastante precarias.

La Casa del Pueblo, semilla del movimiento obrero

Los trabajadores de la construcción fueron, sin lugar a dudas, el núcleo fundamental del movimiento obrero madrileño. De hecho, la Sociedad de Albañiles de Madrid “El Trabajo” “El Trabajo”fue, durante mucho tiempo, la que más afiliados aportó a la Unión General de Trabajadores (UGT) y los anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) tuvieron un muy activo sindicato de la construcción.

La instauración de la II República convirtió a Madrid en la capital del nuevo Estado, en un núcleo urbano que clamaba por la modernización y la mejoría de los sectores más humildes de la población, entre los que se concentraban buena parte de los vecinos de Chueca. Poco a poco las calles del barrio fueron invadidas por el dinamismo de diferentes entidades gremiales y políticas, que vieron en esa zona de Madrid el lugar ideal para instalarse y recibir a sus militantes y activistas.

Así, en el número 15 de la calle Gravina se encontraban la sede de la Agrupación Feminista Socialista y la Casa del Pueblo, que tenían de manera cotidiana una gran concurrencia. En 1908 la sede central del movimiento socialista madrileño se trasladó al número 2 de la calle Piamonte, en el mismo edificio en el que se encontraban la Cooperativa Socialista Madrileña, los Estudiantes Socialistas y la Sociedad de Profesores Racionalistas, entre otras entidades afines.

Hoy apenas queda rastro de la institución, tan sólo la marca de una placa conmemorativa que la UGT colocó en su día, pero la inauguración de la sede de Piamonte fue todo acontecimiento en la época que colapsó la calle. La transformación del palacio del duque de Béjar en la Casa del Pueblo fue posible gracias a las cuotas de las setenta y dos colectividades obreras madrileñas, una compensación del Ayuntamiento de Madrid por la expropiación de 1.000 pies cuadrados efectuada a la finca para alinear la calle y la negociación del pago aplazado de la reforma del edificio, a la que contribuiría el trabajo desinteresado de muchos militantes (en su mayoría profesionales de la construcción), bajo la dirección del arquitecto Mauricio Jalvo Millán.

En poco tiempo la Casa del Pueblo llegó a atender a 35.000 obreros, a los que les ofrecía la llamada mutualidad obrera, una cooperativa con médicos, farmacéuticos y asistencia para enterramientos. También un espacio para combatir la ignorancia y la incultura: una biblioteca que llegó a contar con 35.000 volúmenes, legados por personajes como Francisco Largo Caballero, Francisco Pi i Maragall o Benito Pérez Galdós.

Fue en aquella Casa del Pueblo donde José Ortega y Gasset pronunció la conferencia La ciencia y la religión como problema político, donde en 1921 se produce la escisión comunista del PSOE que daría origen al Partido Comunista Español (PCE) y donde se instaló el velatorio de Pablo Iglesias en 1925.

Después llegarían los años de la República y más tarde la Guerra Civil. En 1939 la Falange se incautó del edificio y el régimen lo utilizó como tribunal y juzgados especiales. En 1953 el antiguo edificio fue derribado para levantar un nuevo edificio de viviendas.

La Escuela del Sindicato Metalúrgico

Los obreros del Sindicato Metalúrgico 'El Baluarte', que llegó a tener seis mil afiliados (aproximadamente al 60% de los metalúrgicos madrileños), fueron unos auténticos pioneros en lo que a formación de trabajadores se refiere. En plena Dictadura de Primo de Rivera plantearon una escuela de formación profesional completa, que ofreciese formación laboral general y capacitación técnico-profesional especializada.

Según uno de sus fundadores, Pablo Prieto, el objetivo era hacer de ellos «obreros cultos, inteligentes, capaces de dirigir y administrar la industria». Con estas premisas, abrió sus puertas el 16 de diciembre de 1926, en un pequeño local de la calle Válgame Dios, que tuvo que ampliarse el curso siguiente con un nuevo local en el tercer piso de la Casa del Pueblo que el sindicato tenía asignado. Su éxito fue tal que en diciembre de 1929 se mudaron al número nueve de la Travesía de San Mateo.

Sin criterio político definido, para poder formarse era necesario tener entre 15 y 18 años y realizar unas pruebas previas (un dictado, operaciones aritméticas, ejercicios de nomenclatura y trazado geométrico...), que servían para hacer grupos en función de sus conocimientos. Como muchos eran analfabetos, se creó una clase especial en la que también podían inscribirse los afiliados adultos para aprender a leer, escribir y hacer operaciones matemáticas básicas.

Tras la clausura de la Casa del Pueblo, el Sindicato sufrió un duro golpe que repercutió paralelamente en la Escuela, que quedó paralizada hasta 1935. Con interesantes proyectos de futuro, la Guerra Civil puso fin a los planes de reforma que pretendían reconvertirla en un gran centro de cultura profesional y supuso su desaparición.

La lucha obrera callejera

Entre 1919 y 1923, la carestía de alimentos básicos -que afectó especialmente a los trabajadores de la construcción y metalúrgicos- dio lugar a las primeras oleadas de conflictos gremiales, que llevaron a muchos trabajadores a la huelga. Con unos enfrentamientos cada vez mayores y un sector monárquico cada vez más dispuesto a acabar con la República, comunistas y anarquistas respondían con el «ojo por ojo, diente por diente» a los ataques falangistas.

Paulatinamente los conflictos gremiales fueron incorporando métodos más violentos, adecuados a las nuevas contingencias. 1936 comenzó con un notable aumento de la conflictividad, con numerosas huelgas, manifestaciones y enfrentamientos armados. Cinco meses en los que se produjeron ciento treinta huelgas, setenta y un asesinatos y diez asaltos a iglesias.

En junio la tensión estaba en su máximo apogeo. Un grupo de falangistas asesinaron a cuatro obreros que salían de la Casa del Pueblo de la calle Piamonte y, unos días después, cuatro pistoleros ejecutaron, en su domicilio de la calle Hortaleza, al teniente José Castillo, que había actuado con contundencia en la represión de los falangistas. Esto produjo un notable aumento de la excitación de las fuerzas de izquierda, que radicalizaban cada vez más sus propuestas.

Mientras el toma y daca de falangistas y republicanos se multiplicaba, el grueso de los madrileños vivían ajenos al inminente alzamiento militar de Melilla, que años más tarde tendría como desenlace una Dictadura militar. Los sindicatos y partidos de izquierdas fueron prohibidos y perseguidos y los referentes de la lucha obrera del barrio se evaporaron.

De convento a sede de UGT

Fundada en el Congreso Obrero de Barcelona de 1888, la Unión General de Trabajadores (UGT) comparte origen histórico con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y actualmente tiene su sede confederal en el número 88 de la Calle Hortaleza, sobre el antiguo convento de Santa María Magdalena (vulgarmente conocido como las Recogidas o Arrecogidas, por recoger a mujeres de la mala vida que sólo podían salir de su encierro para casarse o para vestir los hábitos). En cuanto al edificio, poco queda ya del primitivo convento, puesto que en él se realizaron diferentes reformas: en 1897 el arquitecto Ricardo García Guereta reconstruyó la iglesia y en 1916 Jesús Carrasco hizo lo propio con el convento.

Víctima de un incendio en 1936, fue reconstruido en la posguerra para ser habitado de nuevo por otras congregaciones religiosas hasta su definitivo abandono en 1974. En 1987 la UGT se hizo con la propiedad del edificio y en junio de 1989 trasladó allí la sede de su Ejecutiva Confederal. Como nota curiosa sobre el edificio, apuntar que Pedro Almodóvar grabó en él parte de su película “Entre tinieblas”.

La taberna de “El Comunista”

Otro pintoresco lugar relacionado con el mundo obrero es la Tienda de Vinos y Casa de Comidas de la calle Augusto Figueroa nº 35. Fundada en 1888 por Francisco Gómez, es popularmente conocida como la Taberna de “El Comunista” porque allí se reunían los socialistas de la vecina Casa del Pueblo y, como en aquellos tiempos a la gente de izquierdas se le llamaba comunista, el local terminó asumiendo esa denominación.

Lo cierto es que por ese local pasaba una parroquia de lo más diversa, que convivía en total armonía: afines a Pablo Iglesias, militares de algún cuartel vecino, actores, escritores y vecinos del barrio. Personajes como Antonio Machado, Azorín, Rafael Alberti y Jacinto Benavente se dejaron seducir por sus comidas caseras y su aguardiente, que aún hoy siguen ganando adeptos y prolongando las sobremesas.

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